El Jesús histórico y la fundación de la Iglesia
El cristianismo es por definición una religión que se deriva directamente de la figura histórica de Jesucristo y su obra, por tanto, conocer la historicidad de Jesús es vital para entender el pensamiento e historia de la Iglesia cristiana en sus diferentes manifestaciones. Así, para muchos autores el cristianismo no es más que una invención de sus apóstoles, quienes crearon el personaje de Jesús como una forma de transmitir sus enseñanzas, dándole un carácter completamente ficticio al utilizar sincretismos extraídos de héroes y dioses de cultos mistéricos helenísticos y de Medio Oriente. Un ejemplo de esto pueden ser los paralelismos que se plantean entre Jesús y el dios solar Mitra por similitudes en los rituales de sacrifico de reses en su culto, con el budismo que muchos expertos ven como la fuente de influencia del cristianismo primitivo, dadas las concordancias en distintos aspectos del nacimiento, vida, doctrina y muerte de Buda y Jesús, o bien con los dioses egipcios Ra y Osiris de la mitología egipcia, pues el primero nació un 25 de diciembre y el segundo muere, es enterrado y resucita a los tres días marcando los ciclos de cosecha. A su vez, otros autores han relacionado la figura de Jesús con el surgimiento de las demandas de las masas oprimidas, las cuales se vieron personificadas en los evangelios en la forma de un personaje ficticio llamado Cristo.
Mitra
Buda
Ra y Osiris
Ahora bien, existen tres etapas en los trabajos que han buscado rastrear la existencia o inexistencia de un Jesús histórico:
1. Entre el siglo XIX y principios del siglo XX se presentaron corrientes liberales pre-críticas, las cuales afirmaban con una tendencia idealista e imaginativa que los evangelios podían tomarse como fuentes históricas innegables de la existencia y actos de Jesús.
2. A partir de la década de 1920 comenzó a aparecer una interpretación inmensamente crítica, la cual afirmaba que era imposible reconstruir al Jesús histórico. Así, en 1926 Rudolf Karl Bultmann defendía que lo único que podíamos saber era que en algún momento Cristo existió, pero que los detalles de su vida y obra no podrían ser develados, debido a que según él los evangelios habían sido creaciones artificiales de las primeras comunidades cristianas.
3. Para mediados del siglo XX autores como Ernst Käsemann aportaron un nuevo enfoque que permitió abandonar el escepticismo absoluto, reemplazándolo con el uso de métodos científicos modernos de las ciencias sociales (histórica, geográfica, arqueológica, cultural y sociológica). Con estos estudios se intentó rastrear en los textos del evangelio los elementos de diferencia y continuidad que nos hablan del Jesús histórico, separando los hechos contrastables de las modificaciones realizadas por la tradición oral luego de la muerte de Jesús, la intervención de las autoridades eclesiásticas y la labor de escritura de los evangelistas.
Primera fase, Siglo XIX a inicios del XX
Primera fase, Siglo XIX a inicios del XX
Tercera fase, Ernst Käsemann (1950)
Ahora bien, cuando hablamos de un Jesús histórico no nos referimos directamente al Jesús real, puesto que por la falta de fuentes es imposible que contemos con una idea definitiva de lo que pensó, sintió, experimentó, hizo y dijo Jesús durante su vida. En consecuencia, en la actualidad existe cierto consenso científico en torno a la existencia de un Jesús histórico que habitó Galilea y Judea aproximadamente en el año 7 a. C. durante el reinado de Herodes el Grande, ocurriendo su muerte más o menos en el 33 d. C. bajo el mandato de Poncio Pilato. Para llegar a esta conclusión se ha usado un conjunto de métodos de las ciencias sociales para diferenciar el mito de la evidencia científica, entre los que podemos mencionar los siguientes:
1. Criterio de dificultad: acontecimientos plasmados en los evangelios que por su inconveniencia para la iglesia es improbable que fusen modificados o falsificados (Jesús y la mujer sorprendida en adulterio, el bautismo de Jesús por Juan, la negación de Pedro, la traición de Judas, entre otros).
2. Criterio de discontinuidad y originalidad: la búsqueda en los evangelios de aquellas prácticas que no se deriven directamente del judaísmo, pero que tampoco correspondan a los años posteriores a la aparición del cristianismo.
3. Criterio de testimonio múltiple: hechos y dichos de Jesús que aparecen en varias fuentes independientes que no se citan unas a las otras (el enfrentamiento de Jesús con los comerciantes en el templo).
