Historia del cristianismo. Parte 2

Continuando con el artículo anterior, a principios del siglo IV el Imperio romano estaba asediado por los persas al este y las tribus germánicas al norte, esto puso en grave peligro el gobierno imperial debido a la guerra y la impopularidad de los impuestos decretados para financiarla. Bajo este contexto el cristianismo no había hecho más que crecer incluso en las fronteras de la Germania romana, todo esto pese a dos siglos de persecuciones donde las iglesias cristianas no solo habían logrado ayudarse entre sí, sino convertir a personajes prominentes de la sociedad romana. Se puede hablar pues de una red internacional formada por numerosas iglesias dispersas por todo el Imperio romano, la cual se oponía en su mayoría a realizar sacrificios a Dios y al emperador como iguales.

Invasiones bárbaras del siglo IV
Tetrarquía del Imperio romano en el 311

Sin embargo, todo cambiaria cuando Constantino se convirtió en emperador del Imperio de Occidente luego de una guerra civil que lo enfrentó a Majencio, gobernador del norte de África e Italia. Así, durante la batalla del Puente Milvio (312), Constantino afirmó haber tenido una epifanía donde pudo ver las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego, junto a una voz que le dijo ´´Con este signo, conquistarás´´. Constantino convencido puso el Χ (ji) y Ρ (rho) en los escudos de sus soldados y derrotó a Majencio convirtiéndose en el gobernante incuestionable del Imperio romano de Occidente. Cabe aclarar que no tenemos certeza de si esta historia es cierta aunque fue contada por el emperador a uno de sus escribas, pues las intenciones y motivaciones reales de Constantino siempre fueron muy contradictorias y opacas. Así, Constantino a lo largo de su vida sería un pagano monoteísta devoto al dios del sol romano llamado Sol Invictus, por lo que siempre se ha hablado de una conversión cuestionable motivada por conveniencias políticas. Algunos expertos afirman que la conversión del emperador derivó de sus tempranos contactos con el cristianismo, mientras que otros ven en esto un acto de oportunismo dirigido a establecer una relación directa entre el Dios cristiano y el ejército imperial, en un momento donde el Imperio se encontraba en una profunda crisis. Aun con sus ambivalencias, Constantino se reuniría con Licinio emperador del Imperio romano de Oriente en el 313, decretando el Edicto de Milán que garantizaba la libertad religiosa en el Imperio y devolvía las propiedades confiscadas a los cristianos, poniendo fin a dos siglos de persecución del cristianismo.

Χ (ji) y Ρ (rho) batalla del Puente Milvio (312)
Constantino
Sol Invictus
Constantino y Licinio

Sin embargo, el compromiso de Constantino con el cristianismo siguió siendo ambiguo pues nunca nombró a esta religión como oficial del Imperio, intentando por ejemplo generar un edicto que asimilaba a Cristo con Sol Invicto para poder continuar con su adoración sin entrar en conflicto con las creencias cristianas. Posteriormente, cuando Constantino logró imponerse sobre Licinio convirtiéndose en el único emperador de un imperio unificado en el 324, declaró de forma abierta su cristianismo, desatando entre los historiadores una discusión que se extiende hasta la actualidad acerca de sus motivaciones. Algunos afirman que esta decisión se explica por su deseo de usar a la Iglesia cristiana para unir al Imperio, mientras que otros ven en ello una verdadera muestra de fe.

Otro decisión crucial para el cristianismo tomada por Constantino, fue el traslado de la capital de su imperio a Constantinopla en el 330, la cual llegó a ser famosa por ser una nueva Roma repleta de iglesias como Santa Sofía, una de las catedrales más hermosas e importantes del mundo antiguo. Había surgido entonces una competencia política, económica y religiosa para Roma en Oriente, puesto que la influencia de Constantinopla no haría sino crecer con el paso de los siglos. Además, ahora el cristianismo era legal y prosperó bajo la tutela de Constantino, quien privilegió la construcción de iglesias y la exhibición de símbolos cristianos en espacios públicos, permitiendo que la cultura cristiana no estuviera definida solo por el martirio, sino que se rodeara de opulencia e influencia política. Esto haría surgir nuevos debates sobre la relación entre la riqueza y la fe de la Iglesia, produciendo las bases para el Cisma protestante que marcará la historia del siglo XVI en adelante.

Imperio romano de Occidente y Oriente
Constantinopla (330)

Por su parte, en el siglo IV se fijó el 25 de diciembre como el natalicio de Jesús atendiendo al solsticio de verano, un acontecimiento importante para diversas religiones paganas y en general para las sociedades precristianas. Conjuntamente, la Iglesia se desarrollaría a pasos agigantados imbricándose cada vez más con el Estado, puesto que desde la perspectiva de Constantino una Iglesia unificada contribuiría a un Imperio unificado. Por esta razón, pese a que Constantino nunca se preocupó por estudiar o regirse por una doctrina teológica en particular, veló por que la Iglesia tuviera una única doctrina para su fe y unas prácticas homogéneas en su culto, chocándose en repetidas ocasiones con la división y diversidad de las diferentes iglesias occidentales y orientales.

