Primera fitna (656-661)
El nombramiento de Alí como califa marcaría un antes y un después en el islam, pues a pesar de ser un íntimo pariente del Profeta su gobierno no fue universalmente aceptado. Así, Alí contaba con el apoyo de amplios sectores en Medina, con aquellos que estaban resentidos por el aumento de poder de los omeyas y de los musulmanes que aun vivían según el código nómada tradicional. No obstante, el asesinato de Uzman yerno de Mahoma y uno de los primeros convertidos al islam, desató una guerra civil de 5 años en la umma conocida como fitna o tiempo de tentación, poniendo sobre la mesa la pregunta de cómo se debía establecer el sucesor de Mahoma. Además, la discusión acerca de otorgar los territorios conquistados a los soldados árabes seguía abierta, siendo especialmente intensa en Sawad una rica región que antes de la conquista había proporcionado la mayor parte de sus rentas al Imperio persa. Ambos factores crearon un aura de ilegitimidad en Alí, pues no podía satisfacer a sus partidarios al otorgarles tierras, mientras que tampoco condenaba y castigaba a los asesinos de Uzman. Todo esto llevó a que se convocara a un arbitraje para definir quién mantendría unida a la umma, saliendo victorioso Muawiya ibn Abi Sufyán, fundador y primer califa del Califato Omeya vigente desde el 661 hasta el 750, bajo el mando de la dinastía Omeya con capital en Damasco. Su nombramiento como califa se realizaría en Jerusalén, pero no sin antes presentarse una considerable resistencia por parte de Alí que reprimió a movimientos radicales como el de los jariyíes o salientes, compuestos por todos aquellos seguidores de Alí que aceptaron la decisión del arbitraje.
Sawad
Muawiya ibn Abi Sufyán (661-680)
Califato Omeya 663-750
En este punto, los musulmanes se enfrentaron a varios problemas propios de la administración de un territorio de las dimensiones que había adquirido el Imperio islámico. Los puntos de conflicto pueden resumirse de la siguiente manera:
1. La crítica al nepotismo que muchos vieron durante el gobierno de Uzman, el cual beneficiaba a los Omeya en detrimento del igualitarismo que promovía el Corán.
2. Los jariyíes a pesar de ser un grupo minoritario pusieron de manifiesto que la política estaba afectando la moralidad de la umma, desatando arduas discusiones teológicas dentro de la comunidad islámica acerca del papel del califa como un líder poderoso o un musulmán devoto. Igualmente, este movimiento argumentaba que la dignidad del califal emanaba de la comunidad, la cual debía elegir libremente al más digno sin importar su condición o lugar de nacimiento.
3. La cuestión de quién y qué era un musulmán cobró vigencia, pues las prácticas políticas enfrentaron a las ideas del islam con la materialidad del gobierno y la riqueza obtenida de la conquista. Además, cada vez más personas no árabes se estaban convirtiendo al islam, exigiendo no ser tratados como musulmanes de segunda clase.
4. El centro del islam por primera vez se había trasladado de La Meca a Damasco, iniciando una nueva fase para la umma donde la competencia entre los grandes centros del poder musulmán, se traduciría en disputas por la preeminencia en regiones como Iraq y Siria.
5. Tras su muerte, Alí se había convertido en una especie de símbolo de cómo la lógica política se había impuesto sobre la religión, haciendo que el pariente varón más cercano a Mahoma fuera asesinado, en un acto que ponía en tela de juicio la moralidad de umma. Esto marcaría el surgimiento de los chiitas o partidarios de Alí, los cuales defendían que la sucesión del Profeta es un derecho especial de la familia de este.
6. Con el traslado de la capital a Damasco y las nuevas medidas que se estaban tomando, muchos musulmanes sintieron que la umma se estaba alejando del mundo del Profeta y que su razón de ser original estaba en peligro.
Primera fitna (656-661)
Los omeyas y la segunda fitna (680-692)
Pese a todos los conflictos mencionados anteriormente, el califa omeya Muawiya logró restaurar la unidad del imperio entre el 661 y el 680, en especial debido a que muchos árabes se habían sentido horrorizados por las luchas entre musulmanes que había traído la primera fitna. Asimismo, los árabes comenzaron a ser consciente de lo vulnerables que eran sus plazas fuertes, aisladas de las demás poblaciones árabes y rodeadas de súbitos que en cualquier momento podían volverse hostiles, por lo que una guerra civil podría poner fin a todo lo que habían conseguido. Esto llevó al califa a reforzar el sistema de separación entre árabes y el resto de la población del imperio, manteniendo activa la discusión acerca del derecho de los soldados a establecerse en los territorios conquistados.
