Historia de Tokio. Parte 1

Japón hasta el siglo XVI era una tierra dominada por intentos frustrados de concentrar en una sola figura el poder, junto a una sociedad regida por el más profundo aislacionismo que mantenía al país alejado de casi cualquier influencia occidental. No obstante, en su interior ya se venían presentando grandes cambios que se verían con mayor fuerza a partir del siglo XVI, puesto que la llegada de nuevas armas y formas de hacer la guerra, habían minado el uso de la caballería y mermado el papel de los samurái como columna vertebral del poder militar. Ahora, la artillería, las fortalezas resistentes a las armas pesadas y las grandes masas de infantería con armas de fuego dominaban la guerra en el país, teniendo un coste tan alto que pocos señores feudales podían permitirse competir en un entorno altamente violento.

Igualmente, en este periodo se aumentó el control sobre los campesinos aboliendo la existencia de los guerreros rurales para que estos no tuviesen capacidad de autodefensa, en un intento de establecer un rígido sistema de estamentos sociales que si bien ya para entonces existía, ahora se instalaría con muchísima mayor fuerza. Un ejemplo de lo anterior sería la construcción de ciertas zonas de residencia dedicadas a cada estamento social, respondiendo a una pirámide social estricta que impedía la posibilidad de ascenso social, donde el estatus de noble, militar, artesano, comerciante, campesino y demás oficios poseían un carácter hereditable. Así, se daba total prioridad y privilegios a nobles y militares por sobre el resto de la población, aunque en la práctica oficios como el de artesano o comerciante podían valerle a una persona unas mejores condiciones de vida que las de un samurái. En contraposición, los campesinos eran semi esclavos en un sistema muy parecido al de la Edad Media europea, donde los estos estaban ligados a una tierra que no era de su propiedad, ya que no podían abandonarla al estarles prohibido viajar o cambiar de señor feudal. Al mismo tiempo, los campesinos no tenían ningún tipo de remuneración por su trabajo, vivían en la precariedad y en su gran mayoría eran analfabetas.

Sistema estamental japonés
Sistema feudal europeo

Bajo este contexto de extensas guerras y precariedad, hizo su aparición Tokugawa leyasu quien luego de derrotar a una alianza de daimios en la batalla de Sekigahara, logró convertirse en el hombre más poderoso del país y recibir en 1603 el título de shogun de manos del emperador. Esto le permitió a Ieyasu concentrar en torno a sí el poder y la lealtad suficiente por parte de los señores feudales, como para conseguir que su título pudiera ser heredado por sus descendientes, quienes mandarían el destino de Japón durante casi tres siglos (1603-1868) en los que nombrarían a 15 shogunes. Luego de esto, leyasu nombró a Edo (que significa estuario) como centro del poder del clan Tokugawa, lo que en otras palabras convirtió a esta ciudad en el núcleo de la vida política, administrativa y cultural de Japón, valiéndole esto un enorme crecimiento demográfico que se vislumbraba en sus cerca de un millón de habitantes en 1721. Por otro lado, la corte imperial estaría ubicada en la ciudad de Kioto, cumpliendo un papel mucho más ritual que una influencia real sobre el poder político del país. No obstante, esta reconfiguración en las instancias del poder terminó por marginar y empobrecer a la capital del emperador, puesto que muchos de los personajes más influyentes de la ciudad comenzaron a emigrar a la fortaleza de leyasu para estar más cerca de la órbita del poder.

