El choque de civilizaciones y el sistema internacional actual

El siglo XX fue uno de los periodos más violentos en la historia de la humanidad, en este espacio de tiempo vivimos dos guerras mundiales, guerras de colonización y descolonización, auge y caída de potencias occidentales y no occidentales, surgimiento de nuevos Estados y numerosos conflictos civiles que se han posicionado como el paradigma de la guerra contemporánea. Ahora bien, para entender el siglo XX tenemos por lo menos dos visiones, en primera instancia Eric Hobsbawm nos propone un corto siglo XX que va desde 1914 hasta 1991, lo que se traduce en una cronología que inicia con la Primera Guerra Mundial y termina con la caída de la Unión Soviética. Sin embargo, según Julián Casanova existe un largo siglo XX ligado a las consecuencias de la violencia del siglo XIX en las colonias europeas, las guerras balcánicas en el Imperio otomano, la violencia anarquista y los conflictos étnicos, ideológicos y religiosos a lo largo y ancho del mundo. Esta última propuesta se caracteriza por exigir un análisis transversal de todos los hemisferios y no solo un recorrido por la historia bélica de Europa occidental, aportando elementos muy interesantes para el análisis de los conflictos en los últimos tiempos.

Así, la importancia de lo planteado por Casanova radica en poder abordar la historia del siglo XVI al siglo XX de una manera más rigurosa, dado que los estudios acerca de estos periodos han pecado comúnmente de un exceso de eurocentrismo y del ensalzamiento casi místico de sus valores, logros y modelos. No obstante, muchos de sus principios centrales al ser aplicados en comunidades lejanas, no desembocaron en los mismos resultados que en las metrópolis europeas, sembrando las bases para futuros conflictos que desestabilizaron países y regiones enteras. Tal es el caso del concepto de Estado-nación en la creación de países independientes luego de la retirada de sus colonizadores, cuestión que creo sociedades desgarradas por las luchas independentistas, las fronteras rectas y arbitrarias, la combinación de grupos dispares y la idea de que la homogeneidad es el fundamento básico para la construcción de Estados exitosos. No es de extrañar que luego del auge de los movimientos anticolonialistas, se produjese una ola de guerras civiles, étnicas y religiosas, las cuales respondían a todas aquellas problemáticas que habían sido puestas en pausa por la acción militar, política y económica de las potencias europeas.

Mapa mundial con los territorios coloniales entre 1914 y la actualidad

Así, el vínculo entre nación y homogeneidad llevó a que la relativa convivencia que se presentaba al interior de los grandes imperios multinacionales, la cual si bien no era idílica permitía ciertos niveles de cooperación entre pueblos dispares, fuese progresivamente desplazada por el ideal de que la homogeneidad debía ser el objetivo rector de un Estado-nación. Este fenómeno fue aún más intenso en las regiones colonizadas donde toda identidad nacional e incluso estatal estaba por construirse, mucho más si tenemos en cuenta que estos Estados heredaron fronteras ambiguas de sus metrópolis, las cuales no respondían a procesos históricos locales sino a los designios de Londres, París, Moscú, Berlín, Bruselas, etc. Como resultado, si bien en principio la lucha por la independencia podía adoptar ideologías unificadoras como el marxismo o el liberalismo para impulsar su causa, una vez lograda la expulsión de los colonizadores difícilmente los principios europeos podían borrar por completo las dinámicas locales de identidad, legitimidad, lealtad, política y equilibrios del poder.

Un ejemplo de esto ocurrió durante el proceso de la creación de la Turquía moderna, cuando se pasó de una identidad generalista que aceptaba a diversas identidades secundarias dentro de sí como Kurdos o armenios a cambio de su obediencia al Sultán, dando paso a una identidad de corte nacionalista dirigida a erigir la nación turca. Aquello llevó a los nacionalistas turcos a una confrontación directa con las poblaciones kurdas que hasta hacía poco habían participado activamente en la lucha contra los rusos, la fundación del Comité de Unión y Progreso ligado a los Jóvenes Turcos, la persecución de los armenios y los movimientos de liberación de Turquía . La cuestión era pues que aquellos kurdos que no quisieran adaptarse a los principios culturales y políticos del nuevo nacionalismo, eran considerados como elementos desestabilizadores y peligrosos, a diferencia de otros momentos donde el Islam había intentado unir a todos los grupos que profesaban la dicha religión para conformar la identidad del Imperio .

Composición etnológica de Asia Menor, Tracia Oriental y Chipre antes de 1910

En consecuencia, con la creación de Turquía como una república democrática, secular, unitaria y constitucional en 1923, bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Atatürk, la construcción de la identidad viró radicalmente hacia una visión nacionalista de la construcción del Estado. Aquello exigió a las autoridades delimitar el alcance del ´´yo´´ y establecer los límites con el ´´otro´´ al interior del Estado, fenómeno que justificó que entre 1913 y 1950 Anatolia Oriental fuera sometida a un conjunto de políticas de población, dirigidas a garantizar la homogeneidad étnica necesaria para validar y legitimar el nacionalismo turco. Así, el nacionalismo turco necesitaba crear una apariencia de homogeneidad a lo largo y ancho de sus fronteras, bajo la premisa de la identidad turca. Esto conllevó a que los kurdos fueran discriminados como etnia, pero no como individuos, siempre y cuando no hicieran pública sus particularidades étnicas. Asimismo, el pacto implícito establecido durante el Imperio otomano ya no tenía efecto, debido a que estas poblaciones tradicionalmente autónomas pero leales al Sultán, ahora debían someterse al poder central del Estado y obedecer sus políticas (secularismo) aunque estas entraran en conflicto con su propia identidad.

