Historia de Tokio. Parte 2

La Restauración Meiji y la caída de los samuráis

Para el siglo XVIII Japón era un país de treinta millones de habitantes gobernado por el poderoso clan Tokugawa, el cual como hemos dicho estaba regido por una estricta política de aislamiento, pero también por un periodo de paz que incentivó el desarrollo, el comercio interior, el crecimiento de las ciudades, las artes, la educación para los estamentos intermedios y la complejizarían de la sociedad. Las tres ciudades más grandes del país eran para entonces Osaka y Kioto con medio millón de habitantes y Edo con un millón, siendo esta una población asombrosa teniendo en cuenta que ciudades como Madrid solo alcanzarían esos números un siglo después.

En cuanto a su organización social, el sistema de jerarquía nipona tenía una forma de pirámide y estaba encabezada por el emperador concebido como un dios-hombre, posteriormente el shogun como líder político, los aristócratas cortesanos, funcionarios, samurái y por último el resto de la población. La clase samurái estaba compuesta por 400.000 familias o en otras palabras 2 millones de personas de un total de 30 millones de habitantes, por lo que si bien esta era una élite, el estatus de samurái no era algo excepcional. No obstante, su papel como guerreros y su pensamiento filosófico estaba cayendo cada vez más en desuso, siendo superados en riqueza e importancia por comerciantes y funcionarios públicos.

En vista de su decadencia muchos samuráis decidieron unirse al clamor de otros sectores de la sociedad que deseaban restaurar el poder del emperador, enarbolando la bandera revolucionaria del rechazo a los extranjeros y la conservación de la tradición. Con ello, la figura del emperador se instaló como cabeza de la actualidad política japonesa, en un principio por medios no violentos al no tener un ejército propio, pero atrayendo rápidamente adeptos armados que defendieron sus intereses en la guerra civil que se produjo entre 1860 y 1868. El lema de este movimiento era ´´¡Afuera los extranjeros!, ¡Expulsemos a los bárbaros!, ¡Reverenciad al Emperador!´´, el cual fue acompañado de ataques y asesinatos de extrajeron en los puertos y en misiones diplomáticas.

Emperador Meiji en 1873
Rurouni Kenshin (1994)

Esta revolución sería conocida como la Restauración Meiji que significa gobierno iluminado, cuyo objetivo era restaurar el poder político del príncipe Mutsuhito de 15 años de edad. De esta forma tras una serie de batallas sangrientas los partidarios del emperador lograron vencer a los ejércitos Tokugawa, consiguiendo la abolición del shogunato y el acenso político del emperador en 1868. Sin embargo, para desgracia de los samurái involucrados en esta guerra en favor del emperador, el movimiento que inició con una clara posición anti extranjera y tradicionalista, precipitadamente reconoció que no tenían los medios requeridos para oponerse al poder occidental. Como resultado, decidieron asimilar los conocimientos más útiles para el desarrollo del país, pero sometiéndolos al filtro de las antiguas instituciones y las tradiciones que marcaban la idiosincrasia nipona.

Ahora bien, el nombre Meji fue adoptado por Mutsuhito el 23 de octubre de 1868, con el fin de describir su gobierno como uno ilustrado semejante al Siglo de las Luces y el despotismo ilustrado en Europa, con la diferencia de que en Japón coexistía una clase política y militar mucho más poderosa. La era Meiji se caracterizaría por la ejecución de una gran cantidad de reformas políticas, sociales y económicas, centradas en lograr alcanzar la modernización del país, la centralización del poder y obtener un puesto entre las grandes naciones occidentales para Japón, como la única potencia asiática del planeta. Para lograr esto el poder se concentró en torno al emperador y en especial en sus asesores que eran los realmente encargados de dirigir la política nacional.

Restauración Meiji (gobierno iluminado)
Último shogún de Tokugawa, Yoshinobu

Así, en menos de dos décadas surgió un Estado japonés moderno que nada tenía que ver con el de 1868, donde las instituciones feudales fueron eliminadas y las posesiones del clan Tokugawa y los daimios se nacionalizaron a cambio de una indemnización, en un proceso que permitió la transición de un país formado por un conjunto de territorios controlados por señores de la guerra, a un sistema de prefecturas propio de un Estado moderno. Además, se crearon instituciones administrativas de corte occidental, se abolió el sistema estamental (incluyendo la clase de los samurái) en pos de la igualdad ante la ley, desaparecieron los privilegios personales y las trabas a la movilidad social, se dio mayores oportunidades a las clases medias, se amplió la base social del Estado, se sustituyó la nobleza hereditaria por una burocracia designada y se abrió campo a la revolución científica e industrial. No obstante, otros cambios como la instalación del liberalismo o la democracia nunca fueron una prioridad para el Estado japonés, quien no veía con buenos ojos la transformación política radical de la sociedad. A efectos prácticos, la prioridad del Estado era convertir a Japón prontamente en un país civilizado a ojos de los occidentales, en pos de recuperar la soberanía perdida y eliminar los tratados desiguales.