Tokugawa leyasu

Shogunato y concentración del poder en Japón

El emperador en la sociedad japonesa

Para entonces Edo estaba dominada por el castillo de Edo construido en lo alto de una colina, el cual sufrió recurrentes procesos de expansión hasta ocupar 16 kilómetros cuadrados y poder albergar 260 daimios y 50.000 guerreros. Por su parte, Tokugawa reforzó el sistema llamado Sankin kōtai (1635-1862) donde sus daimios debían habitar en la ciudad cada año por medio, como una muestra de su lealtad y servicio al shogun. Además, su esposa y sus herederos debían permanecer forzosamente en esta ciudad, convirtiéndose virtualmente en rehenes que aseguraban la lealtad del daimio, mientras que al mismo tiempo reducía el poder económico de estos al obligarlos a cubrir los costos de mantener dos residencias permanentes e igualmente suntuosas tanto en Edo como en su han. Aquello convirtió a Edo en un crisol de costumbres y estilos provenientes de todo Japón, permitiéndole crear tendencias en temas como la moda que se reproducían a lo largo y ancho del país. En consecuencia, la ciudad era una combinación de los altos muros del castillo y sus torres, la zanja que protegía al castillo, un mosaico de mansiones en manos de daimios y samuráis, numerosos canales y un conjunto de propiedades apiñadas de un solo piso, donde eran obligados a vivir comerciantes, prostitutas, campesinos y demás clases bajas.

Castillo de Edo (Estuario)

En cuanto a su posición geográfica, Edo fue construida en la Llanura de Kanto junto a una bahía que fue rellenada con tierra traída de una colina cercana llamada Kandayama, contando además con el río Tone el segundo más largo del país y el que más se interna en tierra nipona. Además, en Edo podían encontrase numerosos humedales y arroyos que facilitaban el movimiento fluvial por la ciudad. Los puentes se convirtieron entonces en parte de la vida cotidiana de los habitantes de Edo, siendo especialmente famoso el Nihonbashi (Puente de Japón), puesto que se decía que este estaba conectado con todas las carreteras que llegaban a Edo desde el interior del país. Por otro lado, la gran curva de la península de Boso proveía a la ciudad de un puerto natural y protección contra las recurrentes tormentas que azotaban las costas japonesas.

Geografía de Edo
Península de Boso
Geología de Kanto

Por su parte, dada la estricta división social de Japón alrededor del 86% de los edificios de Edo eran residencias para los daimios, samuráis y monjes, pudiendo los dos primeros poseer hasta tres mansiones para usos que van desde su jubilación hasta casas de campo. No obstante, la tierra en la que eran construidas pertenecía al shogun y por tanto este podía reubicarlos o expropiarlos. Aun así, pese a lo que podemos pensar en primera instancia, lejos de ser casas de lujo su arquitectura se asemejaba mucho más a la de un cuartel con paredes estandarizadas y techos monótonos, siendo lo único ostentoso sus portones decorados con estilos únicos y pinturas coloridas como el rojo intenso o el naranja brillante. Toda esta zona poseía la apariencia de un gran cuartel donde sus habitantes eran transitorios e incluso los hombres superaban por mucho en número a las mujeres. Así, para el siglo XVII los hombres de Edo superaban 2 a 1 a las mujeres, en una tendencia que solo sería superada en 1845 cuando la proporción pasó a ser de 10 a 9.

Ciudad Alta
Mansiones de daimios y samurái en Edo

En contraposición, las clases inferiores vivían hacinadas en apartamentos de una habitación en la Ciudad Baja, donde se habían construido edificios alargados parecidos a dormitorios, cuya estructura poseía instalaciones compartidas para cocinar, lavar la ropa, ir al retrete y manejar los desechos, las cuales parecen precursoras de los hoteles capsula modernos. Esto hizo que comúnmente se afirmara que los verdaderos edokkos eran aquellas personas que habitaban de forma permanente la Ciudad Baja y que habían sido atraídos por el dinero de los samurái, los cuales se dedicaban a cumplir todas las tareas que le permitían a la ciudad funcionar. Así, el edokko típico se asoció con alguien obsesionado con el teatro y las mujeres inalcanzables, las novelas espeluznantes y los grabados en madera llamativos. Basta con observar que aunque varias generaciones de jóvenes daimios, samuráis y mujeres nobles se criaron en Edo, una muy buena cantidad de ellos detestaba cumplir el deber de habitar en ella, al considerarla una urbe espantosa, maloliente y sobrepoblada.