4. Criterio de coherencia: aquellos acontecimientos que pueden ser contrastados con fuentes históricas o arqueológicas.
5. Criterio de rechazo: Dichos y hechos de Jesús que explican su rechazo y crucifixión, en la medida de que el Cristo histórico enfrentó y molestó a casi todas las autoridades de su época, haciendo que todos los actos que estén en armonía con el sistema religioso y político del momento, probablemente no puedan adjudicársele.
6. Criterio de sintonía: Contrastar los relatos de los Evangelios con el contexto geográfico, cultural, social y político de la época de Jesús, pues aunque no existe evidencia física o arqueológica que nos hable de Jesús directamente, si tenemos recursos que nos permiten conocer el contexto en el que este se desenvolvió.
Galilea y Judea
Herodes el Grande 7 a. C.
Poncio Pilato 33 d. C.
De alguna manera, lo que se busca con estas investigaciones es lograr desmitificar la historia detrás de Jesús, bien para generar una visión netamente histórica o para reforzar las teorías religiosas de la teología. Con estos métodos se separan los aspectos contextuales y episódicos que pueden contrastarse con los descubrimientos que aportan disciplinas como la arqueología y las fuentes de época, dejando en un segundo plano la naturaleza divina que intrínsecamente se otorga a la figura de Cristo. En pocas palabras, los evangelios no son considerados una biografía de Jesús, sino parte de un entramado de información que nos permite rastrear sus pasos, sosteniendo cualquier conclusión con evidencias que puedan responder a una crítica científica sin la necesidad de recurrir únicamente a la fe.
El origen mismo de los evangelios no era escribir una biografía de Cristo, sino la imagen que se desprendía de él en la predicación apostólica, cuestión que no evitó que en ellos se compartieran datos históricos importantes que no tienen que estar ordenados en una cronología estricta. Además, contamos con los escritos de intelectuales o letrados paganos que mencionan a Jesús, los más relevantes son: Tácito (117 d.C.), Plinio el Joven (112), el testimonio Flaviano del historiador judío Flavio Josefo y Suetonio (120), quienes en determinadas partes de su obra mencionan la existencia de Cristo. No obstante, estas fuentes no pueden ser tomadas a la ligera como ciertas, pues muchas de ellas pudieron ser falsificadas o modificadas con el tiempo, con el fin de que coincidieran con los argumentos de los primeros cristianos. Ahora bien, para diversos autores el hecho de que no existan indicios de que los escritores de la antigüedad que se opusieron a la cristiandad cuestionaran la existencia de Jesús, es una prueba de la veracidad de la existencia de este.
Testimonio Flaviano del historiador judío Flavio Josefo (93)
Plinio el Joven (112)
Tácito (117 d.C.)
Suetonio (120)
Por otro lado, la particularidad de estos estudios es que muestran a Jesús como un humano con todas sus contrariedades, haciendo hincapié en su obra como parte de un movimiento donde participaron sus discípulos y demás seguidores, el cual buscaba efectuar reformas en las instituciones religiosas y políticas de su época. Esto no niega necesariamente la divinidad de Jesús pero si la trata como un tema separado, pues todo lo que se desarrolló después de su muerte incluido la teología de la Iglesia y los dogmas cristianos tienen su propio campo de estudio. Ahora bien, la imagen que todos tenemos de Jesús proviene de los cuatro concilios ecuménicos que se realizaron entre el 325 y el 451 d.C., con el objetivo de definir el dogma cristiano y contrarrestar corrientes consideradas heréticas. Estos cuatro concilios son:
1. El concilio de Nicea (325)
2. El concilio de Constantinopla (381)
3. El concilio de Éfeso (431)
4. El concilio de Calcedonia (451)
Concilio de Nicea (325)
En estos concilios el Jesús históricos fue completamente anulado y remplazado por un Jesús teológico, cuya existencia solo podía ser conocida a través de la fe y la lectura canónica de los cuatro Evangelios. Así, el análisis crítico de los Evangelios permite establecer diferencias entre el Jesús teológico, entendido como la imagen que los apóstoles construyeron de Cristo para personificar su fe, y el Jesús histórico que estuvo con ellos predicando sus enseñanzas. El problema de no establecer esta separación es que tal y como hacen muchos de los estudiosos de la cristología, se puede caer en el uso de los Evangelios para probar tesis teológicas previamente elaboradas, usando incluso versículos aislados que ignoran el Evangelio en su conjunto, haciendo que este pierda todo su valor contextual y su conexión con la historia.