Por otro lado, Muawiya se concentró en mejorar la administración del imperio y no promover la conversión de las poblaciones locales, en parte porque los impuestos que pagaban eran la base fiscal de su gobierno. En consecuencia, el islam siguió siendo la religión de la élite conquistadora árabe, la cual sin embargo dependía de la experiencia administrativa de la antigua élite bizantina y persa para garantizar el funcionamiento de sus dominios. No obstante, aunque esto cambiaría con el paso de los siglos, cuando los califas fueron unificando militar, política, religiosa e ideológicamente la enorme diversidad de territorios que habían conquistado, las costumbres y dinámicas propias de las cortes persas y bizantinas, terminaron por imponerse sobre la vida cotidiana de los califas árabes y sus allegados.
La corte del califa comenzó entonces a vivir una vida cada vez más culta y lujosa, asemejándose a otras clases dominantes de Oriente Medio. Por su parte, los Omeyas se convencieron cada vez más de que la monarquía absoluta, era la única forma efectiva de gobernar unos territorios tan amplios y particulares. Su argumento consistía en que de mantenerse el poder de una oligarquía militar que competía entre sí por el poder, un imperio pre moderno cuya economía dependía de la agricultura, terminaría por desmoronarse entre batalla y batalla. En comparación, un monarca absoluto no necesitaba estar enfrascado en luchas internas, no tenía que someterse a las intrigas de poder de las familias dominantes y no estaría maniatado a la hora de escuchar las suplicas de los pobres.
Aun así, esta visión chocaba directamente con el sistema político del momento donde el verdadero poder recaía en los gobernantes locales, los cuales eran vasallos del califa a quien rendían homenaje y tributo, pero sin estar completamente subsumidos a su poder. De esta forma en un imperio que creció aún más durante el mandato Omeya, la idea de una monarquía absoluta se hizo inmensamente popular en la corte, pero al mismo tiempo generó un enorme rechazo en buena parte de la población, que no veía reconciliable este poder absoluto con las tradiciones árabes y el igualitarismo que se desprendía del Corán. Esto llevó a que los califas omeya nunca lograran ser monarcas absolutos sino primus inter pares, los cuales sin embargo establecieron un gobierno dinástico que en primera instancia debía solucionar el problema de la sucesión del califa.
Primera fitna (656-661)
Califa olmeya
La fitna había puesto de manifiesto entonces la disputa que se había generado entre las necesidades del Estado y las exigencias del islam, pues cuestiones como las controversias en torno a la sucesión del califa podían desintegrar en cualquier momento el Imperio. Esto quedaría claro tras la muerte de Muawiya y la división del imperio entre sus dos hijos, lo cual desató una guerra civil que llevó a un trono unificado a Yazid I que gobernó entre el 680 y el 683. Pese a su victoria inmediatamente se desataron revueltas que buscaban nombrar califa al segundo hijo de Alí, Husayn, nieto del profeta según las creencias del chiismo. Sin embargo, Husayn sería asesinado por las tropas omeyas aumentando el radicalismo entre los musulmanes chiitas, al ser este acto considerado como una prueba de la imposibilidad de reconciliar los mandatos religiosos con la realidad política del imperio. Así, de nuevo la umma se enfrascaría en una segunda fitna o guerra civil que desgarraría el mundo musulmán. Ahora bien, en el 685 Abd al-Malik lograría reestablecer el dominio omeya en un reinado que duró hasta el 705, caracterizado por doce años de cierta prosperidad y tranquilidad. Durante su gobierno defendió la solidaridad de la umma por sobre los intereses de los jefes árabes locales, sofocó cualquier rebelión emergente y se dedicó a intentar centralizar el poder en manos del califa. A su vez, el árabe reemplazó al persa como lengua oficial del imperio, se acuñaron monedas con frases coránicas, se construyó en Jerusalén la Cúpula de la Roca en el 691 como el primer gran monumento islámico, se reafirmó la supremacía del islam en Tierra Santa y se desarrolló un estilo arquitectónico y artístico característico del islam.