Mapa de Edo

Por otro lado, como resulta lógico en una ciudad de estas proporciones abundaban los prósperos distritos comerciales, los cuales eran abastecidos por una red de canales usados para evitar los inmensos atascos que se producían en las calles, dinámica que le valió a Edo el apodo de la ciudad flotante. No obstante, esto sería un problema pues con el aumento de la urbanización y el drenaje de los canales, las estrechas calles y callejones demostraron ser demasiado angostos para carretas con ruedas, pues habían sido construidas para permitir el paso de jinetes y carros jalados por hombres llamados Rickshaw. Se puede decir entonces que con este crecimiento desbordado, la historia de Edo es la historia de la conversión de los humedales, arrozales, arroyos y su bahía en tierra firme para la construcción.

La sanidad era otro tema crucial, puesto que no existía un sistema de drenaje eficiente que se encargara de los desechos humanos, problema que fue aprovechado por subindustrias como la de los dunny men, quienes compraban las heces de las casas para usarlas como fertilizante, provocando atascos todos los días en los caminos de entrada a la ciudad en su trayecto hacia las granjas periféricas. Igualmente, el desbordamiento de los ríos era un problema constante, puesto que cada año amenazaban con inundar la Ciudad Baja, destruir los puente o provocar brotes de enfermedades transmitidas por ratas o moscas, lo que en su conjunto llevó a que durante este periodo Edo fuera conocida por muchos como el basurero del Emperador.

Mercados de Edo
Canales de Edo
Rickshaw

Ahora bien, los incendios eran tan comunes que fueron apodados como las flores de Edo, bastaba con un accidente en una cocina o que cualquier chispa se saliera de control, para que las casas de madera apeñuscadas en pequeñas parcelas ardieran sin remedio y destruyeran distritos enteros de la ciudad. Algunos de los incendios más famosos fueron el del área de Yotsuya en 1657 que tras su reconstrucción daría lugar al icónico Shinjuku, junto al de Meireki ocurrido ese mismo año, cuyas secuelas originaron la leyenda del kimono maldito que supuestamente produjo la muerte de tres mujeres, solo para que luego de ser quemado en un templo budista, provocara con sus cenizas un gran incendio que arrasaría con seis distritos de Edo. Dentro de estos distritos se incluyen dos habitados por samurái, parte del castillo de Edo y la prisión de la ciudad, causando de paso la muerte de un tercio de los habitantes de Edo (unas 100.000 personas), bien por las llamas o bien por el inverno que azotó a los damnificados. El fuego se convirtió en Edo en una fuerza destructora y creadora al mismo tiempo, pues a pesar de causar grandes daños y cientos de miles de muertos, también incentivó la planificación urbana, desarrollo el comercio por las obras de reconstrucción, proveyó de escombros usados para robar espacio a los pantanos y el mar y facilitó la expansión de la ciudad hacia tierras recuperadas.

Flores de Edo
Shinjuku

Algo curioso es que dentro de la ciudad se veía cada vez con más fuerza un fenómeno donde los comerciantes amasaban grandes fortunas superando por mucho la riqueza de muchos samurái, siendo menospreciados pese a ello por la nobleza, aunque el estilo de vida de estos últimos estuviese en plena decadencia a causa del largo periodo de paz que implicó el gobierno Tokugawa. Aquello produjo una dinámica parecida a la nobleza empobrecida de Europa, donde los comerciantes vestidos como señores junto a sus esposas adornadas como princesas, debían bajar la mirada ante samuráis empobrecidos y austeros, con la amenaza de ser cortados por su espada de no hacerlo. Como resultado, la posición social de los comerciantes fue mejorando conforme sus negocios se iban expandiendo y sus productos iban reemplazando a los de otras regiones de Japón, aunque periódicamente eran perseguidos por las autoridades del shogun a causa de su deseo de romper el sistema estamental. En este sentido, solo existían dos lugares donde los comerciantes podían exponer cabalmente su riqueza, el teatro y el burdel, volviéndose ambas instancias parte integral de la cotidianidad de Edo.