Masacres de minorías en Anatolia durante 1915
Tradado de Sévres (1920)

Dicha tendencia inevitablemente llevó a la ejecución de masacres y persecuciones contra poblaciones no asimiladas, en buena parte debido a la instalación de un relato que ya venía cobrando fuerza desde 1915, el cual acusaba a las comunidades no musulmanas de colaborar con los enemigos del Imperio y facilitar su derrota. Tal fue el caso de los armenios (pero también de los kurdos) quienes fueron sometidos a profundos intentos aculturación, deportación e imposición de rasgos lingüísticos, históricos y culturales propios del nacionalismo turco, los cuales dejaron cerca de 700.000 armenios muertos durante el Genocidio armenio de 1915. Esto quiere decir que, si bien el nacionalismo turco era primordialmente territorial, también tenía un enorme contenido lingüístico, histórico y cultural que permitía que otras etnias fueran aceptadas en la ´´turqueidad´´, siempre y cuando aceptaran sus principios.

Genocidio Armenio
Persecución a los musulmanes en los Balcanes

Dicho de otra manera, la división del mundo entre Occidente y ´´los otros´´ no es algo que haya nacido a mediados del siglo XX, puesto que esta visión viene reinando en la política internacional desde el siglo XVI y el comienzo de la expansión europea por el mundo. La diferencia es pues que en 1941 los británicos podían doblegar al gobierno iraquí con 96 aviones (gran parte de ellos obsoletos) y unos 60.000 hombres en su mayoría tropas coloniales, sin que este Estado pudiese planificar ataques al corazón de las Islas británicas y sin que existieran redes globales de terrorismo que buscaran venganza por los ataques a Bagdad. En contraposición, luego de la Segunda Guerra Mundial los Estados antes convertidos en el mejor de los casos en gobiernos títeres, tuvieron acceso a moderno armamento, alianzas regionales y con potencias mundiales, vieron la aparición de redes de terrorismo a nivel planetario y quedaron insertos en el peligro de las armas nucleares, químicas y biológicas, cuya posibilidad de destrucción mutua asegurada a limitado en distintas ocasiones la capacidad de acción de los Estados dominantes en el sistema internacional.

Desde este punto de vista, no resulta lo mismo intentar doblegar a la India en 1800 que realizar esfuerzos por someter a este país a determinadas políticas en 2022, dada su enorme población, su acceso a armas convencionales y nucleares, su relativa coherencia interna, el nacionalismo que se ha infundido en sus ciudadanos y la existencia de un Estado más o menos capaz de afrontar una guerra internacional. Esto quiere decir que en donde antes habían dos o tres líderes de Estado capaces de configurar la política mundial, ahora existen muchos centros de poder que podrían apoyar a un Estado más débil en contra de las intenciones de otras potencias, frustrando los planes de un país occidental o no occidental para que este termine atrapado en una guerra de desgaste.

Hambruna

Año

Muertos

Gran hambruna de Bengala

1770

10 millones de personas

Gran hambruna de la India

1876-1878

5,5 millones de personas

Hambruna India

1899-1900

4,5 millones de personas

Hambruna en Bengala

1943-1944

3 millones de personas

Hambruna persa

1917-1919

8 millones de personas

Guerras de los bóeres

1899-1902

28.000 civiles bóeres y 14 000 civiles africanos en cautiverio

Hambrunas en colonias o intervenciones británicas

¿Pero por qué es importante entender esta dinámica?, la respuesta más acertada a esta pregunta, es que cuando al finalizar la Primera Guerra Mundial se afirmaba que aquella sería la guerra para acabar con todas las guerras, esto se veía únicamente desde una perspectiva occidental donde se esperaba que las potencias europeas no volviesen a chocar entre sí. En comparación, en el resto del mundo y en especial en Medio Oriente, la paz de Versalles se interpretó como la paz para acabar con todas las paces, debido a la arbitrariedad que este tratado significó para la repartición del mundo entre los vencedores de la guerra, junto a la negación cuasi absoluta de cualquier aspiración local o regional de los pueblos que quedaron ligados a las esferas de influencia de las potencias europeas.