A su vez, la madre de Constantino Flavia Julia Helena, impulsada por su fe y el deseo de Constantino de encontrar pruebas físicas de la existencia de Cristo para facilitar la conversión del Imperio, decidió realizar un peregrinaje a Tierra Santa donde interrogó exhaustivamente a los sabios judíos, en un intento de conocer la localización exacta del Gólgota, el monte Calvario donde según los Evangelios Jesucristo había sido crucificado y el Santo Sepulcro. La labor de Helena fue tal que es considerada por muchos la madre de la arqueología, aunque a efectos prácticos esta no consideró el hecho de que el emperador Adriano había reformado por completo Jerusalén luego del último levantamiento judío, haciendo improbable que por ejemplo el Camino de los Dolores siga por completo el recorrido que realizó Cristo para llegar al monte Calvario.

Helena de Constantinopla en Jerusalén (326)

El legado de Constantino sería continuado por el Emperador Teodosio el Grande, quien promulgó en el año 380 el Edicto de Tesalónica con el que se impuso a sus súbditos la ortodoxia católica (por ortodoxia nos referimos en estos momentos a la práctica que se había llevado a cabo por los cristianos durante estos 300 primeros años). Igualmente, Teodosio aprobó el edicto de Constantinopla en el 392, el cual prohibía totalmente el paganismo e impuso el cristianismo como la fe oficial del Imperio, decisión que desencadenó persecuciones en contra de todos aquellos que se negaron a convertirse. Esto le permitió a la Iglesia organizarse a partir de la división administrativa romana, estableciéndose en las 120 provincias del Imperio donde se ubicaron obispos y patriarcas con niveles de jerarquía diferentes. De todos ellos, los más importantes eran el patriarca de Constantinopla con una amplia influencia sobre las iglesias orientales y el papa que lideraba a la iglesia latina desde Roma.

Teodosio el Grande y el Edicto de Constantinopla (392)

El Jesús histórico y la fundación de la Iglesia

La rápida expansión del cristianismo desembocó en múltiples interpretaciones que se desviaban del canon tradicional de la iglesia normalmente llamadas como herejías, poniendo en riesgo la autoridad de los obispos y la organización que se había construido para la Iglesia. Hay que tener en cuenta que Cristo nunca dio una doctrina claramente sistematizada, sino premisas y enseñanzas generales que debían ser articuladas por sus discípulos. Una de las primeras herejías de las que se tiene registro es el Montanismo, siendo este un movimiento fundado por un hombre llamado Montano entre el 160 y el 170, el cual argumentaba que recibía revelaciones por parte del Espíritu Santo que le advertían la inminente llegada del fin del mundo. Montano ponía estas revelaciones incluso por encima de los Evangelios, rechazaba el perdón total de los pecados y se consideraba rigorista en los castigos que se debían recibir antes de alcanzar el perdón de Dios (estos incluían la muerte).

Así, en el siglo IV se produjo un primer gran debate sobre la doctrina teológica debido al surgimiento de dos grandes escuelas teologías ubicadas en Alejandría y Antioquía respectivamente. Ambas escuelas se regían por principios filosóficos muy distintos, puesto que la iglesia de Antioquía privilegiaba una interpretación literal e histórica de la Biblia, mientras que la iglesia de Alejandría realizaba interpretaciones de la biblia de tipo alegórico o poético. En todo caso, para entonces se buscaban respuestas para cuestiones como la veracidad de las enseñanzas plasmadas por los apóstoles, la definición de estas interpretaciones (literales, inventadas, metáforas) y en especial la naturaleza de Cristo. Así, en la escuela de Alejandría un presbítero y teólogo llamado Arrio nacido en Libia, afirmó en el 318 que Jesús había sido creado por Dios-Padre y estaba subordinado a él, oponiéndose a la Trinidad y las creencias ortodoxas acerca de la naturaleza divina, ya que creía que Jesús no había existido desde los inicios de la creación y no era propiamente Dios, sino un hombre excepcional elevado por Dios (herejía del subordinacionismo). Esta postura fue tomada como una herejía por el Sínodo de Alejandría convocado por el obispo Alejandro, tras lo cual Arrio fue exiliado de Egipto a Sira sin que esto evitara que sus ideas siguieran circulando y ganando adeptos.

Patriarcado de Alejandría y Antioquía
Arrianismo (318)

En consecuencia, gran parte de la Iglesia oriental se sumergió en la polémica de la naturaleza de Cristo y sufrió una gran división, puesto que las iglesias de Asia Menor y Palestina aceptaban los postulados de Arrio, mientras que Roma y otra iglesias lo rechazaban como a un hereje. Así, el emperador Constantino (el cual tenía una postura pro arrianismo) que no quería que se repitiera la enorme fragmentación de las iglesias que se estaba viviendo en el Norte de África, decidió intentar encontrar un camino a la unidad mediante el primer Concilio Ecuménico (universal) realizado en Nicea en el 325. A este asistieron más de 300 obispos de los cuales muy pocos eran occidentales y en específico romanos, lo que no evitó que el Concilio rechazara el arrianismo, reafirmara que el Hijo era una sustancia con el Padre y negara que Cristo fuera en algún modo inferior a su Padre. En este Concilio se redactaría el credo de Nicea que aun hoy se repite en las misas católicas, el cual dice de la siguiente manera: ´´Creemos en un Dios, Padre todopoderoso (…) y en su hijo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, unigénito engendrado del Padre, es decir, de la substancia del Padre. (…) engendrado no creado consubstancial al Padre´´.

Otras medidas adoptadas por este Concilio fue legislar una disciplina general para la Iglesia y mejorar el papel de las grandes ciudades como centros principales de la religión cristiana (Roma, Alejandría, Antioquía y Constantinopla). Todos estos acuerdos se lograron en gran parte debido a que Constantino impondría su voluntad de unidad sobre la Iglesia, creando una nueva visión de cómo debería ser la Iglesia imperial. No obstante, pese al consenso que se vislumbraba al crearse un credo que se convirtió en norma de la ortodoxia cristiana, Nicea no logró eliminar por completo el arrianismo dejando abierta la discusión acerca de la relación entre Padre e Hijo. Ahora bien, con la muerte de Constantino y la división del Imperio esta controversia solo creció aún más, puesto que en el fondo no se trataba solo de una discusión abstracta de teología, sino que era una muestra de la división fundamental entre Roma y las iglesias orientales. En este sentido, Roma reclamaba preeminencia en los asuntos doctrinales, concibiendo a las Iglesias griegas como herejes aliados de Arrio, en una postura de superioridad que despertó el recelo de otras iglesias en Oriente.

División del Imperio tras la muerte de Constantino: Constantino II el Joven, Constante I y Constancio II, y sus dos sobrinos, Dalmacio y Anibaliano,

Lo que se estaba jugando era pues la relación entre la Iglesia y la política imperial, donde los teólogos occidentales defendían a capa y espada el credo de Nicea que estaba ligado a su propia posición jerárquica dentro de la Iglesia. Esta competencia sobre si imponer o no la interpretación ortodoxa de las Escrituras, tuvo un nuevo escenario en el Concilio de Constantinopla del 381 convocado por el emperador Teodosio, donde se proclamó la divinidad del Espíritu Santo en detrimento del macedonianismo que lo negaba. En este segundo concilio se reafirmaron las conclusiones de Nicea, pero se reconoció la importancia religiosa y política de Constantinopla al nombrarla como la segunda Roma. Aun con todo, aunque el arrianismo no lograría hacerse con el control de la Iglesia, si marcaría la pauta para establecer la necesidad de precisar la doctrina cristiana, con el objetivo de crear fundamentos claros que permitieran diferenciar la ortodoxia y la herejía.

Lo anterior fue muy útil cuando apareció una nueva controversia causada por el nestorianismo, el cual ofrecía una repuesta alternativa a la pregunta de cómo se puede entender a Cristo, puesto que pese a que ya se tenía claro en la ortodoxia que Cristo era consubstancial a Dios, no se sabía cómo se habían conjugado su divinidad y su humanidad. Así, la escuela de Alejandría afirmaba que Cristo era solo perfecto Dios y por lo tanto no podía ser humano, mientras que la de Antioquía decía que era perfecto humano y en consecuencia no podía ser Dios. Nestorio patriarca de Constantinopla, apoyó esta última tesis y negó la maternidad de la Virgen María, al entender que una humana no habría podido ser madre de Dios.

Concilio de Constantinopla del 381
Nestorio patriarca de Constantinopla

La controversia llegó a ser tan grande que provocó revueltas y obligó a la realización de otro Concilio en Éfeso en el 431 convocado de nuevo por el emperador Teodosio, en el cual se definió que Cristo poseía dos naturalezas y que María debía ser llamada madre de Dios. No obstante, esta no sería la última herejía que tomó fuerza en el gobierno de Teodosio, pues pocos años después apareció el monofisismo, cuya doctrina afirmaba que Cristo siempre tuvo una naturaleza divina y no humana, pues dos naturalezas implicarían necesariamente la existencia de dos personas diferentes. Llegado este punto el patriarca de Alejandría llamado Dioscuro buscó la ayuda del emperador para convocar otro concilio en Éfeso realizado en el 449, durante el cual se invalidaron las conclusiones del anterior Concilio, se acusó al patriarca de Constantinopla de hereje y se lo condenó a ser desterrado. Sin embargo, este concilio no sería validado por muchas iglesias y sería categorizado de un robo por el papa León Magno.

Concilio en Éfeso (431)
León Magno (440)

Ahora bien, tras la muerte de Teodosio y el ascenso de Marciano en el 450, el papa solicitó la realización de un nuevo Concilio en Calcedonia en el 451, concluyendo que la doctrina de las dos naturalezas, divina y humana, seguía siendo la ortodoxia sin que hubiese confusión, división o separación entre ellas. El papa León I se hizo presente en el Concilio para hacer valer la influencia de Roma y el papado en la resolución del debate, cambiando de manera determinante el desenlace del mismo y sentando un precedente para determinar el poder del papa. Aun así, hay que tener en cuenta que si bien la visión de Roma prevaleció, la mayor parte del mundo cristiano era arriano como indica el hecho de que los vándalos en el Norte de África, los visigodos en España y los Lombardos en Italia habían sido convertidos en esta rama del cristianismo, cuestión que hacía difícil que las herejías fueran completamente eliminadas. Por otro lado, pese al éxito relativo para Roma sus intereses se vieron mermados debido al nombramiento de Constantinopla como segunda ciudad en importancia para el cristianismo, sentando las bases para la futura división de la Iglesia oriental y occidental, gracias a que el tejido doctrinal del cristianismo había quedado destrozado tras una seguidilla de controversias.

Concilio en Calcedonia (451)
Reinos arrianos y calcedonios en 495

Lo anterior puede verse en que la condena del monofisismo fue entendida en Egipto como un ataque contra su propia Iglesia, siendo usado esta altercado como bandera para defender el secesionismo frente al Imperio romano de Oriente. En consecuencia, en Alejandría se erigió un patriarcado monofisita que preocupó a varios emperadores que intentaron generar un punto de acuerdo entre Éfeso y Calcedonia, sin tener ningún éxito efectivo en esta tarea. No obstante, sin haber podido llegar a ningún acuerdo Egipto, Siria y Palestina cayeron bajo control de los árabes, quienes estaban en plena expansión del Islam por Asia y el Norte de África.

En consecuencia, las luchas doctrinales no eran solo religiosas sino también políticas, pues representaban la independencia que cada iglesia y provincia habían ido adquiriendo con la debilidad del Imperio. Esta lucha por la supremacía de ciertas sedes episcopales no era gratuita, puesto que además de ser un reflejo de la política y la economía, también eran parte de la lucha contra herejías como el gnosticismo, el cual desde el siglo I defendía que el conocimiento espiritual estaba por encima de las enseñanzas y tradiciones ortodoxas y de la propia autoridad de la Iglesia. Así, mientras en Oriente los debates sobre la doctrina y práctica del cristianismo ocurrían día a día, Roma era vista como un bastión de la ortodoxia desde donde se intentaba extender esta versión del cristianismo al resto de iglesias.

Conquista del Islam desde el siglo VII

Dicho de otra manera, desde la perspectiva de Roma las sedes apostólicas eran la piedra angular para preservar las reglas de la fe, siendo la Iglesia romana la sede apostólica por antonomasia  y ´´con la que todos debían estar de acuerdo´´. No obstante, esta influencia no siempre estuvo vigente pues recordemos que en el primer Concilio de Nicea la delegación de Roma tuvo muy poco que ver pese a posicionarse en contra del arrianismo, dejando claro únicamente que Oriente y Occidente tenían posturas totalmente divididas. Dicha división seguiría creciendo a lo largo del siglo III y IV, aun con los intentos de reconciliar las posturas de ambas regiones por ejemplo en el Concilio de Sárdica del 343.

Aun así, este concilio más que aportar a una definición universal de la naturaleza de Cristo, terminó por acentuar la competencia política y religiosa de ciudades como Constantinopla y Roma. Para clarificar esta competencia, es necesario recordar que Constantinopla fue construida por Constantino en el 324 sobre la ciudad griega de Bizancio, debido a su posición geográfica privilegiada entre Europa y Asia y entre el Mar Negro y el Mediterráneo, siendo esta el centro del mundo griego que dominaba la mitad oriental del Imperio romano. En consecuencia, la disputa por el control del cristianismo tenía dos perspectivas completamente opuestas, por un lado, los orientales elevaban el papel de Constantinopla por cuestiones materiales relacionadas con su importancia dentro del Imperio y su vínculo con Constantino, mientras que Roma defendía que su posición de primacía devenía de la voluntad divina y no de factores políticos o coyunturas históricas. En otras palabras, esta disputa reflejaba la división política del Imperio entre Occidente y Oriente y entre el mundo latino y el mundo griego.

Constantinopla
Basílica de San Pedro

Sería solo con el papado de León I, apodado el Grande, ocurrido entre el 440 y el 461, cuando Roma tuvo una figura lo suficientemente carismática como para defender con cierto éxito ante las demás iglesias, la postura de que el obispo de Roma no era solo el sucesor de Pedro entendido como un apóstol más, sino de aquella persona elegida como líder por Jesús para construir su iglesia y expandir sus enseñanzas. De esta tesis se desprendería entonces que el obispo de Roma tenía por derecho y responsabilidad la posición más alta dentro de la jerarquía de la Iglesia cristiana. Así, a partir del papado de León I, Roma cumpliría un papel trascendental en los debates sobre la naturaleza de Cristo del siglo V, siendo algunos de sus escritos como la Epístola a Flaviano, determinantes para que el Concilio de Calcedonia decidiera aceptar que Cristo y el Padre formaban parte de una misma persona pese a la doble naturaleza de este. En consecuencia, con León el Grande a la cabeza de Roma, el papado había iniciado su camino para convertirse en el centro de la Iglesia occidental.

León I el Grande

El cristianismo en la Edad Media

Tras la disolución del Imperio romano de Occidente, la conversión de los pueblos germanos y eslavos y el avance del Islam por tierras cristianas en Asia Menor, el Norte de África y España desde el 632, la cristiandad había sufrido un duro revés debido a que su impulso evangelizador se vio frenado. Aquello fue especialmente cierto para Roma, pues tras la disolución del Imperio romano de Occidente a manos del bárbaro Odoacro en el 476, este decidió trasladar las insignias reales al Imperio bizantino quien se adjudicó ser el legítimo sucesor del Imperio. Posteriormente, con la conquista de buena parte de la Península itálica por Justiniano I en el 535, se instaló en Roma el llamado papado bizantino vigente entre el 537 y el 752, donde los papas requerían la aprobación del emperador bizantino para la consagración episcopal. En consecuencia, muchos papas eran elegidos por el emperador de las provincias de Grecia, Siria o Sicilia bajo su mando, reemplazando a la poderosa nobleza romana en el asiento papal.

Odoacro depone al último emperador romano de Occidente Rómulo Augusto (476)
Conquistas de Justiniano I (535) y el papado bizantino (537-752)

Esta situación se mantuvo hasta que el poder bizantino entró en decadencia siéndole cada vez más difícil mantener bajo su control a Roma, lo que se sumó a un enorme conjunto de acusaciones de derroches y actos de herejía por parte del emperador en la Santa Sede. Aquello llevó al papa a distanciarse del Imperio bizantino que ya no podía garantizar su seguridad dada su lejanía y la guerra que estaba librando contra el Islam, con el fin de buscar una alianza con alguno de los pueblos germánicos que habían invadido el Imperio y que abrazaron el cristianismo posteriormente. Los francos serían la tribu más cercana al papa luego de extenderse por toda Francia y promover la conversión masiva de su población (481), poner freno a la expansión del Islam hacia Europa Central (732) y principalmente por la donación de Pipino el Breve al papado de diferentes territorios arrebatados a los Lombardos (756), la cual estuvo motivada por el respaldo del papa a su legitimidad como emperador.

Justianiano I
Reino franco

Estos territorios serían conocidos como los Estados pontificios vigentes desde el 754, los cuales le otorgaron al papado una enorme independencia política y económica, puesto que el papa adquirió desde entonces una autoridad temporal que con los siglos degeneraría en la corrupción de la Iglesia romana. No obstante, todo esto no sentó muy bien en el Imperio bizantino que renegaba de la coronación de Pipino, junto con el poder que este estaba teniendo este sobre la Iglesia. En este sentido, que el rey estuviese legitimando su poder temporal para reunificar Occidente de la mano del papa, era visto como una extralimitación de las atribuciones del papado por las autoridades bizantinas. Aun con todo, Carlomagno continuaría el legado de su padre Pipino expandiendo el Reino de los francos por gran parte de Europa en el 800. Con Carlomagno el Imperio carolingio tendría su mayor extensión, sentando las bases para el Sacro Imperio Romano Germano (962), cuya religión oficial era el cristianismo. No obstante, aquello debilitó considerablemente la autoridad del Imperio bizantino, creando continuas tenciones entre el papa y el emperador bizantino. Lo anterior quedo aun más claro cuando Carlomagno fue coronado por el papa León III, en un acto que despertó las quejas de Constantinopla, la cual veía con recelo el resurgir del Imperio de Occidente.

Organización territorial de los Estados Pontificios alrededor del 1850.
Imperio carolingio

Bajo este contexto, surgió la controversia de la iconoclasia donde el emperador del Imperio bizantino que casualmente también se llamaba León III, en un intento de promover la unión entre sus súbditos cristianos, musulmanes y judíos, decidió prohibir la adoración a las imágenes en su territorio. Así, desde el 726 poseer un icono equivalía a la idolatría, apuntalando las bases para la controversia iconoclasta que sería determinante en el posterior Cisma de Oriente. Las desavenencias fueron tan grandes que en Roma ya no se llamaba al emperador bizantino rey de los romanos sino rey de los griegos, en una muestra clara de su desacato a la autoridad de Constantinopla. Además, la iconoclasia no fue bien recibida por el patriarca de Constantinopla, otros obispos de Oriente y mucho menos por el papa, los cuales se opusieron a la persecución que se inició y que duraría 50 años. Con esta política se perdieron enormes cantidades de arte sacro, pues la orden de los funcionarios bizantinos era destruir cualquier obra de corte religioso y castigar a sus poseedores. Habría que esperar hasta el 787 para que se produjera el segundo concilio ecuménico de Nicea, donde se estableció la legitimidad de los iconos, definiendo de paso la diferencia entre la veneración y la adoración de estos. Así, adorar es reconocer a alguien como ser supremo y se le debe solo a Dios, mientras que la veneración es rendir un homenaje de honor, respeto o cariño a una persona (ángeles o santos) o cosa (reliquia, estatuas o imágenes) por algún motivo especial como puede ser su santidad.

Iconoclasia en el Imperio bizantino (726)

Ahora bien, la importancia de todo esto fue que la oposición a las políticas imperiales de Bizancio, terminó por alejar aún más a Occidente de Oriente, mientras que al mismo tiempo inauguró una nueva etapa de influencia del emperador sobre la Iglesia de Constantinopla. En consecuencia, a partir de entonces podemos hablar del nacimiento de un Cisma como desenlace de siglos de diferencias entre ambas iglesias. Así, factores como que el emperador pudiera destituir con total facilidad e impunidad al patriarca de Constantinopla, nombrando incluso a un partidario suyo llamado Focio que no estaba ordenado (laico) y que pasó todos los grados del sacramento —diácono, presbítero y obispo— en seis días, fueron motivo de rechazo por Roma que constantemente se oponía a muchas de las decisiones del patriarcado de Constantinopla.

En aquel momento para Roma la influencia que estaban teniendo las autoridades temporales sobre la iglesia de Oriente eran inaceptables, en la medida de que el emperador estaba designando a su conveniencia a uno de los mayores representantes del poder divino como antes había hecho en la Santa Sede. A esto habría que sumar la conversión de Bulgaria al cristianismo y la solicitud de su rey al papa para que enviara misioneros a su territorio, dinámica que no fue aceptada por Constantinopla que consideraba a Bulgaria como parte de su área de influencia. Para entonces cualquier asunto servía para aumentar las tensiones entre el papa y el patriarca, inclusive este último acusó al papado de tergiversar el credo por decir que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, en vez de decir que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo.

Focio (858)
El Imperio romano a la muerte de Teodosio. En tonos amarillos y azules las diócesis que quedaron incluidas en parte occidental

Aun así, cuando todo parecía ir mejorando para la iglesia de Occidente con la creación del Imperio carolingio, tras la muerte de Carlomagno su imperio se desintegró poniendo fin a cualquier esperanza de una Europa unificada. A su vez, llegaron nuevas invasiones bárbaras como los normandos, sarracenos y magiares, los cuales atacaron en un momento de extremo caos y fragmentación del poder en Europa central. Esto provocó un auge de pequeños señores feudales que basaban su poder en el control de la tierra, donde los ejércitos privados se volvieron la regla en tierras germanas, inglesas y francesas, cuya legitimidad era suficiente para establecer relaciones de señor-vasallo, donde los poseedores de la tierra derivaban su control sobre personas que les debían lealtad, tributo y ayuda en tiempos de guerra. Con este pacto se establecía una jerarquía incuestionable propia de la Edad Media y el feudalismo, fundamentada en la obligación y el servicio, donde los nobles ofrecían tierra y protección a los campesinos a cambio de que les reconocieran como sus líderes, les juraran lealtad y les pagaran tributo. Mientras tanto estos campesinos tenían el estatus de semiesclavos que no eran remunerados por su trabajo, siéndoles prohibido abandonar las tierras donde habían nacido.

División del Imperio carolingio
Invasiones Bárbaras en los Siglos IX y X

En este periodo, el papa se vio reducido prácticamente a un rey más que dominaba los Estados pontificios, siendo desafiado por otros poderes temporales que ponían a la Santa Sede al servicio de quien pudiera dominarla. En otras palabras, quien conseguía el poder se hacía con el dominio del papado, en una competencia donde participaron los señores feudales de Roma e Italia, quienes durante siglo y medio subsumieron al papa y nombraron obispos, los cuales no necesitaban estar ordenados y eran convertidos en vasallos de los señores feudales para que les rindieran lealtad directamente a ellos (algo parecido ocurrió en el resto de Europa). Aquello terminó en un conjunto de escándalos, corrupción y desviaciones morales por parte del papado, los cuales iban desde abusos y excesos sexuales hasta manipulaciones políticas. Pese a todo esto, las cosas comenzarían a cambiar con el Monasterio de Cluny fundado en el 909, cuya particularidad era ser uno de los pocos monasterios que no dependía de ningún poder temporal, pues estaba bajo el servicio directo del papado en una relación que le daba bastante independencia. Este modelo se replicó por toda Europa hasta que hubo cerca de 1200 monasterios independientes del poder temporal, lo que supuso un respiro para la Iglesia occidental del dominio de los señores feudales. No obstante, el caos y la manipulación del emperador del Sacro Imperio siguió siendo la regla, llegando incluso un papa a ser capturado por los normandos en una de las luchas por el control de los Estados Pontificios, ser común los cargos eclesiásticos nombrados por simonía y generarse el nombramiento de antipapas.

Iconoclasia en el Imperio bizantino (726)

Todo aquello ocurrió a pesar de que papas como Nicolás II elaboraron leyes que afirmaban que la elección papal correría a cargo del Colegio cardenalicio, cuya decisión no tendría que ser reconocida por el emperador para ser efectiva. Gregorio VII (1073-1085) continuaría con la labor de Nicolás II, dedicando su vida a intentar apuntalar la posición del papa frente a los poderes temporales del rey o los señores feudales. Para ello publicó en 1075 el Dictatus papae, el cual comprendía los siguientes puntos respecto a la figura del papa:

1, El papa no podía ser juzgado por nadie.

1. Nadie podría ser condenado mientras estuviera apelando a Roma.

2. Las principales cuestiones surgidas en el seno de la Iglesia tendrían que remitirse a Roma.

3. El papa podía trasladar a los obispos, convocar concilios generales y reformar el derecho canónico, teniendo preeminencia sobre los dos primeros.

4. El papa tenía derecho a llevar las insignias imperiales y los príncipes debían besar los pies del papa para consolidar su mando.

5. El papa tenía derecho a deponer al emperador o eximir a la gente de obedecer a un gobernante malvado.

6. Ninguna autoridad laica podría nombrar obispos, puesto que esta era una atribución del papa.

Gregorio VII (1073-1085)

Esto enfrentó directamente a Gregorio con el emperador del Sacro Imperio Romano-Germano, Enrique IV, quien en 1705 intentó investir por sí mismo al obispo de Milán, provocando la total oposición de Gregorio. Este conflicto trascendió cuando Enrique acusó al papa de ser un falso monje y declarar su deposición del cargo, mientras que Gregorio excomulgó al emperador y a los obispos que respaldaban sus acciones. Todo esto puso de manifiesto una discusión que marcaría el devenir de los próximos siglos, en la medida de que contribuyó a determinar hasta donde llegaba la autoridad papal y de los reyes, estableciendo además un orden jerárquico entre ellas. No obstante, el hecho de que un poder terrenal se atreviera a intentar deponer a una autoridad sagrada escandalizó a toda la Iglesia, provocando revueltas en el Sacro Imperio donde muchos príncipes exigían que el emperador se sometiese al papa.

La reacción fue tal que finalmente Enrique IV tuvo que humillarse y caminar descalzo a Canosa, en Italia, para suplicar el perdón de Gregorio VII y su absolución. Gregorio había demostrado que el rey no podía enfrentarse al papado, pero al mismo tiempo despertó nuevos problemas cuando este decidió no apoyar la reelección de Enrique y ayudar a su rival Rodolfo, quien había sido llevado al trono por algunos príncipes alemanes. En consecuencia, al verse Enrique humillado y cuestionado por la autoridad del papa, decidió nombrar un antipapa llamado Clemente III, procediendo a invadir Roma para consagrarlo como papa. Gregorio sin el poder material para evitar esta invasión y con su legitimidad afectada por acusaciones de fanatismo, se recluyó en el Castillo de Sant’ Angelo para luego escapar y morir en el exilio sin cumplir su objetivo. Así, pese a su fracaso inicial las reformas gregorianas lograron afianzar las exigencias del papado, colocando al poder temporal por debajo del poder divino, siendo ahora el emperador quien debía ser ratificado por el papa para asegurar su legitimidad. Además, estas reformas decantaron la discusión acerca del matrimonio clerical hacia el celibato, al tiempo que contrarrestaron la creciente tendencia hacia la simonía, donde muchos cargos eclesiásticos podían ser comprados.

Enrique IV emperador del Sacro Imperio Romano
Enrique IV delante del Papa Gregorio VII
Castillo de Sant' Angelo

Por su parte, las reformas gregorianas incentivaron la fusión de la Iglesia y los temas espirituales con el Estado, el poder temporal y los asuntos seculares, lo cual permitiría la instauración de una monarquía papal y una nueva visión de la función que la Iglesia debía cumplir dentro de la sociedad europea. Su posición sería retomada por el papa Urbano II en el Concilio de Clermont de 1095, donde se declaró la aspiración universalista de la Iglesia católica y su independencia de cualquier poder secular. Aun así, la búsqueda de Gregorio de legitimar la idea de que solo el papa podía llamarse «universal», negando de paso la autoridad del patriarca de Constantinopla, desencadenó un nuevo problema que terminaría con la división en dos del cristianismo. Ante este deseo de concentrar el poder de la Iglesia en torno al papa, surgieron opositores en muchas de las iglesias que hasta entonces habían gozado de gran autonomía, pero también en los líderes feudales y reyes que veían su posición supeditada a la aprobación del papa.

Urbano II
Concilio de Clermont (1095)

Las luchas dogmáticas y el gran cisma de Oriente y Occidente

Para finalizar con el siglo XI, tal vez el acontecimiento más importante fue la ruptura entre las Iglesia Latina y Oriental en el Gran cisma de 1054, debido a factores políticos vinculados a la rivalidad entre Roma y Constantinopla y a diferencias teológicas irreconciliables. Ahora bien, de fondo estas dos Iglesias eran radicalmente disímiles desde su creación, a causa de dinámicas externas como la lengua, la historia, la cultura y la geografía de las zonas donde se habían instalado. Además, con la donación de tierras que Pipino el Breve había hecho al papado en el 756, el papa se había vuelto no solo un líder espiritual sino un jefe de Estado poderoso que recibía grandes dividendos de los Estados Pontificios, aumentando considerablemente su influencia frente a un patriarca de Constantinopla cada vez más dominado por el emperador del Imperio bizantino.

Por su parte, en Occidente la coronación de Carlomagno en el 800 por el papa León III acrecentó la separación con Oriente, al demostrar que el poder de la Iglesia de Roma trascendía por mucho la función espiritual que había tenido en sus orígenes (aunque en realidad constituía una disputa política del emperador del Imperio bizantino con el Imperio carolingio). Las cruzadas tampoco ayudarían mucho a la reconciliación entre Occidente y Oriente, puesto que el saqueo de Constantinopla y Santa Sofía por cruzados occidentales, el nombramiento de un nuevo patriarca latino por estas fuerzas y la conversión de las iglesias de la ciudad al rito católico latino, marcarían el fin de cualquier opción para reunificar ambas creencias cristianas.

No obstante, esta separación no se presentó como una sorpresa sino que se fue gestando a lo largo del siglo V al XI, debido a que ciudades como Alejandría, Antioquia y Roma habían tenido una enorme influencia sobre el Mediterráneo, la cual fue puesta aprueba por un nuevo centro de poder encarnado en Constantinopla y más tarde por el Imperio bizantino, único sobreviviente de la herencia romana. Ni siquiera las repetidas alegaciones de preeminencia de Roma y sus argumentos de que los papas eran herederos de la figura de Pedro, sirvieron para congratular posiciones teológicas como puede ser la relación del Espíritu Santo con la Trinidad. Hay que tener en cuenta que para este periodo el Imperio bizantino y su capital Constantinopla representaban una unidad en contraposición a la fragmentación  de Europa, cuestión que ponía una extensión territorial enorme bajo jurisdicción del Gran patriarca de Constantinopla, que solo veía limitado su poder por el Patriarcado de Antioquía y Alejandría, pese a lo cual era visto por muchos como una figura más importante que el papa.

Entrada de los cruzados en Constantinopla durante la Cuarta Cruzada (1204)

Además, como hemos dicho anteriormente Roma llevaba siglos alejándose de Constantinopla al buscar el respaldo de los francos y adquirir su propio poder temporal, rompiendo en buena media la comunicación entre ambas sedes, en una dinámica que se vio agravada por la impartición de la liturgia en latín desde el siglo III en Roma en detrimento del griego. Por otro lado, el patriarcado de Constantinopla no había logrado desprenderse de la influencia del poder temporal del emperador, dependiendo de este a nivel político y económico, por lo que cualquier choque entre los intereses del Imperio bizantino y Roma se traducía en un mayor distanciamiento entre sus iglesias. Al mismo tiempo, el surgimiento de una controversia alrededor de la concepción que tenía la Iglesia occidental acerca el Espíritu Santo, la cual afirmaba que este procedía directamente del Padre y el Hijo, llevó a que el papado fuera acusado por el patriarca de Constantinopla de herejía. Así, desde Constantinopla se decía que el papa había incluido la llamada cláusula Filioque al Credo de Nicea del 381, siendo esto inaceptable para el patriarca. Otros factores de división fueron la imposición del celibato al clero, la limitación de la confirmación de los obispos, el uso de pan sin levadura en la Eucaristía, la compra de cargos eclesiásticos y la división de poder entre Roma y Constantinopla.

Con todo aquello los sentimientos anti latinos en Oriente crecieron desmedidamente, siendo esto aprovechado por el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario (1043-1058), para oponerse al celibato sacerdotal, al ayuno, al uso del pan sin levadura para la Eucaristía, entre otras prácticas que lo llevaron a cerrar todas las iglesias de culto latino, expulsar a sus monjes y expropiar todas las propiedades papales en el Imperio bizantino. A raíz de esto el papa León IX envió una delegación a Constantinopla para negociar, pero esta al no ser recibida decidió excomulgar al patriarca aunque para entonces el papa ya había muerto, produciéndose una curiosa situación donde dicha delegación realizó una excomunión en nombre de un papa que ya no estaba con vida, pero que desembocó en la fractura definitiva de las iglesias de oriente y occidente.

Excomunión de Miguel Cerulario (1054)

Ante este acto, el patriarca de Constantinopla reunió un sínodo que decidió excomulgar a la delegación papal y al mismo papa, rompiendo con ello cualquier relación entre Constantinopla y Roma, en lo que se conocería como el Gran cisma. Desde entonces se han celebrado varios concilios unionistas como el II Concilio de Lyon (1274) y el de Florencia (1439) para intentar restaurar la unidad, pero hasta el día de hoy todos los esfuerzos han sido infructuosos. Para complejizar aún más las cosas con la caída de Constantinopla a manos de los turcos y la desaparición del Imperio bizantino en 1543, se hizo aún más difícil generar canales de comunicación debido a que la iglesia oriental se fragmentó considerablemente, presentándose en muchos de los patriarcados que surgieron en esta época ritos y prácticas particulares, los cuales rigen hasta el día de hoy sus iglesias (armenio, copto, sirio, manonita, griego y ruso).

Por su parte, al separarse las iglesias orientales y occidentales, Ceruliano afirmó que el papado había creado un cristianismo heterodoxo al estar fuera de la doctrina tradicional, nombrándose a sí mismos ortodoxos, en sinónimo de que desde su perspectiva seguían de manera correcta la doctrina. A su vez, las iglesias orientales sufrieron una división interna donde una parte de cada una de ellas se posicionó a favor o en contra de Roma, llegándose incluso a lograr una reunificación con el papado con algunas de estas facciones dentro del mundo ortodoxo. Aun con todo, el Gran cisma partió en dos la historia cristiana, junto a la política de Europa, al establecer una clara diferencia entre el mundo católico de Europa occidental y el mundo ortodoxo de Europa del Este.

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