De alguna manera lo que busca es estudiar la historicidad del movimiento de Jesús antes de su ´´resurrección´´, antes de la fundación de la Iglesia y sobre todo antes de la cristiandad. Por ello, uno de los mayores criterios para definir si algo es histórico en lo referente a Jesús, es que aquello no proceda del judaísmo anterior a Jesús, ni que haya aparecido después del nacimiento del cristianismo. Por tanto, el estudio histórico de Cristo empieza con su nacimiento en Nazaret entre el 7 y el 2 a.C., pasa por los años en que sus enseñanzas marcaron la historia de Galilea y Judea y finaliza con su muerte en el año 33. Así, aunque muchos de los eventos que ocurrieron en este periodo posteriormente fueron mitificados, esto no niega que referencias a ellos aparecen en fuentes judías, romanas y cristianas que no se citan unas a otras, respaldando en buena medida la autenticidad de sus afirmaciones por medio de sus similitudes y diferencias. Los eventos de la vida de Jesús más universalmente aceptados son los siguientes:
- Jesús era Galileo y sus actividades se limitaron a Galilea y Judea.
- Jesús era judío y vivió en una época de expectativas mesiánicas y apocalípticas.
- Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, debido a que el criterio de dificultad hace improbable que los cristianos primitivos hayan querido hacer creer a sus fieles que un ser sin pecado como Jesús, requiriera de un bautismo para limpiar sus pecados. Mucho más si tenemos en cuenta que este acto pondría a Juan por encima de Jesús momentáneamente.
- Jesús fue crucificado entre el 26 y el 36 d. C. por el prefecto romano Poncio Pilato, ya que por el criterio de dificultad los cristianos no habrían inventado la muerte dolorosa de su propio líder.
- Luego de su bautismo Jesús debatió con las autoridades judías sobre Dios y otros asuntos concernientes a su religión, reunió seguidores, despertó el recelo de las autoridades, tuvo una controversia en el Templo y fue arrestado y condenado.
- Después de la muerte de Jesús sus discípulos siguieron transmitiendo sus enseñanzas, siendo perseguidos por las autoridades judías y romanas.
- Las reivindicaciones sobre el aspecto o la etnia de Jesús son en su mayoría subjetivas, estando basadas en estereotipos culturales y tendencias sociales.
- Jesús enseñó una ética del perdón.
- Los milagros son considerados leyendas, alegorías o interpretaciones místicas propias de la época.
- Los seguidores de Jesús no disponían de los medios para saber qué pasó con su cuerpo, siendo esta tal vez una de las razones de la aparición del relato de la resurrección.
¿Cuál sería la apariencia de Jesús?
La Iglesia primitiva y la edad apostólica
Para comenzar a hablar de la fundación de la Iglesia primitiva es necesario mencionar algunos sucesos bíblicos concretos, considerados como pasos fundacionales que dieron forma a la Iglesia cristiana. El primero de ellos es el momento en que Jesús revela a sus 12 apóstoles su voluntad de fundar una Iglesia, designando a Pedro como el príncipe de estos luego de bautizarlo. Esta escena queda descrita en el Evangelio del apóstol San Mateo cuando dice que Jesús dijo las siguientes palabras: ¨eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia¨, confiriéndole las llaves del reino en un acto que es interpretado como sinónimo de poder y jerarquía dentro de la Iglesia. El último paso fundacional es la instauración de la eucaristía como la práctica alrededor de la cual se organizarían las iglesias cristianas, dándole el Hijo a los apóstoles la potestad de celebrar este rito en su conmemoración, siendo este uno de los factores que más distanciaría al cristianismo del judaísmo.
Ahora bien, como todos los movimientos sociales el cristianismo tendió a idealizar sus orígenes, estableciendo un mito de armonía y homogeneidad en los inicios del cristianismo primitivo, con el fin de dotar a esta religión de rasgos de identidad individual y grupal fuertes. Se puede decir entonces que existe un pasado idealizado por muchos cristianos donde la caridad y la fraternidad primaban en las primeras comunidades cristianas de Jerusalén, cuestión que es claramente falsa dado que la separación de estas comunidades del judaísmo y su dispersión por el mundo griego y latino, se efectuó con numerosos conflictos internos y no pocas diferencias de interpretación en la forma en que debía funcionar la primera Iglesia primitiva.