Casos paradigmáticos de guerras sin fin que se desataron a partir de la paz de Versalles son por ejemplo el conflicto palestino-árabe-israelí, la persecución de los kurdos en Medio Oriente, los conflictos civiles en Líbano, entre otras guerras marcadas por la dificultad de establecer Estados con una identidad mínimamente coherente en el mundo de la posguerra. Debido a esto si bien después de la Segunda Guerra Mundial los enfrentamientos entre países occidentales se hicieron prácticamente impensable, lo cierto es que la guerra fuera del ámbito occidental nunca dejó de ser una realidad, bien sea por cuestiones identitarias, intereses geopolíticos, imperialismo, necesidades vinculadas al capitalismo, luchas ideológicas, entre otros factores que están ligados a fenómenos históricos, locales y regionales sin resolver desde el siglo XVI y especialmente desde el siglo XVIII.

Acuerdo Sykes-Picot (1916)

En resumen, podemos decir que pese a los esfuerzos que se han realizado desde instancias internacionales como la ONU o el Consejo de Seguridad para que la guerra no sea ya un atributo soberano de los Estados, esta sigue siendo una herramienta inalienable de los Estados y una actividad inherentemente humana. Así, luego del final de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación del proceso de descolonización del mundo, surgieron dos grandes fenómenos: 1. Se crearon nuevos Estados no europeos que motivaron un cambio en un sistema internacional antes netamente eurocentrista; 2. Las fronteras, Estados y sociedades construidas por las potencias occidentales alrededor del planeta, se mostraron incapaces de conservar la estabilidad local y regional en repetidas ocasiones. Todo esto quedó aún más claro tras la caída de la Unión Soviética (1991) en un momento donde autores como Francis Fukuyama, auguraban el fin de la historia luego del triunfo del capitalismo (1992). No obstante, esta predicción demostraría estar completamente equivocada, dado el surgimiento de numerosos conflictos civiles y guerras regionales, los cuales no estaban motivados solo por factores ideológicos o territoriales sino principalmente por dinámicas culturales, étnicas y religiosas.

Mapa étnico de África y Medio Oriente
Mapa político de África y Medio Oriente

La imagen de guerras civiles en países con sociedades divididas entre dos o más grupos cultural, étnico y religiosamente diferentes, se hizo común en todos los continentes a excepción de América, esto planteó dos preguntas increíblemente trascendentales: ¿Es la guerra una actividad intrínsecamente humana? y ¿Estamos viviendo una guerra sin cuartel entre civilizaciones?. En cuanto a la segunda pregunta, según Huntington estaríamos en un mundo fragmentado por el choque entre civilizaciones más o menos combativas como la islámica o la china, las cuales están a muy poco de enfrentarse contra las aspiraciones universalistas de Occidente. Pero entonces según esto cuál sería la delgada línea entre resistencia cultural, el imperialismo, el colonialismo y un sistema internacional multipolar dominado por nuevas potencias en ascenso.

¿Por qué surgen las guerras?

Según Huntington en la actualidad estaríamos viviendo una lucha entre civilizaciones, devenida de la pérdida de confianza en las dos grandes ideologías que marcaron el mundo a mediados del siglo XX, el capitalismo y el comunismo, las cuales dieron paso a una indigenización de la política de los países y el surgimiento de potencias emergentes y reemergentes. Aquello se diferencia del contexto internacional anterior a 1919, cuando los primeros ministros de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia podían reunirse para determinar en Londres o París, ´´qué países existirían y que países no, que países nuevos se crearían, cuáles serían sus fronteras y quiénes los gobernarían´´, puesto que en la actualidad se han establecido diferentes bloques con intereses contrapuestos que si bien pueden adquirir la apariencia de un choque de civilizaciones, no queda claro que los elementos teóricos usados por el autor sean lo suficientemente claros como para justificar su postura.

Según Huntington la civilización es la unidad de identidad más general que se puede plantear a nivel humanidad, yendo la escala desde la tribu, la ciudad, la región, el país, la etnia, la nación, la religión y la civilización. Esto implica que dadas las semejanzas y diferencias entre miembros de una civilización, es mucho más probable que se presenten conflictos entre comunidades que pertenezcan a civilizaciones distintas, siendo especialmente problemáticos los puntos geográficos donde dos o más civilizaciones se encuentran. El problema viene cuando vemos que el criterio para determinar que sociedades pertenecen a una civilización es bastante arbitrario, pues a veces Huntington usa la religión como característica principal, pero también valores democráticos y liberales, factores geográficos y Estados-nación existentes, por lo que no queda claro porque por ejemplo África subsahariana es representada como una sola civilización. Ahora bien, aunque el número de civilizaciones que existen no es expresado de manera concreta en su texto, el autor plantea que en la actualidad hay al menos 8 civilizaciones fuertes (la China, la Japonesa, la India, la Islámica, la rusa ortodoxa, la occidental, la latinoamericana y la africana), aunque países como Etiopía y Haití bien podrían ser también considerados una civilización en sí misma. Dichas civilizaciones contarían con Estados centrales, Estados desagregados que buscan aliarse con alguna civilización (pese a que no posean mayores elementos compartidos) y Estados que buscan imponerse sobre otras potencias pertenecientes a su misma civilización.