Gobierno de Meiji en Japón

Aun así, lo más importante para este artículo será el traslado de la capital imperial de Kioto a Edo, la cual fue renombrada como Tokio (´´Capital del Este´´), ocupando ahora el emperador el palacio y las funciones del shogun. Ahora en las calles de Tokio se pasó del completo rechazo a los occidentales a una aceptación de sus elementos arquitectónicos, moda, tecnología y hasta gastronomía, privilegiándose la llegada de asesores europeos y estadounidenses, mientras que la élite japonesa realizaba viajes por las potencias más importantes del mundo en detrimento de China.

Comenzó pues un proceso de occidentalización acelerado que cambiaría para siempre el paisaje, las costumbres y las leyes de Japón, prohibiéndose por ejemplo los baños públicos mixtos, la edición de obras pornográficas, la práctica de los tatuajes, andar desnudo en público e incluso en Tokio andar descalzo por sus calles. Todos estos cambios marcaron una nueva diferenciación social al insertarse con fuerza el uso de trajes europeos que daban estatus, popularizar el consumo de carne hasta entonces prohibida por el budismo (al parecer debido a que se creía que los europeos eran tan altos a causa de su dieta) y prohibir el porte de catanas.

Cambio de capital de kioto a Edo
Modernización de Japón

Esto último, se consideró una grave ofensa a los samurái que se sumaba a las humillaciones que estaban recibiendo en los cuarteles de tipo occidental, donde su estética y pensamiento militar era motivo de burla. Aquello produjo una serie de revueltas encabezadas por los samurái, siendo la más importante de ellas la liderada por Saigō Takamori en 1877, que tras ser derrotada por los fusiles y los cañones modernos del ejército imperial, marcó el fin de una era y el inicio de la modernización de Japón. Desde entonces la estética tradicional se reemplazó por cortes de cabello de tipo occidental, chaqueta y corbata, convirtiéndose el hombre de traje en el símbolo de la nueva élite japonesa. Ahora bien, para poner fin a esta guerra fratricida y buscar la reconciliación de la sociedad, el emperador ordenó la construcción en 1869 del Santuario Yasukuni (´´santuario de un pueblo pacífico´´), con el objetivo de rememorar a los muertos de ambos bandos durante la guerra civil. En resultado, dicho santuario se convirtió hasta el día de hoy en un símbolo nacional, cuya connotación y función ha cambiado conforme Japón se adentró en nuevos conflictos a nivel internacional.

Por otro lado, nuevos edificios hicieron su aparición en Tokio de la mano del establecimiento de un sistema monetario, bancario y fiscal a nivel nacional, donde los recursos de los impuestos ya no pasaban por las manos de los señores feudales sino que llegaban directamente al Estado. Aquello facilitó que los campesinos fueran dueños de sus tierras, aumentaran su producción y fueran libres de comercializar sus cosechas, creando una entorno propicio para que floreciera el comercio interno. A su vez, con los impuestos recaudados el Estado tuvo por fin los recursos necesarios para invertir en grandes obras para mejorar la infraestructura del país, ampliar la productividad y llevar a cabo proyectos de urbanización, los cuales serían la base para el crecimiento futuro de Japón.

Saigō Takamori
Santuario Yasukuni (´´santuario de un pueblo pacífico´´)

Esta sería la primera vez que el modelo occidental triunfaría de manera rotunda en un país no occidental. El Estado fue pues el protagonista de toda esta modernización ya que intervino en todos los sectores, realizando inversiones con dinero público dada la relativamente limitada inversión extranjera de la que se disponía o se permitía. Por su parte, en cuanto a la apertura de la economía al comercio exterior, se privilegió un desarrollo industrial planificado por el gobierno donde se buscaba la sustitución de importaciones y la corrección del déficit comercial, debido a que Japón exportaba principalmente materias primas y debía importar manufacturas y energía. Con esto quedó claro que la industria militar sería esencial para asegurar el papel internacional del país.

Algo a resaltar es que en un principio todas estas iniciativas de modernización como la línea de ferrocarril Tokio-Yokohama, dependieron de tecnología e ingenieros extranjeros, pero la mentalidad japonesa implicaba formar rápido a su población en estas nuevas tecnologías, con el fin de sustituir la mano de obra extranjera por local en el menor tiempo posible. Así, entre 1885 y 1920 sectores como el textil, el metalúrgico, las maquinarias pesadas, los sistemas de electricidad y gas y los productos químicos, se llevaban a cabo con tecnología y mano de obra japonesa. Esto permitió que los científicos japoneses pudiesen realizar en un tiempo récord grandes aportaciones en sectores claves como la medicina, la biología, la física, las matemáticas, la construcción de barcos y la industria militar. Para entender la radicalidad de este cambio, basta con recordar las palabras de viajeros ingleses que afirmaban unos años antes que el puerto comercial de Tokio no tenía ningún valor para os barcos europeos, puesto que este no tenía depósitos, aduanas e infraestructura suficiente para cumplir las necesidades de los grandes barcos mercantes. Así, en 1872 la red ferroviaria era marginal con tan solo 29 kilómetros, pero en unos cuantos años las líneas férreas se construyeron de manera exponencial, pasando a contar Japón con 1030 kilómetros en 1877, 3400 en 1894, 7600 en 1904 y 11400  en 1914. Lo mismo ocurrió con la flota mercante japonesa que en 1873 contaba con 26 barcos, 169 en 1894, 797 en 1904 y 1514 en 1913.