Yazid I (680 y el 683)
Husáin ibn Ali (626-680)
Dinar de oro de Abd al-Málik. Califa entre el 685 y el 705
Cúpula de la Roca (687-691)
Dicho arte estaría basado en objetos geométricos, versículos coránicos en árabe, la ausencia de figuras humanas, la lacería o líneas entrelazadas que forman estrellas o polígonos y el ataurique o adornos de figuras geométricas vegetales y patrones extravagantes que imitan formas de hojas, flores, frutos y cintas. También la separación entre árabes y no árabes se relajó, permitiéndose que estos últimos se asentaran en las plazas fuertes antes reservadas para los árabe, se facilitó el comercio entre musulmanes y no musulmanes y aunque no se impulsó la conversión de las poblaciones locales, si se evidenció la conversión de muchos funcionarios imperiales. Esto trajo un nuevo desafío pues una vez roto el rígido sistema de segregación de la población, aquellos nuevos musulmanes se mostraron en contra de los privilegios otorgados a los musulmanes árabes, mientras que al mismo tiempo jariyíes y chiíes siguieron guardando rencor hacia los a los omeyas por los sucesivos actos de represión.
Lacería
Ataurique
Califato Omeya 663-750
Pese a la prosperidad, las preguntas inevitables que surgieron dentro del islam en esta época fueron:
1. ¿Cómo una sociedad que mataba a sus líderes podía afirmar que seguía los designios de Alá?.
2. ¿Qué características debía cumplir el líder de la umma, ser el más piadoso de los musulmanes (jariyíes), un descendiente directo del Profeta (chiíes) o se debía aceptar a los omeyas para garantizar la paz y la unidad?.
3. ¿La sociedad debía ser primero islámica y luego árabe?.
4. ¿Cómo se podía garantizar la unificación del conjunto de la vida humana en torno a la sumisión a la voluntad de Dios, con las exigencias materiales de la administración del Estado?.
En consecuencia, estas extensas discusiones acerca de cómo debía ejercerse el liderazgo político de la umma tras las guerras civiles, cumplirían en el islam el papel que en el cristianismo cumplieron los grandes debates cristológicos de los siglos IV y V. Sirviendo además de alicientes para las futuras divisiones que sufriría el islam a lo largo de los siglos.
Segunda fitna (680-692)
Los últimos años de los omeyas (705-750)
Pese a que muchos árabes continuaron siendo renuentes a la idea de una dinastía, Abd al-Malik consiguió que su hijo al-Walid I lo sucediera en el trono, logrando con ello que por primera vez en el mundo islámico se aceptara la idea del principio dinástico sin objeciones demasiado determinantes. En consecuencia, los Omeya alcanzaron la cúspide de su poder al concluir su expansión por el norte de África y asentarse en España, marcando el límite de las conquistas musulmanas en Europa occidental, cuando Carlos Martel venció a las tropas musulmanas en la batalla de Poitiers en el 732. No obstante, para los musulmanes este no significó un desastre significativo, debido a que concebían a Europa central como un lugar relativamente poco atractivo para su anexión al imperio.
Expansión máxima del Califato Omeya en el mandato de al-Walid I
Además, a diferencia de Tierra Santa no existía ninguna conexión religiosa que llevará a los musulmanes a querer conquistar a todos los cristianos occidentales en nombre del Islam. Europa occidental era para entonces un lugar que estaba entrando en la Alta Edad Media, con poco comercio y actividades económicas verdaderamente lucrativas, con un clima en el norte cada vez menos atractivo e incluso en algunos momentos con economías tan paupérrimas, que debían esclavizar a otros europeos cristianos para venderlos al Imperio musulmán. Por otro lado, dadas las condiciones presentes en los imperios pre modernos cuya sobrevivencia estaba vinculada a la productividad agraria, la enorme extensión de sus territorios pasó factura al califa Umar II en la década del 710, pues las necesidades de su imperio superaron por mucho su capacidad administrativa y de recursos en general.