Por ello, lugares como Yoshiwara apodado como ´´el Lugar sin Noche´´ por estar funcionando las 24 horas del día, lograron alejarse de la mirada conservadora del shogun y sus samurái, quienes pese a su posición intransigente eran algunos de sus mejores clientes. Todo esto cambió por completo la vida cotidiana de los edokkas quienes amaban el sexo y los espectáculos de este distrito, adquiriendo Edo poco a poco la fama de la ciudad de los placeres. Además, Yoshiwara era uno de los pocos lugares donde los cargos y títulos no importaban, puesto que los clientes eran medidos únicamente por el poder de su dinero, produciendo un efecto de nivelación de la sociedad que difícilmente se encontraría en otros lugares de Japón, donde las relaciones sociales estaban fuertemente ritualizadas.

Ukiyo-e (pinturas del mundo flotante o estampa japonesa)
Shunga o estampas para adultos
Yoshiwara ´´el Lugar sin Noche´´
Geishas

Ahora bien, Yoshiwara también contaba con casas de té y cafeterías destinadas a la élite de la ciudad, teatros kabuki, comercios de todo tipo y puestos de comida rápida que se hicieron famosos por todo el país. En todo esto, el papel de las mujeres fue central puesto que cumplían funciones que iban desde servir de elegantes damas de compañía expertas en música, baile y en general diversos temas de conversación, hasta mujeres de rango inferior que se dedicaban a profesiones como bailarinas, vertedoras de té y prostitutas. Sería en estos lugares donde se popularizaría pero también se desprestigiaría el rol de las geishas (artistas), en un principio relacionadas con mujeres educadas y refinadas, pero que con el tiempo fue usado es especial por los extranjeros como una especie de sinónimo de prostitución. Sin embargo, las geishas estaban relacionadas más con el estatus, el arte, la sensualidad, lo ornamental e inclusive la ritualidad y la realización de eventos importantes. En la era Edo un poco de cuello al descubierto era tan emocionante como el escote más pronunciado de nuestros tiempos. En comparación, la prostitución común se realizaba en callejuelas y hasta en moteles improvisados en los botes que recorrieran los canales de la ciudad. No obstante, el glamur que aportaban a Yoshiwara los teatros, el comercio y las geishas, escondía también un espacio repleto de enfermedades venéreas e historias de clientes y trabajadoras arruinadas por sus vicios.

Geishas (artistas)
Teatros Kabuki

El comodoro estadounidense Matthew Perry y la apertura de Japón al sistema internacional

Una de las características distintivas del gobierno Tokugawa fue la decisión de limitar al mínimo su contacto con el exterior, en buena medida debido a su deseo de monopolizar los ingresos del comercio, reducir el poder económico de otros clanes e impedir que los demás actores políticos tuviesen acceso a armas de fuego. Para ello, el Estado se alió con los templos y representantes budistas, para garantizar la cohesión y la tranquilidad social, a través de filosofías como el confucianismo y el sintoísmo que proponían modelos para la construcción de la sociedad que apuntalaban el estatus quo. Por ejemplo, el confusionismo promulgaba el respeto irrestricto de la autoridad y el papel que a cada quien le correspondía dentro de la estructura social, promoviendo la inmovilidad social del sistema estamental. En consecuencia, religiones extranjeras como el cristianismo fueron perseguidas y sus fieles asesinados, torturados y exiliados, puesto que se temía que el crecimiento de esta religión implicara posteriormente un mayor intervencionismo europeo, bien en defensa de los cristianos o gracias a la alianza de potencias como España y Portugal con nobles locales convertidos.

Algunas medidas religiosas y políticas de esta época fueron la obligatoriedad del empadronamiento familiar en los templos budistas y la expulsión de los jesuitas en 1587. Esta política aislacionista conocida como sakoku (鎖国 ´´país en cadenas o cerrado´´) duraría dos siglos, donde se prohibió la salida de barcos y ciudadanos al exterior sin permisos especiales, se limitó la posibilidad de viajar y comerciar a los contactos con Corea y China, se expulsó a los extranjeros y sus descendiente residentes en el país, se negó la entrada a barcos extranjeros y se destruyó y asesinó a la tripulación de los barcos extranjeros que intentaron atracar en muelles japoneses. Los únicos extranjeros que tuvieron ciertos privilegios fueron los holandeses y chinos, quienes a pesar de todo solo podían vivir y realizar sus negocios en la isla artificial de Dejima en la bahía de Nagasaki.