Evolución del ferrocarril en Japón
Flota mercante japonesa
Cambio urbano de Tokio

Igualmente, los incendios seguían siendo un grave problema como se demostró en 1872 cuando la mayor parte de Giza se destruyó por las llamas, aunque al mismo tiempo esto permitió una transformación profundad de la arquitectura de la zona, incluyéndose estructuras modernas de ladrillo rojo diseñadas por el ingeniero civil irlandés Thomas Waters. Este distrito recibiría el nombre de Bricktown o ciudad de los ladrillos, al inaugurar una tendencia a la construcción de edificación con materiales modernos en reemplazo de la madera.

Sin embargo, esta modernización arquitectónica no fue un éxito completo puesto que la mayoría de comerciantes no podían acceder a los alquileres de los negocios en esta exclusiva zona de la ciudad, a lo que habría que sumar que su diseño demostró no ser demasiado apto para el clima de Tokio al no poseer una buena ventilación, favorecer la presencia de goteras en los techos producto de las fuertes lluvias y generar la suficiente humedad para que insectos y otras plagas se reprodujeran sin control.

Aun con estas dificultades, resulta imposible separar la historia general de Japón de la historia de Tokio, puesto que esta ciudad fue el nexo ininterrumpido por siglos entre el poder y sus gobernados. En consecuencia, aquello que pasaba en Tokio necesariamente afectaba al resto del país. Una muestra de ello es que en palabras de la viajera inglesa Isabella Bird, algo que siempre le pareció fuera de lugar era llegar a la capital de los samurái en un tren de vapor, dinámica que cambió por completo cuando la novedosa Tokio acercó al país a los tiempos modernos, marcando la pauta para el resto de ciudades niponas.

Cambio urbano de Tokio

En este sentido, la planificación urbana de Tokio cambió aceleradamente la cotidianidad japonesa, al dejar de privilegiar la circulación peatonal y fluvial que fue reemplazada por carruajes, carretas y ferrocarriles, augurando cómo sería el diseño del nuevo paisaje urbano en la tierra del sol naciente. La nueva infraestructura vial como las zonas de carga y descarga de trenes en Akihabara, permitieron la aparición de nuevos y vibrantes mercados rebosantes de mercancías locales y extranjeras. Además, los puentes de la ciudad también se modernizaron cambiando la madera por el acero y la combinación de carriles para vehículos de rueda y líneas de ferrocarril, siendo uno de los más famosos el puente Azuma-bashi construido en 1887 que sigue en funcionamiento hasta la actualidad. Ahora la modernidad no resultaba extraña en Tokio, por el contrario, los rezagos de las mansiones feudales y los barracones se mostraban como fantasmas de tiempos pasados. Por tanto, con la desaparición del shogunato las estructuras que respaldaban su poder fueron reemplazadas por edificios modernos, destinados a contener las oficinas gubernamentales que sustentaban la autoridad del emperador. Lo único que se mantuvo intacto fue la presencia de los cuervos que con sus graznidos, han roto desde los orígenes de la ciudad la tranquilidad de los espacios más sosegados de la urbe.

De manera casi segura, los desastres que destruían la vieja herencia de Edo eran recibidos con cierto agrado por las oficinas de planeación urbana, puesto que su misión estaba en sintonía con el objetivo del gobierno japonés de convertir en una potencia al país, para lo cual en palabras del ministro del interior era imperativo convertir a Tokio en la ciudad más grande y moderna de Asia, encumbrándola como modelo para todas las ciudades del futuro imperio nipón. Con esto en mente, Japón promovió la educación de sus funcionarios en el extranjero, los cuales al volver al país poseían la ambición de volver a Tokio una metrópolis comparable a Londres o París, no solo a nivel arquitectónico sino también financiero y político.

La nueva cara de Tokio
Puente Azuma-bashi

Una de las áreas que mejor vivió este impulso de occidentalización de la arquitectura, fue el perímetro externo del Palacio imperial donde anteriormente estaban ubicados los cuarteles que guarnecían el castillo Edo, función ahora innecesaria pues Tokio contaba con un ejército moderno que no debía estar al lado de emperador para protegerlo. Dicho fenómeno proporcionó al gobierno una enorme área baldía frente al centro simbólico y administrativo del poder, el cual sería aprovechado por Iwasaki Yanosuke hermano del fundador de la multinacional Mitsubishi, quien deseaba construir un distrito financiero y de negocios moderno que albergara la sede principal de la compañía familiar. Así, con la ayuda del arquitecto británico Josiah Conder se erigió la London Block, un conjunto de edificaciones de ladrillo rojo inspirada en la arquitectura de la capital británica, en un intento de igualar a Tokio con las grandes capitales del mundo.

Asimismo, Conder se dedicaría a formar a jóvenes arquitectos japoneses, creando una reconocida reputación que le valió ser nombrado presidente honorario del Instituto de Arquitectura de Japón. Sería uno de sus alumnos llamado Tatsuno Kingo quien en 1914 concluiría la construcción de la mítica Estación de Tokio, un edificio de estilo victoriano y ladrillo rojo, el cual se convertiría durante décadas en símbolo de la nueva era y el poder imperial. Otros edificios de este estilo rodearían al Palacio imperial donde se construirían universidades, oficinas ministeriales y un palacio de estilo renacentista francés llamado Rokumeikan o Pabellón del bramido del ciervo.