Invasión a la Península ibérica
Aunado a esto, los bizantinos habían encontrado el arma definitiva para enfrentarse a los árabes en la forma del juego griego, gracias al cual pudieron conseguir importantes victorias en contra de Umar II. Son famosas las derrotas musulmanas bajo los muros de Constantinopla con una enorme sangría en hombres, suministros y equipamiento, las cuales se extenderían hasta 1453 cuando la ciudad cayó en manos de los otomanos. Algunas de las reformas emprendidas por el califa tampoco ayudaron a la situación del Imperio, en la medida de que generaron un gigantesco agujero fiscal para el Estado. Tal vez la más importante de estas reformas fue la de permitir que los dhimmi se convirtieran en masa al islam, siendo estos la base fiscal del Estado al pagar el impuesto personal o yizya, cuya recaudación se desplomó súbitamente hasta consolidarse como una pérdida de rentas irrecuperables.
A pesar de todo esto, Umar II no es considerado un mal califa debido a que se mantuvo en la senda de los 4 primeros rashidun, enfatizando su gobierno en la unidad islámica, el trato igualitario para todas las provincias y el respeto por los dhimmi. Sin embargo, su mandato puso de manifiesto de nuevo que los intereses religiosos de expandir el islam, eran contraproducentes para los intereses estatales de mantener una economía saludable por medio de los impuestos, acelerando el declive general del imperio. Esto quedaría claro en los gobiernos de sus sucesores marcados por revueltas y descontento social, aunque los omeyas siguieron luchando por acercarse cada vez más a la figura de un monarca absoluto convencional.
Juego griego del Imperio bizantino
Dhimmi
Hisham I califa entre el 724 y el 743, logró contener los levantamientos populares y religiosos que se presentaron en el Imperio, debido al aumento de su poder dentro de la estructura política del mismo, pero a cambio despertó el rechazo de muchísimos fieles que veían en el absolutismo un fenómeno detestable y por encima de todo antiislámico. Aquello facilitó a los chiíes aumentar su actividad religiosa y política, argumentando que el verdadero conocimiento de cómo se debía construir una sociedad islámica se encontraba en los descendientes de Alí, dado que su vínculo directo con Mahoma los hacía los más capaces para gobernar. Incluso algunas de las posturas más extremas del chiismo como los ghulat o exageradores, defendían que Alí era una encarnación de lo divino al igual que Jesús para los cristianos, encontrándose todos aquellos líderes chiís supuestamente muertos en batalla, escondidos en un lugar indeterminado a la espera de la oportunidad propicia para construir un reino utópico de paz y justicia en los Últimos Días.
Como si todo lo anterior fuera poco, los conversos al islam o mawali (clientes), reclamaban con cada vez más vehemencia abandonar su estatus de musulmanes de segunda clase, las tribus árabes se encontraban divididas, algunos árabes deseaban integrarse en las sociedades de los pueblos sometidos y otros exigían que las guerras de conquista se mantuvieran activas. El problema era entonces que muchas de estas revueltas poseían su propia ideología religiosa fundamentada en el islam, por lo que ni siquiera la religión podía mantener unidas firmemente las diferentes partes y facciones del Imperio. En consecuencia, las condiciones estaban dispuestas para que la dinastía omeya fuera destronada, llegando al poder la facción abasí, debido a su capacidad de capitalizar el deseo popular de que un familiar de Mahoma ocupara el mando del islam.
Caligrafía del nombre de Ali Ibn Abi Tálib
Zonas Chiíes
De esta manera, Ibn Abbás hijo de Abbás ibn Abd tío del profeta Mahoma y su hijo Abdallah, uno de los primeros y más eminentes recitadores del Corán, recibieron desde el 743 el apoyo de muchos musulmanes en las provincias iraquíes del imperio. Con su ayuda los abasíes lograron tomar Kufa en el 749, derrotando en el 750 al último califa omeya Mansur II en lo que hoy es Irak. Una vez en el poder, los abasíes (750-935) abandonaron la mayoría de las premisas religiosas chiíes que los habían llevado al poder, con el objetivo de centrarse en convertir al califato en una monarquía absoluta. El primer califa abasí sería Abu al-Abbas al-Saffa (750-754), quien como primera medida intento exterminar a todos los omeyas, aunque el omeya Abderramán I logró
escapar a España para formar más tarde el Califato de Córdova. Por su lado, el califa abasí Abu Yafar al-Mansur (754-775), ordenó el asesinato de todos los líderes chiíes considerados peligrosos para la estabilidad de su gobierno, rompiendo por completo con esta rama del islam. Su aspiración de concentrar en torno a sí el poder, puede verse en los títulos usados por los califas abasíes como pueden ser al-Mansur o el victorioso, asegurando además que Dios le proporcionaba una ayuda especial para cumplir sus objetivos. De igual manera, su hijo adoptaría el apodo de al-Mahdi o el guiado, un término usado por los chiíes para referirse a un líder venidero, el cual estaría encargado de crear un reino de justicia y paz en la tierra. No obstante, los abasíes también realizaron concesiones a las facciones disidentes, como por ejemplo la eliminación de un estatus de privilegio para los árabes del imperio. A su vez, se trasladó la capital de Damasco a Bagdad, con el fin de sostener su poder en el apoyo de los pesas conversos.