Los holandeses eran tolerados por dos factores, por su colaboración a la hora de sofocar las revueltas cristianas y por su contribución a las élites japonesas en materia de conocimientos científicos en disciplinas como medicina, física, química, astronomía y cartografía, consideradas como vitales para el desarrollo del país. Esta tendencia al aislacionismo fue muy común en Asia-Pacífico, puesto que en China e Indochina intentaron llevar a cabo políticas similares hasta que el poderío colonial europeo terminó por imponerse. Ahora bien, esta desconfianza hacia Occidente procedía del ejemplo que presentaba la India, cuyos Estados perdieron toda independencia al ser subyugados por las compañías mercantes inglesas, junto a la posibilidad de que las nuevas ideas y técnicas que venían del otro lado del mundo provocarán inquietud social y revueltas que debilitaran al gobierno. Para ejemplificar este temor basta con ver algunos de los actos más atroces de los británicos en la India, China y Persia, donde gracias a sus políticas se provocaron hambrunas y actos de represión que dejaron millones de muertos.

Sakoku (鎖国 País en cadenas o cerrado)
Persecución de los cristianos en Japón
Persecución de los cristianos en Japón

Ahora bien, tras un largo periodo de estabilidad en 1830 se produjo una crisis a causa de la combinación de malas cosechas, epidemias de viruela y tifus, hambrunas y disturbios entre la población campesina y urbana menos favorecida. Este periodo es muy importante pues luego de casi dos siglos por primera vez Japón experimentaba un levantamiento popular y violento considerable, donde se asaltaron graneros públicos, edificios de la administración y propiedades privadas. El shogunato reaccionó rápidamente reprimiendo las manifestaciones e implementando reformas que buscaban controlar la alza en los precios, reducir el gasto público, enfrentar la corrupción y evitar que los samuráis y señores feudales se endeudaran para mantener pomposos estilos de vida.

Aun con todo las medidas adoptadas no lograron solucionar el problema, surgiendo ahora el descontento no solo entre las clases desfavorecidas, sino entre los daimios, samurái e intelectuales, quienes culpaban al shogun de la decadencia que estaba experimentado el país. En consecuencia, muchos sectores reclamaban el regreso a la figura imperial como centro de la política, a lo que habría que sumar la oposición que se estaba gestando entre las sectas sintoístas, las cuales alegaban que el shogun no tenía la legitimidad divina que poseía el emperador para gobernar. Esta combinación de desprestigio económico, político y religioso del shogun, acrecentó el rol del emperador como garante de la continuidad de la nación y su progreso, dado el origen divino que se le atribuía.

Emperador Meiji en 1873

Todo esto ocurrió en un momento donde el imperialismo occidental tocaba a las puertas de Japón, pues europeos, rusos y estadounidenses competían por conquistar toda Asia, con el fin de apoderarse de nuevas rutas comerciales, monopolizar la extracción de materias primas para alimentar su propia revolución industrial, movilizar capitales, incentivar la migración de colonos y maximizar sus ganancias en los territorios colonizados. Este tipo de imperialismo significó una revolución para su época, en la medida de que ahora no buscaba instalar factorías o puertos comerciales en las costas de los países en los que centraba su interés, sino que tenía como objetivo apoderarse de la totalidad de su territorio, población y gobierno. Tras esto comúnmente se creaban Estados títere o administraciones coloniales, encargadas de poner al servicio de sus empresas los recursos del país colonizado, o bien preparar las condiciones para asentar el exceso de población de la metrópolis.