12 apóstoles
Última cena y la Eucaristía
Ahora bien, resulta claro que Jesús dio a sus discípulos una misión evangelizadora al decirles que se convertirían en pescadores de personas, refiriéndose a enseñar al prójimo el mensaje de salvación que el movimiento de Cristo defendía. No obstante, las enseñanzas de Jesús no establecían unas directrices precisas de cómo debían articularse estas a la vida común o qué formas debían adoptar dentro de las estructuras de organización comunitaria de la época. En este sentido, diversos teólogos afirman que existe una considerable discordancia entre lo que Jesús quiso construir, versus la concreción de su movimiento a través de sus apóstoles. Esto debido a que si bien estos fueron testigos presenciales de su discurso, su propia interpretación, limitaciones e intereses podrían haber modificado considerablemente las intenciones iniciales de Cristo.
Igualmente, es común escuchar que la mayoría de rupturas en el cristianismo fueron provocadas por el decreto del emperador Constantino de convertir al cristianismo en una religión legal cercana al Estado, ya que este hecho despojó al cristianismo primitivo de su pureza y radicalismo original. No obstante, esta interpretación de la historia como un mero proceso de corrupción y degeneración es demasiado simplista y evade las profundas divisiones que existieron en la iglesia desde sus orígenes. En realidad, el cristianismo primitivo estaba compuesto por una enorme pluralidad de comunidades con sus propias idiosincrasias, desafíos y problemas, lo que muchas veces dividió a los cristianos incluso antes de la creación de la Iglesia. Así, el cristianismo ortodoxo y católico no pueden entenderse como ramas del cristianismo que se desprendieron de un tronco común primigenio y homogéneo, sino como la evolución de un conjunto de ramas más o menos marginales, desviadas y heréticas que terminaron por imponerse.
Para ejemplificar esto, cabe citar las palabras de Eusebio de Cesárea y los Padres de la Iglesia, quienes afirmaban que en ´´El Nuevo Testamento, el cristianismo primitivo es considerado como una realidad cerrada en sí misma, homogénea y armónica, como “el tiempo de Cristo y de los apóstoles”, en el cual no había ninguna herejía´´. De este modo, lejos de la homogeneidad que se plantea el cristianismo es el producto de un complejo y conflictivo proceso donde diferentes interpretaciones de la religión cristiana compitieron, saliendo como vencedora la línea ortodoxa del pensamiento cristiano que con los años seguiría dividiéndose.
Doce apóstoles
Por su parte, el cristianismo primitivo comenzó como una religión de casa, entendida esta como la estructura básica de la sociedad en las comunidades preindustriales, planteándose para entonces como una especie de forma de vida que debía adoptarse dentro de los hogares. La interacción entre el cristianismo, la Iglesia primitiva y el mundo, se hacía entonces en torno al concepto de casa tanto en su acepción de lugar o espacio de residencia, como en su función identitaria que daba cohesión al grupo humano que se reunía en ella. En comparación, el concepto de casa que tenemos hoy en día es mucho más reducido al no contar con sólidas bases en la familia nuclear y patriarcal, al tiempo que es mucho menos estable al debilitarse la naturaleza de los vínculos con la tierra y el lugar de nacimiento. Esta diferencia aún puede verse hoy en Palestina donde la familia tradicional y el apego ancestral a la tierra sigue activo, estableciendo una relación de identidad increíblemente trascendental entre el individuo y su comunidad. Por esta razón, el castigo israelí de destruir los hogares de aquellos palestinos acusados de terrorismo es un arma política clave, dado que la destrucción de estas casas implica romper el árbol genealógico, intentar borrar su memoria y dispersar el grupo familiar al quitarles su ancestral espacio común y convertirlos en desarraigados.
Iglesia primitiva
Destrucción de casas palestinas por Israel
Igualmente, Lucas nos muestra en su Evangelio el papel de la casa dentro de estas comunidades cristianas, al decirnos que los apóstoles, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y los hermanos de éste, se reunían para realizar oraciones en el piso superior de una casa de la ciudad cerca del Monte de los Olivos. Estas iglesias domésticas quedan plasmadas también en la época de la persecución al cristianismo, cuando se dice que Saulo (anterior nombre de San Pablo) ´´entraba por las casas y se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres…´´. Como vemos, en los evangelios se habla de las casas y no de la casa, puesto que los cristianos no se reunían solo en un lugar para celebrar sus rituales. Pablo también nos dice que ´´predicaba y enseñaba en público y por las casas´´, refiriéndose al primer lugar de reunión de las comunidades cristianas que fue la casa/vivienda y la casa/familia, para entonces núcleo de las primeras iglesias domésticas. En estas casas los cristianos se hicieron conscientes de su identidad y sus diferencias con el judaísmo, en la medida de que las iglesias domésticas hacían posible la vida comunitaria, servían de plataformas misioneras para los predicadores itinerantes y daban sostén económico al naciente movimiento.