Abu Yafar al-Mansur (754-775)
Campañas del califa omeya Marwan II. En rojo las campañas de los abasíes
Damasco
Bagdad
En resultado, políticas como la equidad entre todas las provincias, la prohibición de que alguna etnia tuviera un trato especial y la adopción de cierto nivel de meritocracia, aumentó enormemente la popularidad de los abasíes entre los millones de mawali del imperio. Esta cercanía con las antiguas sociedades preislámicas se pudo ver también en la adopción de muchas de las prácticas de la autocracia persa sasánida, provocando que entre el 786 y el 809, Harun al-Rashid ya pudiera gobernar como un monarca absoluto clásico y no como un rashidun. Prueba de ello es que el califa estaba progresivamente más aislado de sus súbditos, se reemplazó la antigua tradición de que no existieran ceremonias y excesivas pompas en la relación entre el califa y sus gobernados y se impusieron prácticas como que los cortesanos tuvieran que besar el suelo en presencia del califa, todas ellas cuestiones que serían inimaginables para un árabe tradicional que solo se postraba ante Alá.
En comparación con Mahoma que nunca requirió de complejos rituales para acercarse a su presencia, los califas abasíes se autodenominaron la Sombra de Dios en la tierra, manteniéndose siempre un verdugo a su lado para resaltar su capacidad de decidir sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Por su parte, el califa delegó el manejo de la umma en las manos de visires que debían encargarse del gobierno, mientras que los califas fungían como una especie de tribunal último de apelación, que por su naturaleza se ponía por encima de las distintas facciones y sus intereses. Otras funciones de los califas serían dirigir las oraciones de los viernes en la tarde, dirigir el ejército, entre otros aspectos puntuales.
Harun al-Rashid (786-809)
En cuanto al ejército, este ya no era una fuerza de carácter multiétnico abierto a cualquier musulmán, sino principalmente una institución formada por persas, en función del apoyo que estos habían dado a los abasíes durante su toma del poder. Se podría decir que estos soldados eran vistos como el ejército personal del califa, consolidando un imperio que era un fracaso a nivel de las doctrinas islámicas, pero un éxito en el ámbito de la administración política y económica. Aquello permitió que entre el 763 y el 809, el imperio viviera una paz sin precedentes mediante la represión de cualquier resistencia y la consolidación del poder central. Durante su gobierno florecieron la crítica literaria, la filosofía, la poesía, la medicina, las matemáticas y la astronomía, en ciudades como Bagdad, Kufa, Basora, Yunday Sabur y Harrán. Los dhimmi fueron parte clave en esta recuperación y traducción al árabe del conocimiento clásico y la importación de conocimiento de lugares como la India, realizando incluso muchísimos nuevos aportes a la ciencia debido al fomento de este tipo de actividades durante el califato abasí. Igualmente, la industria y el comercio tuvieron un gran despegue, mientras que los lujos y el refinamiento de la vida de las clases dirigentes creció de manera desbordada, haciendo que para muchos musulmanes este régimen no representara ninguno de los principios del islam. Algo que muestra este fenómeno, es que los califas lejos de limitarse a las cuatro esposas prescritas en el Corán, poseían inmensos harenes al estilo de los monarcas sasánidas, lo cual significaba el privilegio de las culturas conquistadas por sobre la enseñanzas del Profeta y la tradición árabe.