Iwasaki Yanosuke
Josiah Conder
London Block
Estación de Tokio

El Rokumeikan terminado en 1883, tenía como objetivo alojar a los diplomáticos occidentales y mostrarles los avances japoneses en materia de occidentalización, aunque terminó generando una gran polémica acerca de si lograba reproducir fielmente la arquitectura francesa, siendo comparado por el escritor francés Pierre Loti con un mal casino de cualquier ciudad europea. No obstante, para los sectores progresistas de Japón el Rokumeikan se convirtió en un símbolo del acercamiento de Japón a Occidente, mientras que para los conservadores representó una muestra más de la pérdida de la tradición japonesa en favor de lo extranjero. Esto convirtió a Rokumeikan en el edificio más famoso de Tokio durante la década dorada de 1880, siendo solo opacado por la inauguración del Hotel Imperial en 1890, el cual lo superó en funcionalidad y lujos, forzando su conversión en un club para caballeros adinerados.

Rokumeikan

Ahora bien, no todo era esplendor en las nuevas edificaciones que transformaron el paisaje de Tokio, puesto que las fábricas también ocuparon un buen porcentaje de la ciudad, trayendo el problema de la contaminación del aire debido al uso exhaustivo de carbón para la producción. En palabras del profesor inglés de la Universidad Imperial de Tokio, Basil Hall Chamberlain, el aire de la Ciudad Baja se convirtió en una desagradable ´´mezcla de lodo, moho y miasma, que en Tokio se disfraza bajo el nombre de aire´´. Empero, estas afirmaciones deben ser tomadas con cuidado puesto que Tokio despertaba sentimientos opuestos en los extranjeros, donde unos decían que era un barrio pobre con aspiraciones por encima de su posición y otros lo comparaban con Roma o Venecia, por su personalidad, vida acuática y belleza. Otro cambio considerable fue la transición del transporte fluvial por los coches y las calles asfaltadas, que fueron condenado poco a poco al olvido los canales y las barcazas que los recorrían.

Industrialización de Tokoi

Aquello obligó incluso a reconfigurar la ubicación de las zonas de comida y los mejores restaurantes de la ciudad que antes aprovechaban las rutas fluviales, quedándose estos progresivamente demasiado lejos del centro de la vida cotidiana tokiota y de las principales vías terrestres de la urbe. Igualmente, la electrificación de la ciudad modificó por completo su vida nocturna y las historias romantizadas del peligro que los valientes samuráis enfrentaban, al recorrer sus calles con pequeñas lámparas de aceite. Ahora el cielo repleto de estrellas que tantas veces había inspirado a los poetas era cada vez menos visible, pero a cambio la noche se volvió parte de la vida social, alterando incluso el ciclo de sueño de los tokiotas que hasta entonces estaban acostumbrados a levantarse al amanecer y volver a sus casas al atardecer.

Por otro lado, ahora las empresas podían implementar turnos nocturnos para aumentar su productividad, haciendo que la noche se convirtiera en parte cotidiana de muchos ciudadanos. Además, junto a los cables de electricidad se multiplicaron también las redes de telégrafo que invadieron el paisaje de Tokio, arruinando para muchos el cielo de la ciudad, al tiempo que condenaron a ser un problema de salud pública al pasatiempo de volar cometas en las calles de Edo. Curiosamente, esto mismo permitió que algunos terminaran ganando dinero vendiendo ventiladores de metal, dirigidos a proteger el cerebro de samuráis incautos que creían que las ondas eléctricas de los cables podían afectar su salud. Conjuntamente, los relojes de bolsillo se convirtieron en moda cuando el bullicio de la modernidad opacó las campanas de los templos que tradicionalmente marcaban la hora, Por su parte, la fotografía desplazó consistentemente a los grabados tradicionales como forma de arte, haciendo que los pocos artistas que quedaban tuvieran que realizar combinaciones de estilos japoneses y europeos para poder mantenerse en el mercado.

Cometas en las calles de Edo
Duelo samurái en Edo

Todos estos cambios dejaron atrás a muchas personas que no pudieron adaptarse a la desbordante modernización de Japón, produciendo choques entre modernidad y tradición que pueden verse en el poema de Masaoka Shiki escrito en 1900:

Vislumbrado en la luz de la luna luminosa

Los bosques de Ueno

Entonces mi casa se estremeció y sacudió

Al pasar las locomotoras

Bosques de Ueno

Para finalizar, en las afueras de la ciudad el distrito de Asakusa cobraría una enorme relevancia, tras la expulsión de los teatros kabuki del centro de Tokio en 1841 por razones de moralidad. Esta decisión solo lograría que el crecimiento de la ciudad se dirigiera hasta este espacio de entretenimiento, donde podían encontrarse diversos espectáculos, prostitución, restaurantes, cafés y comidas rápidas innovadoras. Más tarde, Asakusa sería el hogar de los cinemas durante el auge del cine, pero tal vez su más grande aportación a la cultura japonesa sería la construcción de la torre Ryounkaku o Torre que supera las nubes, diseñada por el escocés William Kinnimond Burton entre 1856 y 1899. Este sería el primer rascacielos de Japón y contaba con doce pisos repletos de tiendas con productos nacionales y extranjeros, con el aliciente de contar con la mejor vista de Tokio y hasta del Monte Fuji en un día despejado. En sus 46 tiendas cualquier tokiota podía tener acceso a cachivaches de Europa, África y América, convirtiéndose en parte de la cultura popular y de las tardes de Tokio. Aun así, el orgullo de la ciudad solo duraría 33 años a causa de los temblores de 1894 y en especial por el Gran terremoto de Kanto de 1923.