Ahora bien, aunque Japón no representaba el botín más preciado para estas potencias, puesto que su meta real era encontrar mejores rutas comerciales para incursionar en el mercado chino o garantizar la seguridad del comercio con India en el caso británico. En consecuencia, Japón se postulaba como un enclave esencial para generar rutas de navegación y aprovisionamiento más directas, seguras y eficientes. Esto quedaría mucho más claro cuando Estados Unidos logró consolidar su conquista del Oeste, arrebatando la mitad de su territorio a México, encontrando una salida al océano Pacífico y estableciendo la ruta marítima San Francisco-Shanghái, cuestión que llevaría a la nueva potencia a mirar a Japón como una estación para que sus barcos repostaran carbón, trataran temas logísticos y tuvieran acceso a mercados inexplorados para ellos.

Imperialismo europeo en Asia y el Pacífico

Así, el gobierno del presidente estadounidense Fillmore, envió en 1853 al puerto de Uraga en Edo cuatro navíos de guerra bajo el mando del comodoro Matthew C. Perry, con el ultimátum de que Japón debía abrir sus puertos al comercio exterior bajo amenaza de guerra. Esto dejo en evidencia la extrema debilidad del shogunato, puesto que muchas de las defensas costeras de la capital estaban obsoletas o eran falsas, por lo que un ataque directo contra Edo terminaría con una victoria extranjera sin muchas dificultades. Aquello puso en un dilema a las autoridades del shogun quienes solo tenían seis meses para responder a la petición de los estadounidenses, siendo el último impulso para aceptar estas demandas el regreso del comodoro Perry, en un acto de gran teatralidad donde 8 buques de vapor cubrieron el cielo con cenizas negras. Aquello se gravaría a fuego en el imaginario nacional de Japón, donde el 31 de marzo de 1854 es recordado como el día de llegada de los Barcos Negros.

Con este suceso los estadounidenses lograron firmar un tratado que permitía a sus barcos obtener víveres y suministros en los puertos de Hakodate y Shimoda, respeto por su marineros y el establecimiento de un representante diplomático en una ciudad pequeña alejada de la capital, aunque esto no implicó que oficialmente existieran relaciones comerciales y diplomáticas entre ambos países. Como vemos, de repente una zona que hasta el siglo XIX había sido casi inaccesible para los occidentales, comenzó a tener una enorme influencia de la cultura europea y estadounidense, lo que puso en tela de juicio la capacidad del shogun de velar por los intereses de Japón.

Matthew C. Perry
Los barcos negros llegan a Edo

No obstante, los intentos de intervención extranjera no eran nuevos para los nipones, puesto que a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX habían repelido incursiones rusas y británicas, pero la vergüenza de haber sido vencidos sin siquiera luchar y el ejemplo de la humillación que estaba sufriendo China tras las guerras del opio, hacían temer que Japón dejara de existir como una entidad política independiente. Esta preocupación no era infundada si observamos que el periodo en cuestión es conocido en China como el siglo de la humillación, por lo que las decisiones que se tomaran a partir de este momento se consideraban vitales para la existencia misma de Japón.

Mientras tanto, en Edo se produjeron dos terremotos que a su vez desencadenaron un incendio que quemó buena parte de Yoshiwara, se presentaron grandes inundaciones en la Ciudad Baja a causa de aguaceros torrenciales y se presentó un brote de cólera. Además, la eliminación del sistema sankin kotai que ya no obligaba a los samurái a residir en Edo cada dos años, provocó una emigración masiva de personas que redujo la población de la ciudad en al menos 300.000 personas. Por último, en las décadas de 1830 y 1840 se presentaron problemas económicos a causa del ingreso de productos extranjeros de mejor calidad y más baratos, inflación y desempleo, lo cual desembocó en el aumento de la popularidad del emperador y la formación de movimientos de corte xenófobo y conservador. Así, con la legitimidad del gobierno del shogun destrozada y la firma de una serie de tratados desiguales con potencias occidentales, se sentaron las bases para el estallido de una guerra civil que marcaría la acelerada y profunda transformación de Japón, teniendo a la ciudad de Edo como su epicentro.

Guerra del opio en China

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