En otras palabras, el cristianismo comenzó por asentarse socialmente en la vida cotidiana de pequeñas comunidades de no más de 30 o 40 personas, teniendo una estrecha relación con la estructura social básica del paterfamilias que era el encargado y líder de los miembros de su casa (mujer, hijos, allegados, dependientes, esclavos). Esto explica porque en muchas ocasiones la conversión de esta figura al cristianismo iba acompañada de la conversión de todo su núcleo familiar, aunque esto no evitaba que en otros casos la homogeneidad religiosa de los hogares no se concretara y generara graves conflictos internos en las familias.
La reunión en estas iglesias domésticas de personas de muy variada posición social, significó un factor muy innovador para las sociedades grecorromanas, en las cuales se evidenciaba una marcada diferenciación entre sus miembros a razón de su estatus o dinero. Este interclasismo permitió el establecimiento de lazos de fraternidad que dieron una caracterización diferencial a la fe cristiana, siendo la estrategia apostólica conseguir en cada localidad la conversión de un paterfamilias, para que este proporcionara una casa adecuada como plataforma misionera y punto de reunión de la comunidad. Por esta razón, es muy posible que los evangelios no sean una transcripción exacta de la palabra de Jesús, sino también una reelaboración basada en las experiencias de estas comunidades reunidas en iglesias domésticas.
catacumbas cristianas en Roma
Iconografía cristiana en las antiguas “iglesias domésticas”
Por otro lado, la típica imagen del cristianismo primitivo como una religión de esclavos y desheredados no se condice con la realidad, puesto que en su interior convivieron una enorme heterogeneidad de clases sociales, incluyendo personas prominentes o adineradas que fueron obteniendo mayor participación en las funciones de responsabilidad de las iglesias domésticas. En el evangelio de Corinto se nos habla de cristianos como Erasto tesorero de la ciudad, Crispo jefe de la sinagoga, Gayo poseedor de una casa especialmente amplia, Priscila y Aquila comerciantes con intereses en varias ciudades, Lidia dedicada a negociar con púrpura entre Grecia y Asia Menor y Filemón dueño de al menos un esclavo.
A su vez, el papel de las mujeres fue muy activo en la Iglesia primitiva al ser muchas de ellas cabezas de familia y cumplir funciones de liderazgo en sus comunidades, siendo los dueños de las casas donde los cristianos se reunían líderes naturales para la comunidad. Sin embargo, esto último también trajo tensiones a las iglesias domésticas puesto que las personas prominentes dentro de ellas, comenzaron a exigir consideraciones propias a su rango como en otras religiones paganas, donde los ricos eran patronos y recibían a cambio ciertas formas de pleitesía, control y responsabilidad. Aquello se zanjeó ofreciendo cargos en la iglesia tanto a los paterfamilias como a las personas prominentes, estableciendo un ordenamiento jerárquico que coincidía en buena medida con la élite local, en un intento de acercar a este grupo al líder de la iglesia.
Ahora bien, la importancia de toda esta estructura era que en el mundo grecorromano existían dos instancias tradicionales de socialización, la vida pública dentro de la ciudad o Estado (politeia) y la casa en la que se había nacido (oikonomia). En un mundo ideal, un ciudadano debía tener un papel más o menos determinante en ambas instancias, pero en la realidad una gran cantidad de personas no podían participar plenamente en la vida social, en especial esclavos y mujeres, es por esto que dada la concentración del poder en manos de una élite aristocrática, se formaron asociaciones voluntarias de diferente naturaleza llamadas koinonia. El cristianismo primitivo se instaló entre estas asociaciones voluntarias, alejándose de la estructura de las religiones de Estado que legitimaban al Impero romano y dictaban el orden general de las cosas. En comparación, el cristianismo se afianzaba al interior de las casas, pero con una visión expansiva que trascendía lo meramente privado y doméstico, cuestión que más tarde le ayudaría a obtener su carácter universalista.