Como vemos, la occidentalización de Tokio fue tal que en palabras de muchos viajeros europeos ´´Uno de cada diez hombres iba vestido a la europea desde el sombrero hasta los zapatos”, los rótulos en las tiendas se escribían en inglés y se ofrecían por doquier mercancías inglesas, pese a que muy pocos japoneses hablaran inglés. Sin embargo, toda esta occidentalización no borró por completo la tradición japonesa sino que se estableció a través de sincretismos que la vincularon a la cultura autóctona. Así, elementos tradicionalmente japoneses como el uso de la naturaleza para crear entornos modernos y armoniosos, siguió estando vigente pese a la modernización. Así, aun hoy podemos encontrar en Tokio espacios  dominados por el agua, los cerezos, las glicinias, las peonías, entre otras plantas que han decorado la urbe desde el periodo Edo.

Ryounkaku diseñada por el escocés William Kinnimond Burton
Evolución de la arquitectura de Tokio

Para finalizar, en las afueras de la ciudad el distrito de Asakusa cobraría una enorme relevancia, tras la expulsión de los teatros kabuki del centro de Tokio en 1841 por razones de moralidad. Esta decisión solo lograría que el crecimiento de la ciudad se dirigiera hasta este espacio de entretenimiento, donde podían encontrarse diversos espectáculos, prostitución, restaurantes, cafés y comidas rápidas innovadoras. Más tarde, Asakusa sería el hogar de los cinemas durante el auge del cine, pero tal vez su más grande aportación a la cultura japonesa sería la construcción de la torre Ryounkaku o Torre que supera las nubes, diseñada por el escocés William Kinnimond Burton entre 1856 y 1899. Este sería el primer rascacielos de Japón y contaba con doce pisos repletos de tiendas con productos nacionales y extranjeros, con el aliciente de contar con la mejor vista de Tokio y hasta del Monte Fuji en un día despejado. En sus 46 tiendas cualquier tokiota podía tener acceso a cachivaches de Europa, África y América, convirtiéndose en parte de la cultura popular y de las tardes de Tokio. Aun así, el orgullo de la ciudad solo duraría 33 años a causa de los temblores de 1894 y en especial por el Gran terremoto de Kanto de 1923.

Como vemos, la occidentalización de Tokio fue tal que en palabras de muchos viajeros europeos ´´Uno de cada diez hombres iba vestido a la europea desde el sombrero hasta los zapatos”, los rótulos en las tiendas se escribían en inglés y se ofrecían por doquier mercancías inglesas, pese a que muy pocos japoneses hablaran inglés. Sin embargo, toda esta occidentalización no borró por completo la tradición japonesa sino que se estableció a través de sincretismos que la vincularon a la cultura autóctona. Así, elementos tradicionalmente japoneses como el uso de la naturaleza para crear entornos modernos y armoniosos, siguió estando vigente pese a la modernización. Así, aun hoy podemos encontrar en Tokio espacios  dominados por el agua, los cerezos, las glicinias, las peonías, entre otras plantas que han decorado la urbe desde el periodo Edo.

Distrito de Asakusa y el boom de los cines

Por otro lado, las exposiciones comerciales e industriales se apoderaron de Tokio en la década de 1910, atrayendo a todo tipo de público de esta gran urbe. Una de las más famosas fue la exposición Colonial en Ueno, realizada en octubre de 1912 durante los primeros meses de la era Taisho, entre sus exhibiciones se encontraba la colección del príncipe Yi de Chosen arrebatada a Corea, junto a elementos que referenciaban a dieciocho pueblos indígenas, incluyendo a aborígenes de la colonia japonesa de Formosa (Taiwán) y una mujer ainu con tatuajes faciales azules de la isla norteña de Hokkaido, en Japón. Estas exposiciones que asemejaban a zoológicos humanos, fueron muy populares en el siglo XIX e inicios del siglo XX, donde las teorías racistas y de superioridad racial dominaban la política mundial. El nuevo emperador formó parte de algunos de estos eventos, asistiendo por ejemplo a la Exposición Taisho en 1914 cuyo objetivo era promover la industria de Japón, la cual atrajo a la asombrosa cantidad de siete millones de visitantes. A su vez, en este contexto apareció una abundante cantidad de prensa que rápidamente adquirió una enorme importancia en el análisis de los asuntos nacionales, creando un foro nacional para la opinión pública sobre la política nipona, incluyendo aquellos acontecimientos que provenían directamente del Palacio imperial.