Civilizaciones según Huntington

Aun así, el que las decisiones a nivel internacional sean cada vez más controvertidas y dependientes de varios centros de poder en el mundo (muchas veces por medios violentos), aquello no implica que de manera directa se experimente una lucha de civilizaciones que termine por opacar por completo el choque entre intereses de Estado. Basta con ver como grandes potencias mundiales como Rusia, el Imperio otomano o China, en su momento sufrieron intervenciones desgarradoras que las obligaron a aceptar concesiones comerciales y jurídicas, permitir la independencia de grandes extensiones de su territorio y privilegiar a ciertas poblaciones locales o extranjeras. No obstante, al día de hoy una presión de esta magnitud resultaría inmensamente compleja de realizar sobre una potencia regional, apelando exclusivamente al apoyo de países occidentales, en la medida de que actores como China, Turquía, Irán, Paquistán, Israel, India, Arabia Saudita, Indonesia, entre otros países, poseen un peso político, económico y militar a nivel internacional capaz de relativizar el poder occidental en sus respectivas esferas de influencia.

Siglo de la humillación (1839 y 1949)

Para hacernos una idea de esto, las naciones consideradas occidentales llegaron a controlar en la primera década del siglo XX el 49% del territorio mundial, el 48% de la población, el 70 % de la producción y el 84% de la producción manufacturera del mundo. Comparativamente, Occidente hoy comprende el 24% del territorio mundial, el 10% de su población, 30% de la producción económica, 25% de la producción manufacturera y una relativización de su capacidad para intervenir sin consecuencias en cualquier parte del planeta. En este sentido, la época en la que los países no occidentales debían recurrir al discurso occidental para justificar su independencia, esgrimiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el liberalismo, el comunismo o cualquier otra ideología occidental, está quedando cada vez más atrás al derrumbarse el gran metarelato que dominó la historia entre los siglos XVIII al XX, el cual afirmaba que los principios occidentales eran universales y superiores al resto de modelos organizativos de la humanidad. Este pensamiento llevó incluso a filósofos como Fukuyama a afirmar que luego de la caída de la Unión Soviética, estaríamos asistiendo al final de la historia entendido ´´como (el) final de la evolución ideológica del género humano y a la universalización de la democracia liberal occidental como forma de gobierno humano definitiva´´. Desde esta perspectiva la guerra de ideas había terminado, dejando ya cualquier amenaza de un conflicto mundial en el pasado.

Desintegración de los imperios europeos
El mapa de la Guerra Fría (1947-1991)

La reflexión anterior era negada por Huntington, debido a que en sus palabras existían tres fenómenos que están incentivando una dinámica internacional basada en la competencia entre civilizaciones: el despertar cultural (islamización) y la explosión demográfica del mundo musulmán, el desarrollo económico y la creciente autoconciencia de los países asiáticos y la relativa decadencia de Occidente. De alguna manera, la crítica a Fukuyama se centró en que su teoría no contempló la posibilidad de que las sociedades que estaban naciendo de ese nuevo orden mundial, basaran su identidad y conflictos en factores históricos, culturales, religiosos, étnicos, entre otras dinámicas que han incentivado cruentas guerras alrededor del mundo desde 1991. El tema de la identidad es pues crucial para Huntington a la hora de explicar el surgimiento de la guerra, debido a que es a través de esta como se construyen los discursos que justifican el conflicto, se crean los cimientos de unidad que movilizan las sociedades y se establecen alianzas amplias que faciliten la acción de una comunidad. Se puede decir según Huntington que mientras más cercanos sean cultural y especialmente a nivel de religión dos o más sociedades, mayor posibilidad de convivencia y cooperación entre ellas existe, pudiendo establecer mecanismos conjuntos destinados a resistir la influencia de cualquier poder hegemónico que busque imponer sus intereses sobre dichas sociedades.

Crecimiento demográfico por regiones
Crecimiento económico por regiones

En este orden de ideas, las guerras modernas deberían darse principalmente en las líneas de fractura entre civilizaciones, como bien puede ser la frontera entre Israel y sus vecinos árabes, la frontera entre Paquistán y la India o los límites entre la India y China. No obstante, esta explicación de porqué surgirían las guerras después de la caída del bloque soviético, otorga demasiado peso a factores culturales y religiosos, olvidando que aun hoy en día las preocupaciones por recursos, mercados, rutas comerciales, derrocamiento de gobiernos opositores e intereses personales, industriales, de Estado o de determinados lobbies, pueden influir de manera determinante en el inicio de una guerra, pese a que esta se justifique a través de la historia, la cultura o la religión. Además, siguiendo la lógica del choque de civilizaciones, es difícil determinar donde comenzarían los intereses de un Estado que busca liderar al conjunto de su civilización (incluyendo su población migrante en otros países) y los objetivos de los demás Estados que la conforman. Una muestra de esto lo tenemos en la constante negativa de la Unión Europea y Gran Bretaña de seguir al pie de la letra la estrategia de Estados Unidos para Asia Pacífico, debido a que consideran que una guerra comercial frontal contra China sería un ataque a sus propios intereses. Así, el interés de Estado prima comúnmente sobre las afinidades culturales, como pudo verse en la negativa de París a que España se articule a la red de energía que alimenta el norte de Europa pese a la extrema necesidad de Alemania, dado que la entrada de un nuevo competidor al mercado de la energía representaría una amenaza para la economía francesa.