Por tanto, a diferencia de las asociaciones judías que poseían limitantes étnicas para su pertenencia, las iglesias cristianas poseían una base filosófica mucho más abarcativa que las asemejaba a corrientes filosóficas, pero con un enfoque más comunitario que individual. En este sentido, las comunidades cristianas primitivas respondían a tres principios:
- El carácter voluntario de la adscripción a su comunidad, donde cualquiera podía participar libremente.
- Una base doméstica destinada a facilitar las relaciones interpersonales de la comunidad, posibilitar la comunicación de la fe y promover la participación efectiva de sus miembros.
- Un arraigo claro en la estructura social y una filosofía basada en la fraternidad universal, como un marco de referencia para su práctica religiosa.
Iglesia doméstica en Dura-Europos, Siria (232)
Aun así, las relaciones dentro de las iglesias domésticas no eran siempre armoniosas, pues la conversión al cristianismo podía traer graves consecuencias a una casa, bien por factores externos como la persecución o por dinámicas internas donde el choque de creencias creaba fricciones entre los miembros de las familias. Además, la fe en Jesús exigía que fuera puesta por encima de la solidaridad y lealtad al clan, una estructura social vital para entender las sociedades de Medio Oriente, por lo cual al ser relativizada su importancia podía traer discordia entre miembros de una comunidad. Esto explica la necesidad de que existieran casas cristianas que pudieran alojar a los creyentes, debido a que muchas veces estos sufrían el desarraigo de sus núcleos domésticos a causa de sus creencias.
Pese a las dificultades, queda claro que la realidad social de la época era gestionada a través de la casa como estructura base, la cual sufrió un proceso de metamorfosis que con los años le permitió convertirse en la Iglesia moderna, concebida esta como la casa de Dios. Aquello dio viabilidad a la Iglesia pues una institución carente de una vida comunitaria real no se hubiese ajustado a las ideas del Nuevo Testamento, habría podido caer en el exclusivismo de sus miembros y podría haberse cerrado en torno a guetos inmóviles. No obstante, conforme la organización del cristianismo se fue haciendo más compleja el simple voluntarismo de sus miembros no fue suficiente para mantener el movimiento, teniéndose que adaptar la Iglesia a estructuras sociales y de poder existentes cada vez más jerárquicas. Dicho proceso tendría su punto máximo en la unión con el Estado y la aparición de una Iglesia fuertemente jerarquizada, cuya naturaleza cambiaría para siempre la forma en que se había vivido el cristianismo hasta el momento.
Surgimiento de la Iglesia cristiana. De Jerusalén a Roma
Conforme el cristianismo primitivo se iba asentando, filósofos paganos como Celso en el siglo II comenzaron a hablar de la ´´Gran Iglesia´´ para referirse a un conjunto de cristianos esparcidos por el mundo romano, los cuales vivían sobre todo en ciudades y algunas zonas rurales. Durante dos siglos hubo un gran número de conversiones en el norte de África, Asia Menor, Armenia y Mesopotamia, pero los cristianos seguían siendo una minoría dentro de un mundo hostil. Sin embargo, para entonces los cristianos ya hablaban latín, griego, siríaco, arameo y copto, pudiendo expandir su mensaje a un número gigantesco de pueblos en Europa, Asia y África. Además, como hemos dicho anteriormente sus formas de culto eran muy variadas, pero su estructura se mantenía siempre dentro de las iglesias domésticas, las cuales estaban lideradas por obispos (inspectores o supervisores de la comunidad cristiana), presbíteros (líderes ancianos) y diáconos (servidores, clérigos o ministros eclesiásticos), pudiendo ser estos últimos hombres o mujeres. En cuanto a la ritualidad cristiana de esta época, se les enseñaba a los nuevos miembros lo esencial de la fe por medio de catecismos para posteriormente bautizarlos. El éxito del cristianismo en el siglo II fue tal, que en el siguiente siglo ya existían generaciones que habían nacido en comunidades cristianas, siendo su fe incuestionable al no ser ya judíos que se habían convertido al cristianismo.
Expansión del cristianismo
Jerarquía de la iglesia primitiva
Hasta entonces los cristianos habían participado del culto judío y estaban bajo una estricta vigilancia de la ley judía o Halajá , pareciéndose más a una secta que a una religión particular. Sin embargo, las prácticas y doctrinas típicamente cristianas terminaron por hacer irreconciliables las posiciones de judíos y cristianos, pues ritos como el bautismo, la oración dirigida a Cristo, la celebración de la eucaristía, la exclusiva comunidad de amor cristiana, entre otros, despertaban gran desconfianza, rechazo y hostilidad entre los judíos. Por esta razón, los cristianos sufrieron varias persecuciones no solo por los romanos sino también por las autoridades judías, las cuales comenzaron a verlos como una amenaza y una secta herética. Pese a esto la Iglesia cristiana tomaba cada vez mayor peso y organización, transmitiendo una idea de unidad a sus comunidades dispersas por una geografía que abarcaba tres continentes, gracias entre otras cosas a la figura del papado en Roma. En otras palabras, no era extraño que muchos creyentes tuvieran diferentes interpretaciones de la fe, por lo que la percepción de unidad no se traducía en una unidad de fe. La Gran Iglesia del siglo III ha sido descrita por los historiadores como una red de iglesias locales en varias áreas culturales, las cuales estaban vinculadas por canales de comunicación y relaciones personales.
Lapidación de San Esteban por los judíos por una acusación de blasfemia según la ley judía o Halajá. Este sería el primer martir cristiano (34 d.C.)
Sin embargo, entre todos los obispos de estas iglesias el obispo de Roma era visto como la figura principal, aunque aún no existía la jerarquía que surgiría cuando el cristianismo se convirtiera en una religión de Estado y en un poder temporal. Esto sería aún más cierto con la caída del Imperio romano de Occidente en el 476, debido a que la ciudad de Roma perdió gran parte de su poder político y económico real, pasando de tener cerca de un millón de habitantes a aproximadamente 50.000 en cuestión de un siglo. Aquello nos muestra que la presión que podía ejercer Roma decayó hasta ser casi inexistente en el siglo V, siendo su papel más simbólico que cualquier otra cosa en una Italia devastada por las guerras, las plagas y en algunos momentos la hambruna.
Además, ya que no había un acuerdo sobre el canon de la Biblia, las posturas de diversos obispos en los tres grandes centros de poder de la Iglesia cristiana, Roma, Alejandría y Antioquía, hacía que establecer una jerarquía aceptada por todos fuese increíblemente difícil. Esto quiere decir que en la Gran Iglesia del siglo III había muchas divisiones locales e incluso separaciones, pues la línea entre la ortodoxia y la herejía no estaba para nada clara. Aquello se debió a que los líderes cristianos de los siglos II y III, tenían que construir iglesias desde la enseñanza de la fe apostólica interpretando la palabra de las Escrituras, mientras al mismo tiempo enfrentaban el hecho de que conforme la Iglesia crecía, tenía que adaptarse a diferentes culturas, idiomas y principios filosóficos vigentes en el mundo antiguo. Un ejemplo de esto es que en muchos idiomas ni siquiera existían los vocablos adecuados para explicar la palabra de Cristo, pues conceptos abstractos como alma, espíritu, ángel, Trinidad, entre otros, escapaban a la idiosincrasia de muchos de los pueblos que intentaban evangelizarse, causando variaciones en la interpretación de los evangelios que más tarde enfrentarían a Occidente y Oriente.
Saqueo de Roma por los vándalos (455)
Ubicación de las más importantes iglesias cristianas
Hay que recordar que para el siglo II pese a su decadencia evidente, el Imperio romano se extendía por Gran Bretaña, buena parte de Europa continental, Mesopotamia y el Norte de África, por lo que la búsqueda de nuevos fieles se facilitó gracias a la paz romana que aun reinaba. Igualmente, con la persecución que sufrieron los cristianos a principios del siglo III y con especial brutalidad bajo el gobierno de Diocleciano a finales de siglo, aquellos judeo-cristianos que fueron exiliados de Galilea y Judea se dispersaran por todo el mundo romano, creando contactos con otros judíos en la diáspora que sirvieron como plataforma para difundir el cristianismo a lo largo de Europa, Asia y África. En consecuencia, muchos expertos creen que junto a los apóstoles existió un indeterminado número de misioneros que ayudaron a llevar la palabra del cristianismo, junto a comerciantes, soldados y personas comunes que al convertirse se encargaron de evangelizar a sus entornos.
Para entender la posición romana frente a los cristianos, basta con ver las palabras de Plinio el Joven, cónsul y senador romano que al ser nombrado gobernador de Bitinia y el Ponto en el año 100, ofrecía la siguiente opinión del cristianismo:
El asunto me parece digno de tus reflexiones (se refiere al emperador Trajano), por la multitud de los que han sido acusados; porque diariamente se verán envueltas en estas acusaciones multitud de personas de toda edad, clase y sexo. El contagio de esta superstición [el cristianismo] no solamente ha infectado las ciudades, sino también las aldeas y los campos. Creo, sin embargo, que se puede poner remedio y detenerlo (…)
De alguna manera los cristianos se habían convertido en chivos expiatorios ideales para descargar responsabilidades por parte del Imperio, tal y como sucedió en el incendio de Roma ocurrido en el año 64 bajo el mandato del emperador Nerón, donde los cristianos fueron culpados de esta catástrofe desencadenando una cruenta persecución que incluyó su ejecución en el Coliseo, ser devorados por fieras y ser quemados vivos. Algo parecido ocurrió durante el gobierno de Septimio Severo entre el 202 y el 210, cuando se culpó a los cristianos de ser los responsables de la peste y la hambruna que asolaba al Imperio, siendo ajusticiados por cientos y emitiéndose un decreto que prohibía la difusión del cristianismo y el judaísmo. Igualmente, debido a una malinterpretación de la eucaristía y el acto de recibir el cuerpo de Cristo, se acusó a los cristianos de antropófagos que se comían entre los miembros de su propia religión. Por otro lado, al no seguir la adoración del emperador como un Dios, eran objeto de sospecha y continuas acusaciones de traición.
Por su parte, según el emperador Decio el cristianismo había ganado tantos adeptos e influencia en Roma para el siglo III, que él prefería escuchar que uno de sus adversarios imperiales se había revelado, a tener que afrontar el nombramiento de un nuevo papa. Este emperador llegó incluso a exigir que todos los habitantes del Imperio tuvieran que realizar un sacrificio a los dioses romanos, tras lo cual las personas recibían un certificado que los eximia de ser ejecutados. Por último, entre el 303 y el 313 ocurrió la llamada Gran persecución de Diocleciano, considerada tal vez la más encarnizada de todas, puesto que en ella se retiraron los derechos legales a los cristianos, se destruyeron ciudades cristianas por completo y se buscó erradicar de raíz el culto cristiano.
No obstante, si bien los cristianos fueron criticados por su radicalismo, también comenzaron a ser admirados por su entereza al recibir la muerte, atrayendo a miles de personas que veían en la moral cristiana una alternativa para la precariedad de su época. En este sentido, ni siquiera la persecución exacerbada que duró hasta el año 300, evitó que los cristianos llegaran a otro de los grandes imperios del momento, esparciendo sus enseñanzas en el Imperio Sasánida donde vivieron con relativa tranquilidad. Otra población importante que adoptó el cristianismo fue la ciudad de Antioquía, la cual se convirtió en la primer comunidad de paganos convertidos al cristianismo, promoviendo las relaciones entre judeo-cristianos y pagano-cristianos en la llamada controversia antioquena.
Su importancia radicó en que al estar su población compuesta por personas no judías, marcó claramente el surgimiento de una comunidad religiosa diferenciada de cristianos, la cual ya no estaba relacionada con las autoridades judías de Jerusalén. Incluso en este siglo nació el primer reino netamente cristiano tras la conversión del rey Tirídates II y por lo tanto del Reino de Armenia, razón por la cual esta fue una era dorada para el cristianismo dado que para entonces ya existían ciudades totalmente cristianas a lo largo del Imperio, pero al mismo tiempo se vivían cruentas persecuciones que se cobraron la vida de miles de cristianos. Aquello convirtió al cristianismo en una religión de mártires, cuyo mayor orgullo era dar su vida en defensa de su fe.
En todo este proceso el apóstol Pedro tuvo una gran participación, pues aunque para entonces el cristianismo no era una religión legal en el Imperio romano, este se dedicó a extender sus enseñanzas por el mundo grecorromano a riesgo de ser capturado y ejecutado, tal y como sucedió en el 67 cuando fue crucificado en Roma. No obstante, a raíz d este acontecimiento los obispos romanos adquirieron una posición particular dentro de la jerarquía de la Iglesia, en función de la labor que realizó Pedro en Roma como padre de la Iglesia, exigiendo estos rápidamente preeminencia sobre otras iglesias dado su vínculo con San Pedro. Así, los cristianos pasaron de unos miles en el año 100 a entre 4 a 6 millones dos siglos después, pero aún representaban una minoría entre los aproximadamente 50 millones de habitantes del Imperio. Esto último no desmerita el avance de la acción evangelizadora que se emprendió, pues su éxito fue sorprendente dadas las condiciones de persecución imperantes.