Expo Takushoku, un grupo de razas coloniales
Sacerdotes budistas taiwaneses en la Expo Takushoku

Esto trajo un enorme problema para el emperador puesto que rumores acerca de su falta de inteligencia y promiscuidad comenzaron a difundirse, en un momento donde a Japón llegaban noticias de la decadencia de la monarquía en Europa tras la Revolución Rusa de 1917, la desintegración de los Estados multinacionales y los efectos de la posguerra. Aunado a esto, la crisis económica que provocó el alto gasto militar de Japón durante sus guerras coloniales desencadenó numerosas huelgas, las cuales se nutrieron de un floreciente movimiento sindical altamente politizado y sustentado en las teorías marxistas que atraían a trabajadores e intelectuales. La efervescencia de estos movimientos radicales fe tal que se temió que pudieran amenazar incluso a la casa imperial. La cúspide de estas protestas se produjo cuando un aumento en los precios del arroz en 1918, hizo que unas dos millones de personas salieran a la calle en una dinámica que terminó en el incendio de tiendas, comisarías, burdeles de lujo, casas de personas prominentes e iglesias por todo Tokio. Al finalizar todo el caos que se había desatado, las autoridades ahorcaron a los presuntos cabecillas y arrestaron a más de 25.000 manifestantes.

Disturbios por el arroz de 1918

Modernización, industrialización y militarización de la sociedad japonesa

Para 1920 ya Japón era no solo el primer país industrializado de Asia sino una de las principales economías del mundo. Ahora bien, con la consolidación de la economía el Estado fue transfiriendo poco a poco la propiedad y gestión de la industria a la iniciativa privada, la cual demostró una enorme capacidad de trabajo, aprendizaje e innovación. Algo curioso es el hecho de que a pesar de que las exportaciones de materias primas descendían y la exportación de manufacturas aumentaba considerablemente, los precios de las importaciones de materias primas como metales, productos químicos, petróleo y alimentos terminaban por supera el costo de las exportaciones. Aquello despejó toda duda en las clases dirigentes japonesas acerca de la necesidad de disponer de un modelo organizativo de tipo militar que dotara al país de armas modernas, para poder disputar con otras potencias el acceso a materias primas y mercados. Sorprendentemente para 1890 Japón ya tenía un ejército de tierra numeroso dotado con rifles y artillería moderna fabricada en el país, mientras que a principios del siglo siguiente contaría con la cuarta marina más poderosa del mundo, gracias a que un tercio del presupuesto nacional se invertiría en asuntos militares.

Ejército y marina imperial

Como consecuencia de estas políticas, Japón pudo generar un equilibrio entre la implementación de su Revolución industrial y la conservación de su cultura, pues el lema de la modernización se plasmó en la frase Wakon yosai que quiere decir ´´tecnología occidental y espíritu japonés´´ o ´´ética oriental y ciencia occidental´´. En otras palabras, se buscó conservar celosamente las estructuras sociales y familiares, el arte y la filosofía japonesa garantizando la obediencia de la población, pero sin que esto obstaculizara la llegada de la tecnología y los avances occidentales. Por tanto, la obediencia a los espíritus de los ancestros, al emperador y al hombre cabeza de familia, se mantuvieron como elementos indiscutibles de la sociedad nipona. En consecuencia, a diferencia de la fragmentación que sufrió China o la sumisión total de India y otros reinos asiáticos, Japón se mantuvo territorialmente unido y políticamente independiente.

Combinación de tradición y modernidad enla Restauración Meiji

Ahora Japón deseaba crear un imperio a semejanza de las potencias occidentales a lo largo del Pacífico, Corea y China, donde pudiera imponer sus propios tratados desiguales. Corea sería el primer territorio en sufrir la política imperialista japonesa desde 1875, pasando por su anexión a Japón en 1910 y culminando con su independencia tras la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, China libraría dos grandes guerras con Japón junto a diversos enfrentamientos menores, teniendo que concederle privilegios comerciales, extensas zonas territoriales y la posibilidad de explotar sus recursos. Ni siquiera el poderoso Imperio zarista pudo evitar la confrontación, siendo derrotado en la guerra ruso-japonesa de 1904, la cual puso fin a sus expectativas de hegemonía en Corea y el norte de China. Esta victoria completamente inesperada permitió que Japón reclamara un asiento en el sistema internacional, como una de las principales potencias militares del mundo, al ser el único país asiático en derrotar cabalmente a una potencia europea.

Soldado japonés arrebata el territorio de los pies rusos y lo tira del mapa.
Ballena y peces cenan soldados rusos.
El Zar tiene una pesadilla sobre su armada
Imperio japonés en 1939

Sin embargo, todos estos éxitos avivaron el recelo de otras potencias como Gran Bretaña y Estados Unidos, quienes veían en el expansionismo japonés una amenaza para sus intereses en la zona, al tiempo que la guerra provocó el surgimiento de sentimientos anti japoneses en muchos países de Asia y en especial en China. Pese a todo, la idea de la consecución de más espacio vital se instaló fuertemente en la élite japonesa, aunque hubo dos postura acerca de cómo lograr conseguir este espacio: bien por el poder económico e industrial o por el uso de las armas. Este impulso nacionalista y belicista fue exacerbado por la obtención de grandes concesiones comerciales, industriales y territoriales por China en 1895, la anexión de Taiwán, las islas Pescadores y Port Arthur, junto a una enorme influencia sobre Guandong, Manchuria meridional y la Mongolia interior, al tener un gigantesco control del sistema férreo que atravesaba estas regiones, incluidos los yacimientos mineros que conectaba.