Distribución de los conflictos a nivel mundial

Igualmente, qué tanto está vinculada la tradición judeo-cristiana de Europa del Este con la acogida irrestricta de los principios democráticos, el respeto por los derechos humanos y las doctrinas económicas de Europa central, cuando la evidencia muestra que estos países son firmes opositores a los lineamientos comunitarios emitidos desde Bruselas. En consecuencia, dentro de la Unión Europea se evidencia una profunda fractura entre países como Polonia, Hungría, Rumanía y República Checa, frente a los mandatos de Bruselas encabezados por Alemania, Francia y Países Bajos, lo cual ha imposibilitado la construcción de una política exterior europea unificada que le permita a la Unión aumentar su peso a nivel internacional. Por último, que tan homologables pueden ser los proyectos de imperios mundo hispano, británico, francés y estadounidense, siendo evidente que no hay nada que históricamente garantice que las principales potencias occidentales estarán siempre de acuerdo en su política exterior. Ahora bien, moviéndonos al mundo musulmán la teoría de una unión civilizatoria mayormente regida por el islam, es cuando menos idealista, en la medida de que solo en Medio Oriente conviven como poco cuatro culturas que en sí mismas podrían ser consideradas civilizaciones pese a que todas comparten el islam como religión central (árabe, turca, egipcia e iraní). A esto habría que sumar que existen dos facciones del islam cruentamente enfrentadas por el predominio de su versión de la religión, lo que hace muy complejo reconciliar los intereses del neotomanismo de Ankara, el federalismo democrático de los kurdos, el wahabismo de Riad y el islam político de Irán.

Divisiones dentro de la Unión Europea
Bloques antagónicos en Medio Oriente

Teniendo esto en cuenta, que tanto se puede hablar de una guerra civilizatoria entre Occidente y el islam, cuando muchos de los Estados mayoritariamente musulmanes de Medio Oriente han apoyado las invasiones a otros países musulmanes, muchos mantienen tensas relaciones entre sí que rayan en una guerra fría e incluso muchos están dispuestos a aliarse con su aparentemente principal enemigo civilizatorio, Israel, con el fin de contrarrestar la influencia de sus rivales geopolíticos. Como resultado, Estados Unidos posee bases y numerosas tropas en Irak, Kuwait, Catar, Jordania, Arabia Saudita, Bahréin, EAU, Omán y Turquía, siendo usadas en algunos casos para atacar países musulmanes de la región. ¿Entonces qué prima en el surgimiento de la guerra moderna, los factores culturales-religiosos o los intereses de Estado?.

Por último, que tanto se puede concebir un grupo terrorista como el representante de una civilización que se extiende desde la República Árabe Saharaui Democrática hasta Indonesia, cuando los países que comprenden tienen condiciones históricas, étnicas y lingüísticas diametralmente distintas. Será entonces que todos los países musulmanes son medianamente iguales, cómo se resuelve a nivel civilizatorio la disputa entre chiitas y suníes, entre lo persa y lo árabe, entre lo árabe y lo turco, entre lo marroquí y lo argelino, entre otras divisiones del mundo islámico que hasta el día de hoy no tienen una salida visible. Sin respuestas fáciles para estos cuestionamientos, la nueva pregunta sería entonces qué tanto el discurso de un choque entre civilizaciones alimenta aún más el discurso de los sectores más radicalizados de ambos bandos, sirviendo para legitimar la acción de organizaciones como el Estado Islámico, los cuales son herederos directos de la desafortunada frase de George W. Bush antes de atacar Irak al nombrar su guerra como una nueva cruzada, llamado que fue interpretado por muchos en Medio Oriente como la declaración de una guerra existencial contra Occidente.

La universalidad occidental y el desarrollo de las guerras modernas

Una de las cuestiones que más preocupa a Huntington son los conflictos que pueden surgir a nivel internacional si la arrogancia de la universalidad occidental, sigue chocando con el despertar islámico del mundo musulmán y el creciente poder de los Estados asiáticos y en especial de China. Aquello es importante pues desde la perspectiva del autor el hecho de que de las 20 principales economías del mundo 10 sean de países no occidentales (si no contamos a México y Brasil como parte de Occidente), habla de la decadencia de la capacidad de Occidente para influir en el resto del mundo y la posibilidad de que cada vez más países se enfrenten a sus directrices. Curiosamente, lejos de coincidir completamente con los sectores más radicales de la política estadounidense, Huntington afirma que la autopercepción de Occidente como la civilización dominante a lo largo de toda la historia es absurda, falsa, peligrosa y basada en un conjunto de ilusiones egocéntricas que buscan defender que el mundo gira en torno a sí. Además, esta fatal arrogancia ha llevado a Occidente a pensar a Oriente como una región inmutable donde el progreso entendido como su propia forma de ver el mundo es inevitable. A esta dinámica Huntington la califica como espejismos, prejuicios y provincialismo de un Occidente que se percibe a sí mismo como una civilización universal y transhistórica, olvidando que un país como China dominó durante milenios el equilibrio de poder en el mundo.

Aun así, las condiciones han cambiado radicalmente desde 1800 cuando la industrialización de Occidente significó la desindustrialización de las sociedades no occidentales, siendo hoy muchos países asiáticos los más grandes productores de manufacturas del mundo. Tal vez uno de los pocos puntos en los que aun Occidente mantiene una ventaja significativa, es en el dominio de la industria dedicada a las tecnologías más avanzadas y al armamento más eficaz, pero esta relación esta cambiando de manera acelerada gracias a la rápida transferencia de conocimiento desde Occidente a países como China. En este sentido, la interconexión del mundo terminó por minar aún más la hegemonía occidental, al acelerar la transferencia tecnológica que hasta hace poco podía tomar siglos o décadas, pudiéndose presentar actualmente en tan solo años, meses o días. Debido a lo anterior, para Huntington dada la configuración moderna del sistema internacional, se están gestando las condiciones necesarias para reencaminar la política mundial a su estado tradicional, devolviendo a China el rol de mayor potencia tal y como lo fue durante milenios. En sus palabras, la hegemonía occidental no es solo reciente sino potencialmente contingente, augurando el fin de la época de la dominación occidental y el resurgimiento de culturas no occidentales, cuyo conjunto de valores podrá competir en función de su éxito económico con los valores occidentales en la búsqueda de la universalidad

Evolución de la industria a nivel mundial

Como vemos, tres conceptos son vitales para entender a Huntington: la arrogancia occidental, la intolerancia islámica y la autoafirmación sínica/asiática, pues según él la mayoría de enfrentamientos entre Occidente y el resto de culturas del mundo, estarán motivados por la vocación misionera del primero en su intento de exhibir su cultura como universal sin tener la capacidad real para conseguirlo. Lo cierto es que la capacidad de Estados Unidos de intervenir militarmente en cualquier parte del mundo ha quedado más que comprobada con sus operaciones en Irak y Afganistán, sin embargo, su retórica liberalizadora y democratizadora ha sufrido una herida de muerte con la toma del poder por parte de los talibanes. En este caso quedó claro que la victoria militar, la construcción de instituciones occidentales y el intento de insertar ideas ajenas a la cultura de una población, resulta un esfuerzo inútil cuando estas no encuentran arraigo en la identidad fundamental de las sociedades que se desea intervenir.

Inclusive las minorías que apoyan las ideas occidentales en los países que son objetivo de potencias occidentales, distorsionan el análisis acerca de las posibilidades reales de ingresar con éxito los principios occidentales en una sociedad, puesto que de fondo las grandes masas oscilan sus posturas frente a estas ideas desde el escepticismo hasta la oposición radical. En última instancia dice Huntington, lo que Occidente ve como universalismo el resto del mundo lo vive como imperialismo, mucho más cuando las llamadas guerras justas terminan por combinarse con interés nacionales, corporativos y diplomáticos, los cuales entran necesariamente en conflicto con las máximas del derecho humanitario, los Derechos Humanos y la democracia que inicialmente las motivaron.

Dicho de otra manera, en la supuesta construcción de una comunidad mundial es increíblemente complejo separar los intereses de las potencias occidentales de los valores idealistas que estas instancias internacionales defienden. Asimismo, para los Estados no occidentales las contrariedades entre la teoría occidental y su práctica son completamente perceptibles y reprochables, en la medida de que la realidad se impone sobre el ideal, creando dictaduras buenas y malas, condenado las violaciones de derechos humanos o el armamento nuclear de Irán pero no en el caso israelí, los excesos de China contra sectores de su población pero no los de Arabia Saudita o el unilateralismo ruso pero no el estadounidense. En este punto Huntington advierte que no solo Occidente posee una tradición cultural significativa para la humanidad, siendo el islam y China parte integral de la historia humana, pudiendo incluso plantear sus posturas como superiores a las occidentales. Por esta razón, plantear un sistema internacional multipolar es desde su perspectiva mucho más razonable que intentar mantener una hegemonía occidental que ya se ha cuasi extinguido. De alguna manera, para el autor Occidente no es grande por ser una cultura universal superior, sino por ser una civilización única en el mundo con un modelo que se ha comprobado como superior en su contexto particular, pero ineficaz en muchos otros lugares del mundo.

Polémica por la desigual reacción de Baiden frente al asesinato de un periodista en Arabia Saudita e Israel
Baiden y el príncipe saudí bin Salman
Jamal Khashoggi (2018), periodista del The Washington Post
Abu Akleh (2022) corresponsal de Al Jazeera en Israel

Así, de no adaptarse a las nuevas circunstancias Occidente podría quedar atrapado en lo que Toynbee llamaba ´´el espejismo de la inmortalidad´´, consistente en la creencia de las sociedades dominantes que se convencen a sí mismas de haber llegado a la forma final de la sociedad humana, solo para luego ser conquistadas por sociedades emergentes que capitalizan sus flaquezas para convertirse ellas en las nuevas sociedades dominantes. Esto le pasó al Imperio romano, al califato abasí, al imperio mogol, al imperio británico y al imperio otomano, entre muchos otros pueblos que creyeron que la historia había terminado con ellos. En consecuencia, cabe preguntarse hasta qué punto la supremacía de Occidente a nivel universal amenaza o presagia la posibilidad de desarrollo para el resto del mundo, pues para Huntington el universalismo es solo otra palabra para el imperialismo moderno.

Cabe señalar en este punto el concepto de auge y decadencia de Carroll Quigley, puesto que es vital para entender todo el proceso planteado por Huntington, al proporcionar siete fases históricas que en principio atravesaría toda civilización: mezcla, gestación, expansión, época de conflicto, imperio universal, decadencia e invasión. Como vemos, la diversidad cultural en el sistema internacional no es una curiosidad histórica sino una regla, siendo por el contrario el auge de una cultura mundial común fundamentada en los valores anglosajones, una quimera histórica difícilmente sostenible en un mundo con múltiples centros de poder. En consecuencia, la universalización de los valores occidentales solo puede hacerse por medio de la fuerza, tal y como se hizo con la supremacía militar europea sobre el mundo a finales del siglo XIX y el militarismo estadounidense de finales del siglo XX, quienes por medio de la fuerza de las armas, el exterminio y en general la violencia impusieron sus valores e intereses a las sociedades no occidentales.

Invasiones Bárbaras del Imperio romano

Desde esta perspectiva, el imperialismo es la necesaria consecuencia lógica del universalismo, con la diferencia de que Occidente no tiene hoy el dinamismo económico y demográfico requerido para imponer su voluntad a otras sociedades, sin mencionar que esto va en contra de todos los valores que dice defender. Siguiendo el contexto contemporáneo, según Huntington el universalismo occidental es un peligro mundial pues podría multiplicar los conflictos y llevar a Occidente a un conflicto del que no sabe si saldrá victorioso. Por ello, el deber de Occidente no sería universalizar su cultura sino renovar y proteger su cultura dentro de sus propios límites civilizatorios, enfrentando problemas como la inmigración de personas provenientes de otras civilizaciones o la indigenización de la cultura occidental, por acción del multiculturalismo que reemplaza la identidad nacional ligada a principios por identidades fragmentadas de corte cuasi sectario.

Manifestación armada en Virginia
Marcha armada del NFAC en Louisiana

Las fronteras nacionales como líneas artificiales

Una vez analizada la cuestión del choque de civilizaciones a nivel internacional, es importante tratar el tema del enfrentamiento de culturas dentro de los Estados reconocidos en la actualidad. Para entender estos conflictos, Huntington explica que en su mayoría son causados por el choque de civilizaciones que representa la convivencia de dos o más grupos dispares, atendiendo principalmente a diferencias religiosas. Debido a esto, en África, los Balcanes y Medio Oriente se han presentado guerras civiles marcadas por enfrentamientos étnicos y religiosos, los cuales han sido especialmente sangrientos al desembocar en genocidios, limpiezas étnicas y etnocidio. Entre todos estos conflictos, según Huntington aquellos que estuvieron mediados por cuestiones religiosas son una clara muestra del choque de civilizaciones, al representar proyectos de Estado basados por ejemplo en la civilización judeo-cristiana y la civilización musulmana, tal y como ocurrió en Líbano con las masacres que se perpetraron entre cristianos maronitas apoyados por Israel y musulmanes libaneses y palestinos respaldados por potencias árabes regionales. 

De alguna manera Huntington estima que la homogeneidad cultural y religiosa es la base para la construcción de un Estado viable y la falta de conflictos internos considerables. No obstante, esto presupone trasponer una dinámica que aunque ideal es propia de las sociedades europeas, cuyos Estados evolucionaron durante siglos para poder configurar sus fronteras y su sistema político y social actual, comparándolos con sociedades cuyos Estados y población fueron definidos de manera arbitraria sin atender en la mayoría de ocasiones a principios lingüísticos, religiosos, históricos y/o culturales que se adaptaran al contexto local. Por otro lado, dichos pueblos fueron sometidos a procesos de evangelización y estratificación social, eliminando en no pocos casos costumbres en común que facilitaban la convivencia entre pueblos antes de la colonización, maximizando con ello las divisiones internas dentro de los territorios tras conseguir su independencia.

Conflictos etno-religiosos entre 1917-1998

Basta con ver las fronteras rectas de África y Medio Oriente vs la configuración étnica, religiosa y lingüística de la región, para entender porque el ideal de un Estado-nación homogéneo no aplica dentro continentes inmensamente complejos como Asia y África. En este sentido, tal vez la mayor debilidad de la teoría de Huntington es omitir su propia reflexión acerca de que los principios y sistemas de organización europeos no pueden ser calcados en el resto del mundo, debido a que en otras regiones priman los Estados con soberanías limitadas y negociadas, fronteras porosas, hiperdiversidad en su población, falta de legitimidad, bancarrota y necesidad de gobiernos fuertes y autoritarios que mantengan a las diversas facciones del país unidas. Tal como ocurre en repetidas ocasiones con los intentos de imponer la democracia en Medio Oriente, la carencia de un líder fuerte que contenga la acción de los diferentes grupos que conforman el país, termina por degenerar en una guerra civil sangrienta donde cada parte quiere aumentar su cuota de poder, los conflictos étnicos y religiosos se intensifican y el radicalismo religioso se politiza, planteando un proyecto particular de Estado como fue el caso del Estado Islámico en Irak y Siria o desarticulando el orden establecido como ocurrió tras la intervención europea en Libia.

Situación en Medio Oriente después de las primaveras árabes

Ahora bien, esto en buna medida sucede porque la identidad siempre se construye en contraposición a otro, bien sea interno o externo, determinando quien formara parte de la colectividad, quién no y quiénes serán sus enemigos y aliados. Esto ha ocurrido a lo largo de la historia y fue especialmente recurrente en el siglo XIX, cuando los Estados modernos intentaron cambiar por completo el carácter de su identidad, adoptando el nacionalismo como eje central de la construcción de un Estado-nación. La novedad de este tipo de identidad respecto a los imperios tradicionales, era que ahora el Estado negaba cualquier otra forma de identidad y lealtad que se pusiese por encima de la que aquellos que estaban bajo su jurisdicción le debían. Luego de esto los proceso de homogenización se multiplicaron por todo el mundo, desembocando en diversos casos de genocidios, violencia colectiva, marchas de la muerte, deportaciones, dinámicas de aculturación, persecución religiosa, entre otros fenómenos que bien podrían corresponderse a los conflictos étnico-religiosos posteriores a la caída de la Unión Soviética en diversos continentes.

Asia y África no serían ajenos a este estilo de construcción estatal, con la diferencia de que debido a la enorme fragmentación de sus sociedades el proceso de homogenización jamás pudo ser concretado en la mayoría de países, siendo mucho más común la existencia de cuerpos políticos con múltiples identidades y lealtades con las que el Estado debía negociar para mantener su legitimidad. El mundo no es pues un mundo de Estados-nación plenamente consolidados que controlan la totalidad de su territorio y población, sino un popurrí de Estados fallidos, con soberanía limitada y con multitud de actores locales, regionales y mundiales, los cuales se disputan el control de los componentes básicos que conforman un Estados (territorio, población y gobierno). Por su parte, dividir un continente como África únicamente en dos civilizaciones, el África Subsahariana y el África del norte, es caer en los mismos prejuicios de los preceptos occidentales tradicionales, en la medida de que se trata a todo un continente en función del color de su piel, ignorando otras características que podrían unir o separar de manera más directa a grupos específicos del África Subsahariana.

Masacres y genocidios en la era colonial

Para dimensionar lo anterior de manera más clara, solo Nigeria es un Estado multiétnico con aproximadamente 250 etnias diferentes, divididas entre cristianos y musulmanes como religiones mayoritarias, pero teniendo también otras religiones minoritarias dentro del país. Así, la historia de Nigeria incluye la fusión de dos colonias que se habían administrado de manera diferente, pero que por una decisión de corte colonial fueron puestas bajo un mismo gobierno en 1900. Dicha decisión traería una enorme inestabilidad a Nigeria tras su independencia al tener el desafío de construir un sistema de gobierno que representara a todas las partes, mientras la mismo tiempo buscaba equilibrios para el crecimiento demográfico, político, confesional, económico y social de la parte cristiana y musulmana del país.

Los niveles de violencia étnico-religiosa que siguieron a la independencia no se corresponden con el periodo anterior al proceso de colonización, por lo que habría que evaluar de manera concienzuda el papel que tuvo la instauración en la región de la religión cristiana y los principios y formas de gobierno europeo, con el fin de entender si los conflictos étnico-religiosos son producto solo de la belicosidad de las sociedades africanas o consecuencias directas de los procesos de construcción estatal inconclusos que siguieron a la época colonial. Todo esto sin mencionar que los intereses de las antiguas metrópolis aún siguen influyendo de manera determinante en las sociedades africanas, imponiendo sus términos, generando alianzas que terminan por desestabilizar el país, exportando sus métodos de organización y producción, entre otras acciones que se ajusten a los intereses de dichas potencias.

Por su parte, tanto Irán como Arabia Saudita buscan atraer a Nigeria a su esfera de influencia, puesto que este país es la principal potencia petrolera de África, razón por la cual pese al ser de mayoría suní, Irán ha visto en los 5 millones de chiitas que habitan el país una ventana de oportunidad para exportar su competencia geopolítica con los Estados del Golfo. Por último, a la hora de entender la desintegración de un Estado es vital analizar cuestiones como los índices de corrupción, la pérdida de legitimidad por mala administración, las crisis económicas, las dificultades para crear empleo para una población joven en expansión, la ineficiencia del sistema judicial, las fallas en el diseño de las instituciones estatales, la implementación de malas políticas públicas, entre otros factores que podrían explicar incluso mejor que la religión los estallidos de violencia en un país como Nigeria.

Mapa étnico de Nigeria
Mapa principales religiones de Nigeria
Países con mayor riesgo de que se realice un genocidio

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