El califa abasí Al-Mamun reunido con un grupo de eruditos a quienes les asignó la tarea de calcular el tamaño de la Tierra
Harenes de estilo persa
Por otro lado, en el ámbito de las leyes los abasidas hicieron grandes esfuerzos por generar un sistema de leyes, capaz de reemplazar a los diferentes modelos jurídicos presentes en los territorios del imperio. Este esfuerzo se basó en el hecho de que con la conversión masiva de personas que se había presentado en las últimas décadas, ya los musulmanes no representaban una minoría aislada en plazas fuertes, sino una enorme mayoría que podía ser gobernada bajo normas adaptadas de las máximas del Corán y la Sunna. Además, como muchos musulmanes recién convertidos continuaban teniendo algunas de sus prácticas y creencias pasadas, el regular la vida islámica de las masas creó la necesidad de un sistema más racionalizado y una institución religiosa con amplios márgenes de acción.
Aquello favoreció la aparición de una clase social plenamente diferenciada llamada los ulama o ulemas, siendo estos eruditos religiosos dedicados al estudio de los textos que componen la tradición islámica, los cuales se formaban en instituciones de educación superior como las madrazas. Igualmente, los jueces (qadi o cadíes) empezaron a recibir una formación más rigurosa en cuestiones religiosas, para que pudieran tomar decisiones legales de acuerdo con la sharia. Ahora bien, la sharia es un código detallado de conducta que contempla normas relativas a los modos de culto, los criterios de moral y estilo de vida, aquello que está permitido y prohibido y las reglas que separan lo que se considera bien del mal. En consecuencia, más que solo un sistema de justicia civil o criminal, se considera una guía del modo de vida islámico, siendo adoptada por la mayoría de musulmanes de diferentes maneras, pues puede ser vista como un sistema legal o como una cuestión de conciencia personal y guía moral de conducta.
Ulemas
Qadi o cadíes
En sus orígenes la sharia fue vista como una protesta de los creyentes más fervientes contra una sociedad que juzgaban corrupta, puesto que la sharia rechazaba totalmente el espíritu aristocrático y sofisticado de la corte, pedía la restricción del poder del califa y servía de base para afirmar que el califa no poseía el mismo papel del Profeta o de los rashidun, en la medida de que éste solo debía dedicarse a administrar la ley sagrada. Asimismo, condenaba la cultura cortesana como antiislámica al poseer una vocación igualitaria extraída del Corán, donde se debía proteger a los débiles y ninguna institución bien sea el califato o la corte, tenía jurisdicción alguna que les permitiera interferir en las decisiones y creencias personales del individuo. En pocas palabras, todos los musulmanes tenían la única responsabilidad de obedecer los mandatos de Alá y de ninguna otra autoridad religiosa, pues no era necesaria la intermediación de una institución o un grupo especializado como los clérigos, para que se estableciera un lazo entre Dios y cada musulmán. La sharia se veían entonces como un intento de reconstruir la sociedad, basándose en criterios totalmente distintos de los políticos y palaciegos, consolidándose como una fuente de contracultura que buscaba movilizar a los fieles en contra de los excesos del califato.
Esto propició en buena medida la fractura del imperio, puesto que para el 785 aun en el reinado de Harun al-Rashid, quedó claro que resultaría imposible controlar firmemente un imperio de tal extensión. Poco a poco las provincias de las periferias fueron distanciándose del poder central, hasta que en el 929 al-Andalus se separó y creó primero el Emirato y luego el Califato de Córdoba, lo cual dejaba clara su total independencia religiosa y política frente a Bagdad y el poder abasí. Conjuntamente, el imperio entró en una crisis económica que se vio combinada con una guerra civil entre el 809 y el 813, tras el intento de Harun al-Rashid de dividir el imperio entre sus dos hijos. No obstante, este conflicto no tuvo ninguna acepción religiosa o ideológica, sino que se constituyó como una guerra política entre los dos hermanos, de la cual salió victorioso al-Mamun (813-833) a costa de una enorme fragmentación dentro del imperio.
Mapa de la desintegración del imperio abasí (908-945)
Dos bloques comenzaron a controlar la política del imperio, por un lado los aristócratas de la corte, mientras que por otro los igualitarios y defensores de la sharia. Esto hizo que la autoridad del califa Al-Mamun fuera muy endeble al haber nacido de una guerra civil, una rebelión chií (814-815) y una revuelta jariyí en Jurasán. Por ello, el califa intentó mermar las tensiones religiosas entre grupos radicalmente dispares, creando una situación donde sí se intentaba acercar a los chiís terminaba por despertar el descontento en otras facciones. Algo parecido ocurrió con el califa al-Mutasim (833-842), quien buscó ganarse de manera inconstante a una u otra facción religiosa, decidiendo luego convertir al ejército compuesto para entonces por esclavos turcos convertidos al islam en su guardia personal. Todas estas medidas alejaron aún más a los califas abasíes del pueblo llano y la población de su capital en Bagdad, teniendo incluso que trasladar el centro de poder del imperio a Zamarra a cien kilómetros al sur, en un intento de aliviar las tensiones que se estaban desarrollando en la antigua capital. Igualmente, la dependencia del califa a las tropas turcas que no tenían ninguna conexión con la región y que no estaban formadas en las tradiciones árabes, permitió que estos ganaran un enorme poder dentro del califato, al punto de poder arrebatar el control efectivo del imperio a los califas apenas unas décadas después.
Turcos Selyúcidas
Sharia en las madrazas
Así, entre finales del siglo IX y principios de siglo XX las revueltas armadas de militantes chiís se hicieron comunes, generando una desintegración política que a su vez desembocó en el surgimiento del islamismo sunní. Los sunníes poseían una visión del islam mucho más optimista y pensaban que Alá podía estar con la umma aun en los tiempos de fracaso y conflicto, priorizando la unidad por encima de las divisiones sectarias, pues la unidad era la expresión verdadera de Dios. Aquello implicaba reconocer a los califas que para entonces estaban gobernando pese a sus evidentes deficiencias, pero aceptando que todos los musulmanes debían vivir según la sharia en pos de transformar mediante la acción el sistema político corrupto de la época, al someterlo a la voluntad innegable de Dios.
La caída del Imperio abasí y el nuevo orden del islam (935-1258)
Llegado el siglo X la unidad política del islam se había hecho insostenible, cuestión que afectó directamente a la figura del califa que desde entonces no conservaría su función de gobernante, limitándose ahora a ser jefe de la umma y una figura simbólica y religiosa. Llegado este punto, el sistema político del imperio pasaba por el papel que en cada región cumplían sus gobernantes locales, produciéndose la secesión de Egipto y la creación del califato de los ismailíes fatimíes, los cuales también pasaron a gobernar el norte de África, Siria, parte de Arabia y Palestina. Mientras tanto, en Iraq, Irán y Asia central, múltiples oficiales turcos tomaron el poder y se nombraron como emires, estableciendo estados semi independientes que se enfrentaban entre sí.
Sultanato de Rum y países vecinos hacia 1200
Por su parte, aunque a este se le suele llamar el siglo chií, debido a que las dinastías que se crearon poseían vagas tendencias hacia esta rama del islam, lo cierto es que difícilmente podemos compararlas con un verdadero gobierno chií. Ahora bien, la idea de un monarca absoluto abasí aún no había sido descartada por completo, reconociendo muchos de los emires aunque fuese de manera nominal, el papel del califa abasí como líder supremo de la umma, haciendo que aún se pudieran realizar algunos avances territoriales en nombre de estos califas, como fue el caso del establecimiento de un enclave musulmán en el norte de la India. Todo esto cambiaría con la llegada de los turcos selyúcidas, los cuales tomaron Bagdad en el 1055 y realizaron un acuerdo con el califa, para que este los nombrase sus lugartenientes en todo el Dar al-Islam o la Casa del Islam. Este hecho cambio el complejo proceso de desintegración y decadencia que vivía buena parte del otrora gran Imperio musulmán, puesto que se fue estableciendo un nuevo orden que combinó de una manera más adecuada la política y la religión islámica. Así, cada región del imperio comenzó a tener su propia capital, estableciendo varios centros de poder y cultura que ya no se concentraban solo en Bagdad. En consecuencia, el Cairo se convirtió en una ciudad clave para el arte y el conocimiento bajo el gobierno fatimí, los cuales fundaron el colegio de al-Azhar en el siglo X, siendo desde entonces uno de los centros universitarios más importante del mundo musulmán.
El Sultanato selyúcida en su apogeo (1092)
Colegio de al-Azhar del siglo X
Asimismo, Samarcanda vivió un renacimiento de la literatura persa, Córdoba floreció a nivel cultural y económico, aun con la decadencia que estaba experimentando el Califato omeya de España, cuya fragmentación había dado lugar al surgimiento de diferentes reinos de taifas rivales a partir del 1009. A efectos prácticos, si bien la institución del califato sufrió su mayor descomposición desde sus orígenes, el islam vivió una época de gran desarrollo cultural, religioso y político. Esto último puede verse en que a diferencia de la opulencia y exceso de poder en las cortes que trajo consigo la creación del colosal Imperio musulmán, la existencia de diversos reinos permitía que fuese más fácil aplicar cuestiones religiosas importantes del Corán en la vida política y social de las comunidades. En este sentido, cuando el califato se vio incapaz de mantener la unidad de la umma fue rápidamente transmutado en una figura simbólica, por lo que los cambios políticos ya no tenían por qué repercutir tanto en la generación de grandes respuestas religiosas que desestabilizaran a los gobiernos. Además, desde esta época se sentarían las bases para el sistema político del futuro Imperio otomano, cuando los turcos selyúcidas comenzaron su expansión por Medio Oriente, delegando la administración de sus territorios al visir persa Nizam al-Mulk, quien intentó usar el poder militar turco para reunificar el imperio y reconstruir la antigua burocracia abasí. No obstante, este objetivo nunca pudo cumplirse puesto que dentro del Imperio selyúcida existían muy pocas instituciones políticas oficiales, estando el poder real en manos de los emires y los ulemas locales, quienes se encargaron de construir sociedades particulares en cada territorio. Quedó claro entonces que cualquier esfuerzo centralizador desde Bagdad sería inútil, pues los gobernadores locales administraron para sí sus propias regiones y tomaron las rentas de la tierra directamente de sus habitantes, todo esto por encima de cualquier intento de burocratizar el Estado desde la capital.
Reinos Taifas siglo XI
Ahora bien, cabe aclarar que los emires no eran vasallos ni del califa ni del sultán selyúcida, Malik Sha, sino nómadas que no tenían interés alguno en cultivar sus tierras, por lo que no se les puede considerar una aristocracia feudal típica al estilo europeo. Se puede decir entonces que los emires eran soldados que delegaban las cuestiones de Estado a los ulemas, quienes eran los encargados de mantener en funcionamiento sus regímenes militares dispersos. Aquello aumentó el poder de los ulemas que tenían mayor libertad para aplicar leyes y vigilar el modo de vida islámico, al convertirse en una élite bien formada y con un poder consolidado que si bien dependía de la fuerza militar de los emires, estaba plenamente diferenciado de las dinámicas de la corte.
Así, las madrazas sufrieron una enorme estandarización que favoreció el fomento de la sharia en todos los dominios selyúcidas, al tiempo que dio a los ulemas el monopolio del sistema jurídico con los tribunales basados en la sharia. Como podemos ver el poder temporal de los emires comenzó a depender cada vez más de los ulemas, pues sus victorias se limitaban al plano de lo militar pero carecían de un sustento ideológico que legitimara su gobierno. Por tanto, los ulemas y los maestros sufíes como los únicos capaces de mantener el orden y la legitimidad de los gobiernos, solventaron la caída del califato y del Imperio musulmán, con la creación de sociedades mucho más regidas por la práctica del islam.
Malik Shah I (1055-1092)
Curiosamente, contrario a lo que podría indicar la balcanización del imperio y los efímeros estados de los emires, lo cierto es que los musulmanes fueron adquiriendo cada vez más la percepción de que pertenecían a una gran sociedad internacional, la cual estaba representada por los ulemas y cubría buena parte del mundo. Asimismo, la sharia fue evolucionando para adaptarse a las nuevas circunstancias, pasando de constituirse como una contracultura frente al poder del califa, a ser una ley sagrada custodiada por el poder simbólico de este. En consecuencia, el desastre político que significó la fragmentación del imperio, las cruzadas y las invasiones mongoles, fue seguido de una renovación del sentido espiritual y social del islam, postulándose este como la única constante en un mundo dominado por impredecibles y abrumadores cambios.