En pocas palabras, ahora Japón poseía un enorme imperio colonial finalizada la era Meiji en 1912 tras el fallecimiento del emperador Mutsuhito y el ascenso de su hijo Yoshihito, quien inauguraría en 1926 la conocida como era Taisho o Gran Legitimidad. Sin embargo, el factor que más contribuiría al crecimiento japonés sería el estallido de la Primera Guerra Mundial, conflicto que obligaría a los europeos a concentrarse en el escenario continental, dejando la puerta abierta para una mayor influencia japonesa en Asia y el Pacífico. Esta dinámica equilibró la balanza comercial a favor de Japón, multiplicando la expansión productiva de astilleros, industrias metalúrgicas y pesadas, entre otros sectores que empezaron a necesitar un gran número de mano de obra y que fueron respaldados por los planes económicos del Estado.

Yoshihito y la era Taisho o Gran Legitimidad

Por otro lado, aprovechando un tratado de muto apoyo que Japón había firmado con Gran Bretaña, Tokio declaró la guerra a Alemania apoderándose prácticamente sin luchar de las posesiones germanas en China y el Pacífico. De un momento a otro, Japón adquirió numerosos territorios como la Micronesia alemana, las Marianas, las Carolinas y la isla Marshall, las cuales si bien no estaban bajo su completa jurisdicción sino como mandatos otorgados por la Liga de Naciones, a efectos prácticos representaban colonias plenamente reconocidas de Japón.

Hasta este punto los japoneses no habían hecho nada que las demás potencias europeas no hubiesen hecho también, tal vez su único elemento diferenciador (aunque no original) era la combinación de militarismo y una política antiliberal que más tarde terminaría por acercar al país a la Alemania de Hitler. Todo lo anteriormente mencionado le valió a Japón un asiento en la Conferencia de Paz de París de 1919 y una débil pero innegable participación en la firma del tratado de Versalles que dio fin a la Gran Guerra. No obstante, tras el cese de hostilidades Japón tuvo que renunciar a algunos de los acuerdos y territorios que había conquistado durante sus campañas, cuestión que enojó a los sectores más nacionalistas de la política nacional, quienes creían que Japón merecía mucho más que lo que había recibido.

Lo mismo ocurrió cuando los japoneses se dieron cuenta que los occidentales no los veían como iguales, al rechazar su petición de que se impusiera la igualdad de razas en esta institución internacional, con lo cual no se podría discriminar a ninguna persona en función de su raza. Dicha propuesta sería rechazada por países como Estados Unidos y Australia, temerosos de tener que acoger una mayor migración procedente de Japón. Todo esto causó gran decepción en los sectores más ultranacionalista del país que intentaron boicotear por todos los medios posibles a los gobiernos moderados que gobernaron entre 1922 y 1929, llegando a asesinar en 1921 al primer ministro Hara Takahasi.

Japón es comenzado a representar como un de los grandes actores del sistema internacional

El gran terremoto de Kantō de 1923 y la destrucción de Tokio

Al inicio de la década de 1920, Japón parecía en la cúspide de su desarrollo al obtener victorias determinantes en el ámbito internacional y avanzar a pasos agigantados hacia su modernización, sin embargo, en 1923 ocurrió una de las catástrofes naturales más destructivas de la historia nipona. Así, en la tarde del 1 de septiembre de 1923 se produjo el Gran terremoto de Kantō con una magnitud de 7.8, el cual echaría abajo 50 años de esfuerzos modernizadores, dejaría a un millón y medio de personas sin hogar y produciría más de 105.000 muertos, 52.074 heridos y 43.000 desaparecidos. Asimismo, el sismógrafo instalado en la Universidad Imperial de Tokio registro más de mil setecientas replicas durante los siguientes tres días, en parte debido a que la ciudad se encuentra sobre o cerca de dos zonas sísmicas activas. No obstante, el sismo en sí mismo no causó la mayoría de la devastación, puesto que fueron los incendios posteriores los que dejarían una mayor cantidad de víctimas y pérdidas materiales. Este terremoto fue precedido por una gran inundación del río Sumida en 1910, cuya fuerza destruyó gran parte de la Ciudad Baja, la cual fue seguida al año siguiente por un incendio que arrasó el barrio del placer de Yoshiwara, por lo que como vemos la historia de Tokio es una historia de la destrucción y reconstrucción de la misma.

Varios factores contribuyeron a que los incendios se esparcieran por casi toda la ciudad, algunos expertos afirman que la catástrofe fue producto de que el terremoto ocurriera en horas de almuerzo, cuando miles de fuegos estaban encendidos para cocinar. Aunado a esto, cabe señalar la presencia de fuertes vientos traídos por un tifón que magnificaron la extensión de las llamas. Por su parte, otros estudios argumentan que con anterioridad se presentaron en Edo incendios con consecuencias similares a las de 1923, cuya hora de inicio fue la media noche, haciendo que elementos como el numeroso tendido eléctrico y la presencia de grandes concentraciones de gas y químicos en una ciudad que aún era principalmente de madera, crearan el escenario perfecto para que hasta la más pequeña chispa se saliera de control.

Tokio antes y después del terremoto de kanto

Sin importar la razón, Tokio ardió por dos días reduciendo a cenizas el 44% del área urbana de Tokio y afectando a cerca del 73,8% de todos los hogares tokiotas, destruyendo casi todas las áreas centrales del antiguo Edo y la mayoría de la Ciudad Baja. En comparación, la Ciudad Alta donde antes habitaban los samurái casi no sufrió daños, aunque en las zonas remodeladas con edificios de ladrillos a las afueras del Palacio imperial, se comprobó que estas estructuras no eran lo suficientemente fuertes para resistir los sismos que regularmente ocurrían en Japón. En consecuencia, los altos edificios de ladrillos eran más resistentes al fuego que la madera, pero significaban un peligro mayor cuando se derrumbaban por los movimientos de tierra. En contraposición, las casas de madera tradicional resistían mejor los terremotos, las inundaciones y el viento pero sucumbían ante el fuego.

Otras tecnologías modernas como el asfalto también fueron problemáticas para manejar el caos devenido de los incendios, pues al generarse enormes torbellinos de fuego del tamaño de estadios de zumo que recorrieron la ciudad. Incluso la planificación moderna de la ciudad contribuyó al desastre, pues el aumento de automóviles y carreteras de asfalto en Ginza en 1921, las cuales fueron decoradas con árboles a sus extremos fue una combinación que haría que el camino se incendiara y se convirtiera en una aterradora pared de fuego, quedando muchas personas pegadas al asfalto derretido hasta ser atrapadas por las llamas. Algo parecido ocurrió cuando uno de estos torbellinos atrapó a cerca de 44.000 personas en un parque público, arrojándolas por los aires o calcinándolas por completo en cuestión de minutos.  

Gran terremoto de Kantō de 1923

Ni siquiera los canales fueron un lugar seguro para buscar refugio, debido a que según lo descrito por el escritor Funaki Yoshie, una lluvia de chispas cayó sobre personas que se encontraban en la cubierta de los barcos prendiéndole llamas a su cabello, en una dantesca escena que le recordó a la imagen del dios del fuego Fudo. A esto habría que sumar que los estanques, canales y ríos comenzaron a hervir por las altas temperaturas que habían provocado los incendios, haciendo que cualquiera que decidiera arrojarse al agua huyendo del fuego tuviera una cruenta muerte. Asimismo, el director de cine Kurosawa Akira narró posteriormente cómo su hermano mayor lo condujo a través de la carnicería que estaba ocurriendo, pudiendo ver «pilas de cadáveres que formaban pequeñas montañas. En la cima de una de estas montañas estaba sentado un cuerpo ennegrecido en la posición de loto de la meditación zen». Aparte de la pérdida de vidas, un gran número de edificios quedaron reducidos a escombros, las vías del tren y las líneas de tranvía se doblaron o derritieron, los puentes quedaron en ruinas, los cables de telégrafo se cortaron y las tuberías de alcantarillado y agua se abrieron.

Se dice que el incendio fue de tales proporciones que provocó una cortina de humos negro descomunal y una lluvia incesante de cenizas, paralizado el corazón de Japón que perdió a cientos de miles de sus habitantes no solo por el terremoto, el fuego y el humo, sino también por la emigración que siguió al desastre. Inclusive se barajó la posibilidad de trasladar la capital. No obstante, como anécdota curiosa se dice que muchos vendedores de anteojos en vista de la gran cantidad de polvo que se levantó con la catástrofe, salieron a vender bajo el grito: «¡Los mejores anteojos para proteger los ojos del polvo: tres en, solo tres yenes“, por lo que vemos que lo ultimo que se pierde es una buena oportunidad de negocio. Mientras tanto, el Príncipe Heredero Hirohito de solo veintitrés años, observaba durante su almuerzo como enormes columnas de humo negro devoraban su capital, solo dos años después de haber sido nombrado regente, augurando las dificultades que tendría que afrontar durante los primeros años de su reinado.

Dios Fudō Myō-ō El inamovible
Canales de Tokio

A su vez, 1,9 millones de personas sin hogar inundaron los parques construyendo chabolas y refugios improvisados para poder sobrevivir al invierno, mientras intentaban recuperar cualquier objeto valioso de los escombros para venderlo en los poblados cercanos o en el mercado negro. De los edificios icónicos que hemos visto solo el Hotel Imperial se mantuvo en pie, pues estructuras como Ryounkaku (Raspador de nubes) que antes se alzaban majestuosas hacia el cielo y había sobrevivido al terremoto de 1894, sufrió daños considerables y el colapso de su octavo piso, teniendo que ser demolida unos años después por razones de seguridad.

En consecuencia, cerca de las tres cuartas partes de los edificios de la ciudad habían sido destruidos o dañados gravemente luego de que se extinguieran los incendios (unos 580.397 edificios, incluyendo 3.633 templos budistas, 151 santuarios sintoístas y más de 200 iglesias), causando daños por más de mil millones de dólares contemporáneos. Así, de los 15 distritos de Tokio solo uno permaneció intacto en la Ciudad Alta y seis sufrieron pérdidas del 90% la mayoría de ellos en la Ciudad Baja, por lo que el corazón de Edo desapareció y el orgullo arquitectónico de la Restauración Meji quedo gravemente herido. Sin embargo, este trágico episodio de la historia nipona sería el preámbulo para que Tokio se transformara por completo una vez más, puesto que luego de tan solo una década de labores de reconstrucción,  Tokio volvería a estar en condiciones de competir con las mayores capitales del mundo.

Destrucción durante el Gran Terremoto de Kanto

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *